jueves, 13 de septiembre de 2007

"Síndrome post-vacacional” y vuelta al cole

Septiembre ha pasado en pocos años de ser el mes de la vendimia a ser el mes del “síndrome posvacacional”. Abundan los artículos que elevan este asunto, en el fondo un síntoma trivial de la condición neurasténica del presente, a la categoría de drama, utilizando expresiones graves como “ansiedad”, “vacío interior” o “dimisión interior”. Gracias a los sesudos estudios al respecto nos hemos podido enterar de que se adaptan peor a la recuperación de la actividad laboral las personas que habitualmente se encuentran disconformes con su trabajo, o de que tiene algo de fastidioso no hacer siempre lo que nos gusta. “Lavorare stanca”, decía Pavese aproximadamente por las mismas fechas en que Antonio Gramsci se imaginaba la utopía socialista como una vida en la que el trabajo era alegre y el amor seguro.

Ninguno de los investigadores del estrés posvacacional ha recomendado –que yo sepa- la terapia más obvia para el mismo: la supresión de las vacaciones. Pero si no lo hacen deberían atreverse a decirnos a la cara que es infantil pretender disfrutar de las ventajas de un sistema que nos permite tener vacaciones pagadas sin aceptar el esfuerzo necesario para mantener ese sistema. Por este motivo, si alguien tiene derecho al estrés posvacacional es el niño. Cuando algunos terapeutas de lo trivial nos aconsejan sobre cómo hacer llevadera la cotidianidad reglada, suelen añadir que es misión de los padres transmitir seguridad a sus hijos en edad escolar para afrontar el cambio. Claro que esta misión solamente podrá ser cumplida por padres libres de estrés posvacacional, y que no estén ni agotados por las vacaciones infantiles ni asustados por los gastos que acarrea la vuelta al cole.

Cualquier persona razonable sabe que no es nada fácil encontrar paliativos para sobrellevar todas las frustraciones. Y en aceptar este saber sin gesticulaciones consiste, en buena parte, eso que llamamos hacerse adulto. Un adulto sensato es aquel capaz de no lastrar sus frustraciones inevitables con el sobrepeso de lamentos evitables. Trabajar, inevitablemente, cansa, y no hay manera de cumplir siempre alegremente con nuestros deberes, porque no está nada claro que en el trabajo, en la vida familiar o en la escuela, seamos los dueños de nuestros estados de ánimo. La primera obligación que tenemos con nosotros mismos es aprender a mirar a las cosas cara a cara sin convertir en pose estética la difusa sospecha de que la vida no nos trata como nos merecemos.

La escuela tiene encomendada socialmente la función de favorecer la transición del ser humano del ámbito familiar (donde es tratado por el mero hecho de ser quien es) al ámbito social (donde será tratado por lo que sepa hacer). Este proceso es, evidentemente, mucho más fácil de formular que de realizar pero, no parece posible que pueda ser llevado a buen término sin que el niño aprenda a asumir el fracaso y el éxito como componentes naturales de la vida humana. La vieja escuela republicana contaba para ello con varias herramientas: la igualdad en el trato, la promoción de acuerdo con el mérito y, especialmente, la fe colectiva en que en la escuela se transmitía algo valioso, porque era valioso devenir otro aunque ello exigiera un cierto desarraigo de lo familiar. Sabía que sólo es posible educarse si se está dispuesto a adquirir nuevas raíces. Sin embargo en la actualidad no faltan los que intuyen en la escuela una enfermedad difícil de tratar. En Francia –la cuna de la escuela republicana- Jean Paul Brighelli habla abiertamente de la escuela como de “La fabrique du crétin”.

¿Es la escuela actual capaz de proporcionar las herramientas indispensables para la competición social? Por lo que parece, muchos de nuestros alumnos están siendo educados en unos valores que ponen en cuestión tanto la jerarquía como la selección. Si esto fuera cierto, estaríamos asistiendo a un grave conflicto entre los valores que la escuela proclama y los valores que permiten a la sociedad sufragar la institución escolar. Curioso fenómeno, que permite más de un paralelismo con el del estrés posvacacional.

La escuela moderna ha pretendido siempre reconciliarse con la vida, pero la escuela posmoderna no tiene muy claro cuál es la vida con la que debe reconciliarse. En cualquier caso la pretensión de construir una vida escolar sin frustraciones es, simple y llanamente, contraria a la vida. No es cierto que para cada problema humano haya un especialista con la terapia adecuada. Lo que parece más cierto es que en esta convicción hay una patología de muy difícil tratamiento. Animo a los adultos a tomar conciencia de su relación con sus estados de ánimo y, de paso, a que recuperen la memoria de sus años escolares, incluyendo la de aquellos compañeros que, sobre todo a partir de la pubertad, sentían un rechazo casi orgánico por la institución, que no podía ser contrarrestado con medidas institucionales, por muy voluntariosas que estas fuesen. No es extraño encontrarse con profesores que, formados en el convencimiento de que cumplirían una función emancipadora abriendo la escuela a la vida adolescente, se encuentran ahora con adolescentes que impugnan su autoridad para emanciparlos. La vuelta al cole es, sobre todo en la secundaria, el regreso a una institución en crisis. Y esta crisis parece ser un motivo objetivo del estrés posvacacional tanto para algunos alumnos como –seamos generosos- algunos profesores.

10 comentarios:

  1. La escuela moderna ha sido un antro de fascistas ignorantes y ha estado en crisis cuando el fascismo también lo ha estado.

    Ahora parece que lo están pasando algo putas.

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  2. Claudio.

    Terrible el síndrome postvacacional. Deriva de dos horribles circunstancias, sin parangón en la historia de la humanidad:
    - las vacaciones obligatorias y pagadas
    - el trabajo asegurado a la vuelta
    No sé cómo lo podemos soportar.

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  3. La escuela, como la tele, no tiene la culpa de gran cosa, es un espejito de Blancanieves de las brujas cotidianas.

    A la escuela siempre se le piden cosas que no puede hacer, por eso siempre fracasa y fracasará. Quieren que se eduque para ir 'amb el lliri a la mà' y la vida no es así, ni mucho menos. En el franquismo se le pedía que hiciese franquistas y ya se ha visto -bueno, algunos hay, por ahí-. Y también estudiábamos mucho catecismo y después de tantas misas educativas, todos agnósticos -más o menos-.

    Sobre el síndrome postvacacional, suscribo lo de anónimo, esas horribles circunstancias que nos han convertido en niños mimados. Cualquiera dice que las largas vacaciones la aburren, que las escolares deben reducirse y que una ya tiene ganas de empezar! Un día por poco me lapidan...

    Lo malo es que, antes, la escuela debía reflejar la vida, pero ahora la vida cada vez refleja más la escuela, y eso se puede ver en las visitas culturales, en los viajes de ancianitos, en los consejos médicos habituales, en las campañas institucionales, incluso en las jornadas más o menos lúdicas que algunas sesudas empresas dedican a sus trabajadores. No anem bé... pero eso lo han dicho siempre, los mayores. Era Plinio uno de ellos?

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  4. Ayer, un compañero me preguntó cómo comenzaba yo el curso. Le respondí que con ilusión. Entonces me preguntó si yo hablaba en serio.
    Rotundamente, sí.

    Nota: A Tumbaíto le recomiendo que lea a Thomas Bernhard, si no lo ha hecho ya. En su pentalogía se encuentra un fragmento extraordinariamente crítico y lúcido sobre la escuela nacionalsocialista.
    Abrazos.

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  5. ¿Ese compañero suyo no sabe que esas cosas de la ilusión es pura bioquímica? No sé de qué se extraña.

    Después de seguir los apuntes de mi hermana los dos primero años de pedagogía más que ella decidí no volver a leer nada más ni de pedagogía ni psicología. Tuve miedo de acabar defendiendo la eliminación física de ambos colectivos. (Bueno... o llevarlos a la Isla como Platón).

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  6. No sé si mucha gente estaría de acuerdo conmigo en que educar, sobre todo, es humanizar (proporcionar las herramientas para vivir y convivir en una cultura pero no dejándose abducir del todo por ella.

    En los tiempos en los que yo tenía edad escolar, toda la tribu educaba (ofrecía modelos consistentes y coherentes y los exigía), ahora nadie educa,o mejor dicho deseducan ofreciendo modelos diferentes (que puede ser bueno por la riqueza del contraste) pero además contradictorios. Todos, ahora, la escuela incluida, sólo quiere enseñar y así nos va.

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  7. Muy bien por el artículo, que por si alguien no lo sabe el autor lo publica en "La Vanguardia" de hoy (14.09.07).

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  8. Una gran verdad:

    "No es cierto que para cada problema humano haya un especialista con la terapia adecuada"

    ...terapia que adopta casi siempre la forma de una solución tecnológica.

    Es curioso como esta fe no parece apagarse, a pesar de que todos los días, a todas horas, vemos como las terapias propuestas sólo sierven para perpetuar los problemas...

    Durante siglos se creyó en brujas, hoy creemos en aprendices de brujo. Pero dudo que podamos durar siglos.

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  9. Es incuestionable que si el hombre ha llegado hasta aquí, entonces podemos durar siglos; ni los creacionistas disienten de eso.

    Piense que las "prácticas núcleares" para vivir -que son las que entorpecen los progres cargándolas con, entre otras cosas, las terapias" son muy sencillas.

    Aunque quizá el gran triunfo de los progresistas consiste en crear ciudadanos que no saben ejecutarlas: LA EDUCACIÓN MODERNA.

    Mi hermana me cuenta que en el imaginario de los niños los trozos de pechuga de pollo del super forman un todo indistinguible con la bandeja; eso sí que da miedo.

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