I
Conversación larguísima, por teléfono, con un viejo filósofo al que la edad va descascarillando. Sin embargo no se lamenta de sus innumerables achaques. Ha aceptado que la vejez es una forma de esclavismo. Comienza despacio, como si arrastrara las ideas, pero pronto se lanza al galope y me va soltando reflexiones memorables sobre el presente.
II
«Mira, Luri, los principales problemas del presente son estos. Primero, que hoy disponemos de varias generaciones de ciudadanos que no han necesitado lamerle el culo a nadie. Y eso es progreso. Lo que ocurre es que muchas veces no sabemos qué hacer con la lengua libre. Hay que conocer los posibles usos alternativos de la lengua. Segundo, que la democracia está hecha para poblaciones pequeñas. Todo lo que sobrepase los cuatro o cinco millones, malo. Tercero, que la transmisión del conocimiento solo se puede realizar a pequeña escala. Es necesario un maestro y un par de aprendices, tres como máximo. Todo lo que sea sobrepasar estas dimensiones, malo.»
III
Veo que tiene muchas ganas de hablar y le dejo explayarse. Estoy disfrutando oyéndolo y mordiéndome mis objeciones. Pero llega un momento en que necesito, con mala conciencia, eso sí, decirle que basta, que me llaman otras urgencias.
IV
El sábado pasado mi mujer y yo nos hicimos el propósito de escuchar más a la gente que necesita ser escuchada, pero no tiene auditorio. Algunos son bastante palizas, ciertamente, pero tampoco se nos va a hundir la vida por pararnos junto a ellos y escuchar lo que con tanta pasión nos cuentan.
V
Un día, cuando tenga tiempo y ganas, les contaré cómo y por qué conocí en Perú al Sodalicio de la vida cristiana, orden religiosa que el Papa Francisco ha disuelto con razones sobradas.