Uno de los fenómenos morales más curiosos del presente es el olvido de la virtud y la omnipresencia del valor. Todo mundo reclama más valores, pero no hay nadie que reclame personas más virtuosas.
Esta cosa del valor a mi me parece muy extraña. En primer lugar porque tiene mucho de fenomenal jeremiada. Todo el mundo tiene valores, desde una banda de ladrones a los ex-gestores de la SGAE, pasando por proxenetas, terroristas y adulteradores de medicinas infantiles. Lo que pasa es que sus valores no nos gustan. Nos gustan los nuestros. Pero son nuestros no porque los tengamos, sino porque nos permiten enjuiciar a los otros cuando nos vestimos con la toga moral y condenarlos a galeras. Sospecho que la reclamación de más valor es la manera que tenemos de representar socialmente que somos valiosos o, al menos, que no somos miembros de una banda de ladrones, ni ex-gestores de la SGAE, ni proxenetas, ni terroristas ni adulteradores de medicinas infantiles.
Pero quería hablar del olvido de la virtud.
En el catecismo que yo estudiaba a mis siete años se diferenciaba entre virtudes teologales y virtudes cardinales. Las primeras son la fe, la esperanza, y la caridad. Las segundas, la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. ¿Qué ha pasado con ellas?
Lo teologal se ha hecho doméstico, y cada cual anda poniendo su fe, su esperanza y su caridad en sus precarios altares de andar por casa. En correspondencia -porque nuestro mundo es lo que se muestra cuando afirmamos nuestra fe, sea la que sea-, las virtudes cardinales también se han convertido en virtudes de recorta y pega. La prudencia la hemos dejado en manos de las compañías aseguradoras, de la policía de tráfico y del Estado paternalista (¡qué imprudente, esta última cosa!); la justicia, todo el mundo sabe que es un arcano asunto de jueces y abogados y si fuera alguna cosa más, se llamaría equidad (que es el nombre que le damos a algo que no nos gustaría ver realizado: la uniformidad); la fortaleza es un asunto de médicos, preparadores físicos y vendedores de anfetaminas; respecto a la templanza, los que saben de esto son los terapeutas, psicólogos y coachs.
Y esto es lo que tenía que decir, antes de ponerme esta mañana con Los discursos de Maquiavelo.