Gracias a Mari Carmen Ibáñez y a Antonio Martínez, mi mujer y yo hemos pasado dos deliciosos días en Villena, en el alto Vinalopó. He tenido el honor de inaugurar un curso de verano en esta ciudad alicantina. La amabilidad con la que hemos sido tratados no se nos olvidará nunca. Lo prometemos, Señor Alcalde.
Nada más sugerir que nos gustaría ver el museo, Laura Hernández Alcaraz, su directora, nos abrió las puertas, a pesar de que estaba cerrado, y nos puso allá delante, el fabuloso Tesoro de Villena, datado hacia el 1.000 antes de Cristo. Les aseguro que por sí mismo bien merece un viaje a esta ciudad.
De Villena nos pasamos a la Sierra del Segura, que queríamos ver el nacimiento del río Mundo...
... que es un río con un nombre ajustado y preciso, puesto que no hay en él ni una mácula (no es in-mundo). Y, efectivamente, viajar hasta aquí tiene algo de catártico encuentro con lo puro.
Mientras maniobraba para aparcar, un lugareño que vendía tomates en un puesto improvisado, me advirtió que tuviera cuidado, porque "más vale darle un beso a una mujer que a una piedra de esas". El hombre se me quedó mirando esperando la caridad de un comentario, que tuvo que proporcionarse él mismo: "aunque según quien te acompañe, tela mandanga!" Después nos indica el camino que debemos seguir... "que ya no es tan silvestre como antes, pero aún es bonito".
En Riópar nos encontramos en plena calle con nuestra cartera de Ocata, que resulta ser nacida aquí, cumpliéndose así el proverbio de que para hacer mal impunemente no conviene irse muy lejos. Aprovechamos para visitar el pueblo antiguo, y ahora abandonado, de Riópar Viejo, que está en un montículo, coronado por las ruinas de un castillo que fue musulmán, desde aquí nos han asegurado que se conquistan unas hermosas vistas sobre todo el valle.
La puerta de entrada estuvo en su tiempo protegida por una cancela que ahora ya no estorba el paso a nadie.
Nos sorprende encontrar en el interior del castillo, algo más que vistas sobre el valle. En lo que pudo ser el patio de armas, hallamos las tumbas de antiguos vecinos del pueblo, viendo pasar sobre sí las nubes anónimas, que siempre retornan. Entre ellas topamos con una lápida relativamente reciente. con un ramo de flores secas y una inscripción que nos retiene unos minutos.
Estamos de vuelta en Ocata y, querido Jesús Carracedo, aquí deposito la pregunta sobre el silencio de Sócrates que me lanzaste en un mail. Ni sé responderla ni puedo quitármela de encima.