lunes, 5 de junio de 2006

Bulgaria en el Corazón II. Kabyle.

Era un 24 de abril, recién estrenada la primavera. Tras dormir en Yambol, me disponía a visitar las ruinas de Kabyle, a 6 kilómetros de distancia, acompañado por Ruja Popova e Ilia Krastev, el director del digno museo de Yambol.

Kabyle fue una ciudad relevante y de larguísima historia, mencionada por Demóstenes, Teopompo y Estrabón. Llegó a ser capital del reino tracio. Perdió su independencia al ser conquistada por Filipo de Macedonia, cuyo hijo, Alejandro Magno, parece que residió aquí. Durante los siglos II y III después de Cristo fue el campamento militar romano más importante de la región. Los restos visibles se extienden a lo largo de la ladera sur del promontorio rocoso de Zaichi Vruh, en cuya cima se encuentran los restos de lo que, muy posiblemente, fue un santuario o un templo-fortaleza dedicado a la Gran Diosa, Kybela, también conocida como Artemis Phosphoros.

Había estado lloviendo toda la noche, pero a media mañana escampó y comenzó a lucir un sol muy agradable, así que nos animamos a ascender hasta la cumbre. El suelo estaba blando, pero no encharcado ni embarrado y aunque las plantas que nos cerraban el paso estaban aún empapadas, Ilia Krastev nos iba abriendo camino amablemente. El espliego, el mirto, el enebro, las jaras y acantos se alternaban con pequeños claros de un pasto tupido de hierbas con flores rosas, blancas y amarillas en el que no faltan ni los tulipanes silvestres, ni los lirios amarillos y violetas o algún jacinto de color púrpura. Desde la cima se podía disfrutar de la armonía reglada de los campos de cultivo, pequeñas agrupaciones de pinos, a lo lejos, la ciudad de Yambol y más lejos aún, las montañas de perfiles difusos que cierran el valle, envueltas en una leve gasa de nubes.

¡Qué mañana! Al volver al coche de Ruja, una mujer, con la complicidad de Ilia Krastev y, sin duda, del añorado Alexander Fol, me regaló un par de botellas de raquía casera.

- ¡Slivona! –me dijo, con mejillas sonrosadas- ¡Slivona!

Después reiniciamos el viaje, camino de Tatul y perperek. Ruja, que conoce al dedillo toda esta zona, iba desgranando los nombres sonoros de los pueblecitos que cruzábamos: Ardino, Goce Delcher, Krumovgrad, Omurtag, Peshtera, Targovishte, Chernoochene…

Esta entrada está dedicada a mi amiga Valeria Fol, porque
"Allí tocó la Argo
empujada por los vientos de Tracia
y el hermoso puerto la acogió"
(Apolonio de Rodas).

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