Buscar este blog

viernes, 28 de septiembre de 2007

Más sobre Leo Strauss

Leo Strauss como neo-Satán
No tengo dudas de que la principal aportación de Leo Strauss no reside en esta o aquella tesis de filosofía política, sino en su permanente preocupación por revitalizar en pleno siglo XX la centralidad de la noción de “vida filosófica””.
Esto es lo que defendía recientemente uno de los últimos discípulos de Strauss, Nathan Tarcov. Coincide letra por letra con lo que siempre ha sostenido uno de los primeros, George Anastaplo, que en 1950, en pleno macarthysmo se jugó su futuro profesional por enfrentarse al tribunal ideológico que lo estaba juzgando.

Situémonos en una mañana de mediados de noviembre de 1950. Anastaplo, que se acababa de licenciar en derecho con el número uno de su promoción, estaba siendo entrevistado por el “Comité of Character and Fitness”, que debía evaluarlo ideológicamente. Uno de los miembros del comité le preguntó rutinariamente, esperando recibir también una respuesta rutinaria, si creía que los comunistas podían ejercer como abogados. Anastaplo podía haber contestado que no y hubiera salido de allí inmediatamente con la autorización para ejercer de abogado. Pero su respuesta, que levantó de sus asientos a los interrogadores fue: “No veo ninguna razón por la que la pertenencia al Partido Comunista debiera descalificar a alguien para ejercer como abogado”. Inmediatamente los entrevistadores le replicaron que los comunistas eran revolucionarios y le preguntaron si defendía la existencia de algún derecho que legitimara el derrocamiento violento de un gobierno. “Bueno –contestó Anastaplo-, ¿No creemos todos eso?”. Mientras el tribunal se mostraba más y más incomodado, Anastaplo argumentó que el derecho a oponerse a una tiranía está claramente comprendido en la Declaración de Independencia americana y que había sido ampliamente defendido por el pensamiento constitucional americano. Por lo tanto, los norteamericanos no podían oponerse al derecho a la revolución sin deslegitimar su propio constitucionalismo. “Si vas a hablar de esa manera –le dijo uno de los examinadores- entonces debes decirnos si eres miembro del Partido Comunista”.

Todos los presentes sabían perfectamente que Anastaplo podía ser excéntrico, pero no comunista. Esta pregunta era, en realidad, una manera de dirimir rápidamente la cuestión. Pero Anastaplo volvió a sorprenderlos al negarse a aceptar la legitimidad de ese o de cualquier otro tribunal para interrogar a un ciudadano norteamericano sobre su filiación política. Se quedó así sin permiso para ejercer de abogado. Pero lejos de cruzarse de brazos, inició un proceso largo y complejo que lo acabaría conduciendo hasta el Tribunal Supremo.

Anastaplo dirigió una carta al New York Times el 9 de junio del 2003 en la que confesaba que Leo Strauss le había escrito en su momento para apoyarlo en su gesto rebelde (“this is only to pay you my respects for your brave and just action”), añadiendo que quienes le estaban impidiendo ejercer su profesión deberían pedirle perdón de rodillas, si es que tenían alguna vergüenza. Concluía su carta asegurando que no tenía dudas de que Strauss no hubiese apoyado la guerra de Irak y que seguramente se opondría recordando un consejo que su abuela le solía dar en su infancia: “Te quedarías sorprendido, hijo mío, si supieras con qué escasa sabiduría este mundo nuestro es gobernado.”

Nathan Tarcov es un personaje risueño (a pesar de que fue colaborador de Wolfowitz en los años de la administración Reagan), que tiene su despacho universitario adornado con las imágenes de Maquiavelo, Sócrates, Trotsky (“he decidido –explica- que no se debe abandonar nunca a un viejo amigo”) y la famosa foto de la plaza de Tiananmen en la que un manifestante se enfrenta a un tanque. Él también defiende que Strauss se hubiera opuesto a la guerra de Irak. Pero por motivos diferentes que los alegados por Anastaplo. Recuerda que Maquiavelo, uno de los autores de cabecera de Strauss, afirma rotundamente en “El arte de la guerra” que Roma no debería invadir nunca Partia” (región que se corresponde con los actuales países de Irán e Irak).

Evidentemente, no tenemos ninguna garantía de que Strauss se hubiera manifestado respecto a la guerra de Irak de la manera que suponen Anastaplo y Tarkov (también ellos contrarios a la guerra, como otros muchos straussianos). Pero sirvan sus testimonios para poner de manifiesto la complejidad de un personaje al que sus enemigos suelen presentar de manera excesivamente esquemática. Claro que obrando así se ahorran el esfuerzo de leerlo. ¡Pero podían leer, al menos, las cartas de los lectores del New York Times!

15 comentarios:

  1. No estaria de más recordar a quien quiera meterse en aquel avispero, que después de Alejandro, aquella zona volvió a ser lo que era: Craso fué derrotado y perdió las legiones y la vida, Cesar fué asesinado cuando iba a la conquista, los partos anduvieron siempre siendo una amenaza, devolvieron las banderas de Craso a Augusto cuando pactaron una tregua. Siempre ha sido una zona con un estado ansuioso de expansión y no hay que olvidar que arrebató a Siria la capitalidad del islam para tomarla Bagdad. Algo bulle siempre allí. E Irán está vinculada totalmente.

    ResponderEliminar
  2. Muy emocionante. Se me ha enfriado el café.
    besos.

    ResponderEliminar
  3. ¡Ah, la historia, Luis! ¿Cuándo dejó de ser maestra de la vida por falta de alumons que estuvieran dispuestos a prender de ella?

    ResponderEliminar
  4. Kasandra: Las prioridades son importantes. Lo primero es el café, después viene lo accesorio.

    ResponderEliminar
  5. Desconfío por sistema de esas fantasías sobre "lo que hubiera hecho fulano", u opinado, o dicho. Suelen coincidir con lo que hace, opina o dice el que está hablando. Puedes, con la imaginación, situar a un personaje en una época que no le corresponde, pero entonces ya no es ese personaje. Estás haciendo una novela.

    ResponderEliminar
  6. Estoy de acuerdo con Jesús. Creo que hay una frase que le va como anillo al dedo: "Interpretando las interpretaciones de las interpretaciones".

    ResponderEliminar
  7. Jesús: ¡Evidentemente! ¡Esa es, exactamente, la cuestión! Reconozcamos que estamos novelando y que diferentes relatos son posibles. Por ejemplo el relato de un Leo Strauss opuesto a la política de Bush es, al menos, tan legítimo como el que hace de Leo Strauss el gurú filosófico oculto de su política exterior.

    ResponderEliminar
  8. Asensi: Conmo le acabo de decir a Jesús: Si, una vez situados en la ucronía, diferentes relatos son posibles, el de este post es tan posible como cualquier otro. Como sé esto muy bien, mi intención no es dogmatizar, sino, por el contrario, problematizar.

    ResponderEliminar
  9. Pero, ¿cuando escribió Nietzsche una apología del nazismo? Y ¿no fueron los nazis los que se apropiaron de su teoria del superhombre, en clave racial? ¿Y su concepto de la tragedia no sirvió para recrear al mito de un Sigfrido ario? LO que Straus pensara no se sabe; aprovecharse de Straus es tal vez otra cosa. Toda ucronía no es sino aprovechamiento. Lo que queda, en realidad, y Straus era un tipo, por lo que parece , muy inteligente, es que esa zona, como los Balcanes, ha llevado siempre a la historia a malvivir.

    Es que a mi me sirve Braudel como punto de partida. Y como bien dices, Braudel, los alumnos de Historia casi nunca hicieron política. Parece que les encantó más hacer historia.

    ResponderEliminar
  10. Perdón, he escrito el segundo Braudel en lugar de escribir Luri. Es a ti a quien refería la drase.

    ResponderEliminar
  11. Luis: Me encanta que me confundas con Braudel. Estás invitado a perpetuidad a lo que te de la gana.

    ResponderEliminar
  12. Claudio.

    En relación a la educación:

    "La mili, ahora, dura 30 años. Es muy agitada y caótica, pero no ofrece mejor formación que la antigua."

    http://www.almendron.com/tribuna/?p=17002

    ResponderEliminar
  13. Ruben dice.

    Lo mismo me pasa a veces contigo, pero me encanta

    saludos muy cordiales

    Ruben

    ResponderEliminar

Las águilas no cazan moscas

 I Respuesta de Rémi Brague al periodista que le pregunta cómo logra un estilo tan claro: «El bolígrafo rojo de mi mujer» II Viaje casi relá...