A Claudio
Claudio me ha propuesto que comente el artículo de Rafael Sánchez Ferlosio, titulado “Educar e instruir”, que aparece en El País como respuesta a otro previo de Fernando Savater (“¿Ciudadanos o feligreses?”).
Diré para comenzar que tengo una extraña relación con este libre pensador que es Sánchez Ferlosio. Me gusta su prosa, me gusta su valentía para decir lo que piensa, pero me irrita que esa prosa y esa valentía no vaya siempre acompañada de la reflexión necesaria.
El texto de “Educar e instruir” es extenso y lleno de matices, por lo cual animo a quien esté interesado a leerlo despacio. Yo me voy a limitar a comentar alguna de sus ideas.
Hay una cuestión previa que no carece de relevancia: Sánchez Ferlosio, aunque no lo explicite, está defendiendo, en este y otros escritos de este tipo, la gran tradición de
La escuela postfranquista ha desarrollado un extraño modelo, al que podemos denominar “escuela pública” que nunca estuvo bien teorizado y que, en la actualidad, nadie parece saber muy bien en qué consiste ni para qué sirve. Prueba de ello es la sucesión de leyes de todo tipo, que sólo ponen de manifiesto la grave desorientación de los gobiernos estatales y autonómicos. Sin embargo cuanto más perdida parece, más se aferra a las grandes palabras. Contra ellas arremete con agudeza Sánchez Ferlosio. En primer lugar contra el principio del "espíritu crítico", respecto al cual dice una verdad de Perogrullo: “no puede ser materia de enseñanza, ni menos todavía de educación, sino que, por añadidura (…), es algo que sólo puede surgir precisamente de los contenidos.” Efectivamente. Circula por ahí la piadosa idea de que es posible enseñar “espíritu crítico”, “autonomía personal”, “creatividad” y virtudes semejantes como si constituyeran un casillero independiente de nuestra personalidad que bastara con llenar con la instrucción adecuada para conseguir su dominio por parte del alumno. Cualquiera que tenga experiencia educativa sabe que esto es una quimera. Pero limitándonos al “espíritu crítico”, quien quiera saber en qué consiste, le bastará pensar en su propia experiencia. Uno desarrolla el espíritu crítico cuando no se contenta con asimilar pasivamente contenidos que no concuerdan entre sí. Y para ello, obviamente, lo primero es disponer de contenidos.
En segundo lugar entra Sánchez Ferlosio a considerar una cuestión que está levantando todo tipo de polémicas cuando, a mi modo de ver, no las merece. Se trata de la famosa “Educación para la ciudadanía”. Miren ustedes, con esta materia el gobierno pretende decirnos que cumple sus deberes. Como bajo la perspectiva socialdemócrata los males sociales se combaten en primer lugar con la educación (recuerden aquello de Victor Hugo: "Una escuela que se abre es una cárcel que se cierra"), si se introduce una asignatura de educación para la ciudadanía, todos seremos mejores ciudadanos, viviremos felices y comeremos perdices. Si digo que no merece la pena entrar a discutir esta cuestión es por un motivo muy claro: los profes socialdemócratas, que son los que, por coherencia ideológica, deberían dar un paso adelante para impartir esta materia, se escabullirán todo lo que puedan, exactamente como el resto de sus compañeros, así que impartirá esta asignatura un profesorado desconfiado a un alumnado escéptico. Tendremos así una nueva “maría” que dará motivo para organizar debates, ver películas y elaborar murales y cualesquiera otras actividades capaces de rellenar el interminable espacio de una hora mariana. ¿Qué recuerdan ustedes de sus clases de ética? ¡Pues eso!
La escuela no es una isla, sino que tiene puertas y ventanas que dan a la calle, en primer lugar, pero también a los medios de comunicación, a la publicidad y las modas varias. Digamos que está rodeada por un ambiente en el que las formas (los antiguos buenos modales) se cotizan poco, muy poco; el “usted” casi ha pasado a ser una palabra arcaica (por eso yo la he apadrinado en este Café de Ocata), la prohibición (sea la que sea) es una conducta fascista y el mercado impone sus criterios amorales, mostrándonos al ser humano como una unidad de producción y consumo. Y ante esta realidad el profesor está… pues como está. Hablen ustedes con ellos. “¿Qué va a hacer el profesor contra la fuerza educativa de las actuales formas de ocio y diversión, contra la constricción del grupo, dotado de un poder de convicción y de una autoridad incomparable?”
Respecto a la prohibición, dice Sánchez Ferlosio otra perogrullada, pero casi clandestina: “Las democracias de hoy muestran enormes resistencias frente a la sola idea de "prohibir". Con todo, prohibir me parece un punto más democrático que "impedir": el que impide pone un obstáculo en las cosas, el que prohíbe apela a la persona, aunque sea bajo amenaza de castigo". Un poco más adelante completa esta idea con la misma rotundidad, pero refiriéndose a la censura: “El mercado es ya naturaleza del mismo orden de necesidad que el hambre misma. La publicidad, que hoy ya le es absolutamente imprescindible, se defiende con el que es uno de los máximos tabús de prohibición de la llamada democracia: el tabú de la censura. La censura es totalitaria. La democracia vive de la ilusión de libertad que le produce la execración del totalitarismo”.
Alguna vez he defendido públicamente que si hay algo que salvar en el alumno, entonces hay algo que prohibir. Lo dejo así. Quien me quiere entender, me entiende. Y con eso me basta.