A los hombres del 98 no les gusta lo que ven y no se cansan de subrayar su disgusto. Pero el disgusto no construye nada. No sabe construir. Esa es su culpa. Uno tiene la sensación, al leerlos, de que lo que les disgusta no es tal o cual aspecto de España, sino España. Quieren sustituir a los españoles reales por españoles ideales, pero como no saben cómo hacerlo ejercen de plañideras a las puertas del futuro.
Más sensata, más objetiva y más políticamente efectiva me parece la observación de Galdós: "No son los tiempos tan malos ni el terruño tan estéril como afirman los de fuera, y más aún los de dentro de casa". Veo más nobleza en estas palabras que en todas las lágrimas vertidas conjuntamente por Pardo Bazán, Clarín o Giner de los Ríos. Si hubiese habido menos lágrimas los ojos no hubiesen estado tan empañados a la hora de defender a la primera república. Pero hubo demasiados liberales incapacitados para el ejercicio del realismo. No supieron disfrutar de lo bueno -parcial, precario, pero presente- por el sobrepeso dramático que le concedieron a lo óptimo ausente.
El mayor mal de la España del 98 no fue señalado por ninguno de los hombres del 98, porque no estaba en su dedo índice, sino en sus ojos: estaban tan preocupados de saber qué eran, que se incapacitaron para ser sin problemas.
¿Y esa ridiculez de querer verse como seguidores de Erasmo en vez de reivindicar la herencia -mucho más seria- de un Vives, de un Suárez o de un Vitoria?
En realidad la generación del 98 comienza a lamentarse antes del 98. Ahí están los ejemplos de los Cinco ensayos en torno al casticismo de Miguel de Unamuno y del Idearium español de Ángel Ganivet. La derrota del 98 no hizo más que poner un altavoz a sus quejidos.
El malestar de los hombres del 98 es tan anterior al 98 que ya el bueno de don Emilio Castelar señalaba (“El patriotismo español”, 1859): “Nos dolía en el alma esa desesperación que atormentaba a todos los espíritus, esa desconfianza que enflaquecía nuestras fuerzas, ese menosprecio con que solíamos hablar de nosotros mismos, ese quejido continuo que se levantaba de nuestro teatro, de nuestra poesía lírica, de todas nuestras artes, como para decir a los extraños, que el pueblo español, el gran pueblo guerrero, navegante y poeta, había muerto, y sólo esperaba un sepulcro donde dormir en paz su último sueño”. Pero hay que añadir que la posibilidad de regeneración la encuentra don Emilio en la guerra de África. ¿Quizás el 98 tenga más que ver con la evolución de esta guerra que con la pérdida de las colonias?
´frica no fue, desde luego, la respuesta a la necesidad de regeneración. ¿Pero le dieron los hombres del 98 alguna respuesta? Es inevitable pensar en el cinismo de Baroja. Alguna vez habrá que decir que algunas de las figuras más sobresalientes de nuestras letras eran conservadores a los que no les dolía España, pero la hacían: Zorrilla, Pereda, Menéndez Pelayo... Mientras que a Ángel Ganivet le duele tanto España que no le importaría amputarse una buena porción de españoles: "hay que arrojar un millón de españoles a los lobos si no queremos arrojarnos todos a los puercos”.
Ramón Iglesia lo dijo bien: “Los hombres del 98 corrieron y corrieron, como el cazador maldito de la leyenda, con la cabeza vuelta del revés. No supieron crear un mito nuevo, vigoroso y fecundo, para su pueblo." Hagamos, quizás, una excepción: Antonio Machado.