Sigo leyendo a Baroja. Ahora le toca el turno a “Los pilotos de altura”, donde ayer por la noche me encontré con los detalles macabros de una ejecución en la plaza de San Francisco de Sevilla que me quitó el sueño, no tanto por la narración en sí misma como porque apunta con precisión hacia esa historia de nuestros abuelos de la que nos gustaría olvidar que venimos.
“El verdugo arrastró al reo al banquillo y le ató de tal manera que se le pusieron los brazos amoratados. Luego echo un pañuelo negro sobre su cara, apretó con todas sus fuerzas una palanca y después una rueda. Pasado un momento se asomó por debajo del pañuelo, dio otra vuelta al manubrio, y quitó de la cara el trapo negro, lo miró por si tenía sangre y se lo metió tranquilamente en el bolsillo.
Al pie del cadalso colocaron un féretro y dos faroles sujetos en unas pértigas, un crucifijo, una mesa pequeña y una bandeja para dejar limosnas y misas por el alma del difunto.”
Mientras se llevaban el cadáver del ajusticiado, el verdugo se dispuso a desayunar. Se sentó en la escalera del patíbulo y sacó la pitanza: Un trozo de pan y de hígado ("... aquel pedazo negro de hígado en la mano del verdugo..."). Hay en esta escena un tremendismo muy propio de don Pío, es decir, un tremendismo de lirismo negro que me parece muy español. Y ahí están Luis Berlanga y Rafael Azcona para confirmarlo. Pero a don Pío, me parece, ese tremendismo se le fue volviendo amargo con la edad y, sobre todo, con la sucesión de guerras civiles que su biografía le condenó a vivir. Fue así derivando en ciaboga de la luz de Zuloaga a la luz de Solana.
Lo cruel y lo hermoso inquietantemente entremezclados. Así se adora digerir lo que otros aman o leen.
ResponderEliminarEn breve espacio de tiempo y más bien por azar, ví las películas "El Verdugo" y "Salvador". Aproximadamente un año antes, me había tocado desmontar un garrote vil de la exposición de un museo catalán. Nunca he vuelto a mirar de la misma forma las herramientas, cada vez que trabajo en un taller de carpintería...
ResponderEliminarEspléndida figura la de la "ciaboga de Zuloaga a Solana" Ese arte de remar en círculo sobre el mismo eje, de no moverse y sentir como la luz se va entenebreciendo. Magnífico.
ResponderEliminarDe don Pío, para no caer en el pesimismo, hay una novelita tierna y nostálgica, pesimista sin duda, pero con esos ribetes, que no es demasiado nombrada al hablar de su obra: "Los amores tardíos". Yo vuelvo a ella de vez en cuando.
Después de ver las obras de Theo Jansen, y ser testigo de como el hombre puede crear movimiento y belleza (vida) de lo inerte. Es terrible ser consciente de lo poco que le cuesta destruir.
ResponderEliminarDe la misma manera que ahora puede ir al cine o al teatro, la gente antes iba a ver las ejecuciones, hay algo de una obscena morbosidad en presenciar una ejecución de alguien normalmente anónimo, es esta idea del hombre-dios que decide sobre la vida de alguien i el pueblo que valida la decisión. Un sentido tràgico de la vida, la morbosa atracción que produce la muerte de alguien en primer plano, en directo.
ResponderEliminarsi eso de observar el horror en los otros tiene su punto de hedonismo atrayente
ResponderEliminarCon su permiso, Don Gregorio, me quedo con eso de "derivando en ciaboga de la luz de Zuloaga a la luz de Solana".
ResponderEliminarEl pan con hígado se lo dejo al verdugo, que bien tiene que comer el pobre hombre, porque esta noche ceno en casa de mis padres y seguro que mi madre tiene aviesas intenciones de cebarme como a una oca.
PD: Hoy es día de hermosas construciones veo. Como verificación de la palabra me ha tocado un palíndromo vocal: uiaiu