lunes, 8 de octubre de 2007

El joven Baroja sueña el mar

Oficial y administrativamente somos de donde hemos nacido y de donde vivimos; sentimentalmente solemos ser, sobre todo, de donde nos acogen. Y cuando soñamos somos de la patria de la que siempre, inexorablemente estaremos presos: del lugar del que aprendimos a soñar.

Por nacimiento, don Pío Baroja es de San Sebastián y por adopción de Bera de Bidasoa, el pueblo que hace la mejor chistorra del mundo, donde se compró una casa casi en ruinas para realizar su adolescente sueño robinsoniano. Pero donde se soñó como Robinson fue en Pamplona.

Pamplona, donde pasó la adolescencia, es la patria fabuladora de don Pío. Pero entonces su casa fue el Parque de la Taconera y su cuna un viejo árbol carcomido próximo a las murallas, desde donde podía contemplar el manso discurrir del río Arga y, más allá, el monte de San Cristóbal, y más allá aún, San Donato, y en lontananza, cerrando el horizonte, la corona nevada de los Pirineos. Cuando estudiaba en Pamplona, yo solía ir a ese parque a tumbarme sobre la hierba y ver pasar, indolente, las nubes. Yo creo que no hay en el mundo nubes más aristocráticas que las de Pamplona.

Pío Baroja llega a Pamplona en 1881, con nueve años de edad. En sus memorias al relatar su salida de Madrid, escribe: “la ilusión del viaje se apoderó de mi.” Esta ilusión ya no lo abandonará jamás. Era el alimento del que se nutría, paradójicamente, su ánimo sedentario, solitario y misántropo.

José María Iribarren, en un articulo titulado “Baroja y Pamplona” cuenta lo siguiente de estos años pamploneses: “Baroja (…) soñaba aventuras ante el futuro inédito. Era el Baroja estudiante, lector de “Werther” y del “Robinsón”. El que subido a un árbol de la Taconera, soñaba fábulas maravillosamente aprendidas en Verne y en Maine Reid. (…) Su adolescencia estremecida imaginaba viajes marineros por las aguas de un Arga harinero, ‘antimarinero’, de orillas llenas de molinos.

En “Inventos, aventuras y mixtificaciones de Silvestre Paradox”, que es “mi vida un poco fantaseada”, cuenta don Pío:

“Silvestre (…) se subía por las tardes a un árbol carcomido de la Taconera, el árbol del Cuco, y allí se figuraba estar en las islas fantásticas y dominios espléndidos ideados por sus autores favoritos.

Una vez se metió en un cajón del río en busca de aventuras, y a poco estuvo de que no entrara con su frágil barquilla en la boca de un molino.

(…)

También dibujó un sinnúmero de planos de la casa que pensaba construir cuando llegase a un país inexplorado de América o de Oceanía, e hizo una verdadera escuadra de buques de madera, de cartón y de papel. Estos últimos eran de lujo; los de madera, no; se botaban en un abrevadero del camino de la Puerta Nueva, y todos tenían nombres notables: Nautilus, Astrolabio, Capitán Cook; etc, etc.”

Confirma estos recuerdos en sus memorias con estas palabras:

“A mi me hubiera gustado parecerme a Robinson Crusoe, y cuando tenía esa aspiración iba muchas veces, al anochecer, al paseo de la Taconera, me subía al árbol del Cuco y fumaba en pipa, lo que me mareaba, y soñaba en una isla desierta, sueño que igualmente me mareaba.”

El despertar marinero de la imaginación barojiana fue estimulado por sus amigos, pues “los chicos de Pamplona teníamos una mentalidad de pirata. Todo lo que fuera cortesía o suavidad, se nos antojaba rebajamiento.” Entre los más cultos de estos chicos se devoraban con pasión dos novelas: “Una de ellas el Robinsón, y la otra, La isla misteriosa”. “Soñábamos –insiste- con islas desiertas” y “con viejos marineros con anillos en las orejas y tipo de piratas.

2 comentarios:

  1. Claudio.

    Voy un poco retrasado, pero acabo de encontrar el DVD para regalarle a Nuria Roca por Navidad.

    http://www.jamesbowman.net/reviewDetail.asp?pubID=1860

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  2. "Quiero elegir del mapa
    un lugar sin nombre adonde ir
    será el lugar donde viva
    lo que quede por vivir.
    (¡y eso es mucho tiempo!)"

    Eso lo canta Calamaro en "Donde manda marinero". Y es que todos, quien más quien menos, hemos soñado Robinsones o en enrolarnos en un barco con Long John Silver para viajar y cantar en las tabernas de los puertos frente a un vaso de ron.

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