I
El Govern de la Generalitat de Cataluña quiere medir la felicidad de los catalanes. La idea proviene -¿lo sabrán en el tripartito?- del ala aristocrática del laborismo británico. El padre de la criatura es Richard Layard, es decir, Lord Layard of Highate, autor de “La felicidad. Lecciones de una nueva ciencia”. Su vida y milagros los encontraréis por google.
II
Hay quien para demostrar la inteligencia de Layard afirma que hasta el candidato conservador a primer ministro, David Cameron, que es un lince en esto de olfatear los vientos propicios, ha copiado sus ideas. Pero no es exactamente así. David Cameron, que tiene pintas de un híbrido maquiavélico de oveja y lobo, se ha llevado el agua de la felicidad a su molino y prefiere hablar de bienestar general, que no es lo mismo.
III
Layard parece convencido de la posibilidad de medir la felicidad de una población de una manera objetiva. Pero su teoría tiene letra pequeña. Viene con instrucciones de uso.
IV
En los países del Primer Mundo el incremento del PIB no va acompañado del de la felicidad. De hecho, sus niveles de felicidad parecen no haber progresado en los últimos 25 años. Y es que, según Layard, a partir de un cierto nivel de bienestar, lo que nos proporciona una sensación de felicidad no es tener más, sino, algo significativamente distinto: tener más que el vecino. Por lo tanto por mucho que el país se vaya enriqueciendo, si la igualdad entre los ciudadanos se mantiene, los niveles de felicidad se estancan. Dicho de otra manera: La socialdemocracia habría alcanzado los máximos niveles de felicidad que puede proporcionar a los ciudadanos europeos. Esta última conclusión es mía, no de Layard, pero me parece una deducción necesaria de sus premisas.
V
Parece que hay economistas dispuestos a estudiar la medición objetiva de la felicidad y a elaborar, incluso, una “teoría de la felicidad”. ¡Ah, si Nicómaco levantara la cabeza! La felicidad -dicen- debería convertirse en un objetivo político y el progreso de la felicidad nacional debería medirse y analizarse tan estrechamente como el crecimiento del PIB.
VI
Existe por ahí hasta una fórmula de la felicidad:
Felicidad = P + (5xE) + (3xN)
"P" representa las características personales, incluyendo filosofía de vida, capacidad de adaptación y resistencia.
"E", la variable más importante ya que se multiplica por un factor de cinco, representa la "existencia", que abarca la salud, estabilidad financiera y amistades.
"N", que vale por tres, representa las "necesidades prioritarias", y cubre la auto-estima, las expectativas que tenemos de nuestra vida, la ambición y el sentido del humor.
Evidentemente, si Layard tiene razón aquí falta algo importante. A esta fórmula le falta un divisor: el del nivel de igualdad alcanzado en un país.
VII
Volvamos al inicio. Nosotros somos europeos y nuestro tripartito es un poco laborista. No mucho, porque Blair es demasiado pro americano para ser modelo para nuestros progres, pero un poco sí. Quizás por eso los de CiU se han llevado las manos a la cabeza, lamentando el despilfarro que supondría semejante proyecto de medición de la felicidad de los catalanes.
VIII
Perdonadme la broma: ¿Y si los catalanes, como yo sospecho, resultan ser un poco masoquistas?
IX
A mi esto no me gusta. Me huele a imperialismo político. Y los ciudadanos deberíamos estar dispuestos a preservar algún ámbito de nuestra vida del dominio de la política. La politización completa de la vida ha sido siempre un proyecto totalitario. En nuestro caso se trataría de un totalitarismo beato, bienpensante, meapilas y políticamente correcto. Un totalitarismo de andar por casa, si se quiere, pero que no me gusta. No deberíamos mezclar el bienestar, que es algo que deben tener muy en cuenta los presupuestos generales, con la felicidad, que tiene que ver con los proyectos de vida de cada ciudadano. Y para que estos proyectos sean realmente efectivos debe estar garantizada su discrecionalidad.
X
Hoy voy a ser popperiano: ¿No tienen los gobiernos más que suficiente con dar respuesta a los motivos justificados del cotidiano malestar? ¿Por qué no medir los motivos del descontento? ¿Quizás porque esto le resta glamour prometeico a la política? Pero es que a mi parecer cuanto menos glamour prometeico tenga la política, más ganamos los ciudadanos de a pie.
XI
Al capitalismo se le puede pedir que nos proporcione bienestar e incluso que nos garantice la libertad para ser tan desgraciados como nos dé la gana. Pedirle más sería demasiado.