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domingo, 28 de octubre de 2007

El Reino de los Cielos está entre las vacas

Que el reino de los cielos se encuentre entre las vacas no es algo que diga yo, pobre de mí, que nada sé de reinos ni de cielos. Simplemente me limito a transmitir lo que dice Nietzsche, en el apartado de Así habló Zaratustra titulado El mendigo voluntario. Nunca se habló más alto que en este texto de las vacas ni más bajo del hombre (del hombre cristiano, que es padre del hombre socialista y, por lo tanto, el abuelo del último hombre). Casi todo lo que Leo Strauss sabía de filosofía política se encuentra aquí. Y todo cuanto hemos hablado de "la vaca socrática" no ha sido sino una dubitativa propedéutica para llegar a este punto en el que lejos de alcanzar una perspectiva, conquistaremos -como mucho, depende de la grandeza de nuestra mirada- la perplejidad.

Zaratustra tuvo frío y se sintió solo: por su ánimo cruzaban muchos pensamientos fríos y solitarios, de modo que por este motivo también sus miembros se enfriaron más. Pero mientras continuaba su camino, subiendo, bajando, pasando unas veces al lado de verdes prados, pero también por barrancos salvajes y pedregosos, donde en otro tiempo, sin duda, un impaciente arroyo había tendido su lecho, de pronto sus pensamientos comenzaron a volverse más cálidos y cordiales.

¿Qué me ha sucedido?, se preguntó, Algo caliente y vivo me reconforta, y tiene que hallarse cerca de mí. Ya estoy menos solo; desconocidos hermanos y compañeros de viaje andan vagando a mi alrededor, su cálido aliento llega hasta mi alma.

Mas cuando atisbó a su alrededor buscando a los consoladores de su soledad, ocurrió que eran unas vacas que se hallaban reunidas en una altura; su cercanía y su olor habían caldeado su corazón. Aquellas vacas parecían escuchar con interés a alguien que les hablaba y no prestaban atención al que se acercaba. Y cuando Zaratustra estuvo junto a ellas oyó claramente que una voz de hombre salía de en medio de las vacas; y era manifiesto que todas ellas habían vuelto sus cabezas hacia quien hablaba.

Entonces Zaratustra se lanzó presurosamente en medio de los animales y los apartó, pues temía que le hubiese ocurrido una desgracia a alguien, al cual difícilmente podía servirle de ayuda la compasión de unas vacas. Pero en esto se había engañado; pues he aquí que había allí un hombre sentado en tierra y parecía exhortar a las vacas a que no tuviesen miedo de él, hombre pacífico y predicador de la montaña, en cuyos ojos predicaba la bondad misma.

¿Qué buscas tú aquí?, exclamó Zaratustra con asombro.

¿Que qué busco yo aquí?, respondió aquél, Lo mismo que tú, ¡aguafiestas!, a saber, la felicidad en la tierra. Mas para lograrlo quisiera aprender de estas vacas. Pues, sin duda lo sabes, hace ya media mañana que les estoy hablando, y justo ahora iban ellas a darme una respuesta. ¿Por qué las perturbas? Mientras no nos convirtamos y nos hagamos como vacas no entraremos en el reino de los cielos. De ellas deberíamos aprender, en efecto, una cosa: el rumiar. Y, en verdad, si el hombre conquistase el mundo entero y no aprendiese esa única cosa, el rumiar: ¡de qué le serviría! No escaparía a su tribulación, - a su gran tribulación: la cual tiene hoy el nombre de náusea. ¿Quién no tiene hoy llenos de náusea el corazón, la boca y los ojos? ¡También tú! ¡También tú! ¡Contempla, en cambio, a estas vacas!

Así habló el predicador de la montaña, y luego volvió su mirada hacia Zaratustra, pues hasta ese momento estuvo amorosamente pendiente de las vacas, mas entonces se transformó.

¿Con quién estoy hablando?, exclamó espantado, y se levantó de un salto del suelo. Éste es el hombre sin náusea, éste es Zaratustra en persona, el vencedor de la gran náusea, éstos son los ojos, ésta es la boca, éste es el corazón de Zaratustra en persona.

Y mientras esto decía, besábale las manos a aquel a quien hablaba, con ojos bañados en lágrimas, y se comportaba exactamente como uno a quien de improviso le cae del cielo un precioso regalo y un tesoro. Mas las vacas contemplaban todo esto y se maravillaban.

No hables de mí, ¡hombre extraño!, ¡hombre encantador!, dijo Zaratustra defendiéndose de su ternura, ¡háblame primero de ti! ¿No eres tú el mendigo voluntario, que en otro tiempo arrojó lejos de sí una gran riqueza, que se avergonzó de su riqueza y de los ricos, y huyó a los pobres para regalarles la abundancia y su corazón? Pero ellos a él no lo aceptaron.

Pero ellos a mí no me aceptaron, dijo el mendigo voluntario, lo sabes bien. Por esto acabé marchándome a los animales y a estas vacas.

Entonces aprendiste, interrumpió Zaratustra al que hablaba, que es más difícil dar bien que tomar bien, y que regalar bien es un arte y la última y más refinada maestría de la bondad.

Especialmente hoy en día, respondió el mendigo voluntario. Hoy en que todo lo bajo se ha vuelto levantisco e intratable, y orgulloso a su manera, a saber: a la manera de la plebe. Pues ha llegado la hora, tú lo sabes bien, de la grande, perversa, larga, lenta rebelión de la plebe y de los esclavos: ¡Rebelión que crece cada vez más! Ahora toda beneficencia y todo pequeño regalo indignan a los de abajo; ¡y los demasiado ricos, que estén en guardia! Quien hoy, semejante a una botella ventruda, gotea por cuellos demasiado estrechos, a esas botellas la gente gusta hoy de romperles el cuello. Codicia lasciva, envidia biliosa, rencor malhumorado, orgullo plebeyo: todo eso me ha saltado a la cara. Ya no es verdad que los pobres sean bienaventurados. El reino de los cielos está entre las vacas.

4 comentarios:

  1. Curiós,el meu pare que segurament ni tan sols sap qui es Nietszche, em deia que déu ens havia d'haver fet rumiants com les vaques, així no hauriem de matar per menjar i mentre rumiavem tindriem temps per pensar i no fer mal a ningú.

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  2. Últimamente en su café se habla mucho de las iluminaciones...

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  3. Franesc: Nuestros padres sabían más cosas de las que suponíamos. Mi hijo está comenzando a descubrir eso de mi -creo-.

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  4. Nadha: No había caído, pero quizás sea fruto de esta luz de otoño.

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