De Carlos Marx, que yo sepa, no hay ni una sola estatua que lo muestre riendo. En todas muestra el mismo aire grave, casi épico, de una persona extremadamente seria que se trae entre manos asuntos de la mayor trascendencia. Vete a saber si una parte importante del declive del marxismo no se debe a ese exceso de gravedad marxiana. Sin embargo, aunque no frecuentes, tampoco son raras las muestras de humor en sus escritos. Dice, por ejemplo en La ideología alemana: “Hay que dejara un lado la filosofía; hay que saltar fuera de ella y afrontar como un hombre sencillo y corriente el estudio de la realidad… Entre la filosofía y el estudio del mundo real media la misma relación que entre la masturbación y el amor sexual”.
La vida de Marx, sin embargo, está plagada de ironías. Pondré algunos ejemplos:
Durante su estancia en la universidad de Bonn gastó mucho más dinero del que podía conseguir, cosa que, por cierto, haría toda su vida. Pronto formó parte del Club de la Taberna de Tréveris y rápidamente alcanzó su presidencia. La actividad básica del club era la bebida. Y Marx cumplió con tanta dedicación sus deberes presidenciales que fue encarcelado “por turbar la paz nocturna con escandalosas borracheras”. Cuando ni bebía ni se enzarzaba en riñas, en lugar de estudiar, escribía poesías.
Tras un año en Bonn, su padre decidió que debía trasladarse a Berlín. Y en el traslado se enamoró de la hermosa Jenny, de la que había sido amigo desde la infancia. El contaba 18 años, ella, que era de una posición social más elevada, 22.
Carta de Jenny: “Oh Karl, mi tristeza surge precisamente por el hecho de que tu bello, patético amor apasionado, tus descripciones indescriptiblemente hermosas, las arrebatadoras imágenes que conjuga tu imaginación y que llenaría de gozo a cualquier otra muchacha, sólo sirven para sentirme ansiosa y, a menudo, insegura. Si me entregara a semejante dicha, entonces mi destino sería de lo más horrible si tu ardiente amor llegara a morir, y te convirtieras en un ser frío y regañón (…) Por eso, Karl, es por lo que no soy tan agradecida ni estoy tan encantada con tu amor como debería; por esto con frecuencia me dedicó a las cosas exteriores de la vida y la realidad, en lugar de entregarme, como a ti te gustaría, al mundo del amor, perdiéndome y encontrando allí una más querida unidad espiritual superior contigo que hiciera posible olvidar todo lo demás.”
De los poemas de amor de Karl a Jenny
“La miel reluce en tus manos / presuroso y a besos la robé…”
“Y así tengo que luchar / en la ardiente contienda del alma / para forzarme un camino hacia ti, / sin ataduras que me retengan”
“¡Jenny! Si tuviera las voces de las esferas, / y las harmonías del trueno, / mi amor hubiera rugido por el universo, / y los espacios infinitos temblarían, / y tu misma espantada huirías”
(tu nombre) “me hiere como el tremolar lejano de los espectros”
Poco antes de casarse, Jenny recibió en herencia una considerable suma de dinero en efectivo. Lo guardó en una caja con dos asas con la que viajaron durante la luna de miel. Si algún amigo acudía a visitarlos, colocaban la caja abierta sobre la mesa del cuarto para que tomara cuanto necesitaba. Pronto, evidentemente, quedó vacía.
Cursilada de E. Tierno Galván: “El matrimonio Marx parece una anticipación de la pareja que el socialismo busca: una unión en que la sexualidad se disuelva en el amor y la convivencia continua no engendre el resentimiento.”
Concluiré con algunos datos de un informe secreto de la policía prusiana.
Tras presentar a Marx como el ideólogo y jefe del partido de los comunistas, el informante describe aspectos de su vida cotidiana que son de gran interés. En este momento tiene 34 años y se encuentraba viviendo en Londres. Ya había escrito el Manifiesto Comunista. Karl es descrito como un hombre de estatura mediana, con cabello y barba completamente negros y ojos enormes, penetrantes y flameantes. Se añade que su superioridad intelectual ejerce un poder irresistible sobre cuantos le rodean. En su vida privada es una persona en extremo desordenada y un mal administrador, que lleva una auténtica vida bohemia. El lavarse, peinarse y cambiarse de ropa constituyen para él actos muy poco frecuentes. Le gusta emborracharse. A menudo haraganea días enteros, pero cuando tiene mucho trabajo aguanta incansablemente día y noche. Su esposa, mujer culta y agradable (en este momento el hermano de Jenny era ministro en Prusia), por amor a su esposo se ha acostumbrado a esta vida. Tiene dos chicas y un chico, las tres criaturas son muy hermosas. Vive en una de las casas más miserables y más baratas de Londres, de únicamente dos habitaciones. En toda ella no se puede encontrar el menor rastro de mueble limpio y bueno; todo está gastado, roto y deshecho. Por doquier se acumula el polvo y reina el máximo desorden. En el centro de una de las habitaciones se encuentra una enorme mesa con manuscritos, libros, diarios, juguetes, ropa, cubiertos, papeles, ceniza… y todo envuelto en una densa nube del humo del tabaco y de la estufa. El sentarse es un asunto verdaderamente peligroso. Hay sillas que sólo se aguantan sobre tres patas, y otra, milagrosamente entera, es utilizada por las niñas, que juegan con ellas a cocinas. Y esta silla es la que se ofrece al visitante, aunque sin limpiar previamente los restos de las comidas infantiles. Nada de esto avergüenza a los Marx, que siempre reciben al visitante con la máxima amabilidad, ofreciendo con cariño todo lo que tienen. De esta forma uno se reconcilia con ellos, encuentra interesante su círculo, incluso original.