Estambul: murallas de Teodosio
Al leer “Modernitat fungible”, de Jordi Julià, vuelvo a encontrarme con una imagen recurrente de la postmodernidad: la de las ruinas del muro de Berlín. Esta metáfora de nuestro desconcierto colectivo se ha degradado en una fórmula al pretender dar cuenta de la sobre exposición del hombre contemporáneo a la incertidumbre. A esta nueva realidad sin compuertas Zygmunt Bauman le da el nombre de “modernidad líquida” (por cierto: ¿será lo líquido lo único no líquido de la postmodernidad?). En resumen: resulta que el hombre occidental se fue a dormir un día convencido de que dos y dos serían por siempre cuatro y se despertó en medio de la polvareda del muro, en un “mundo fungible” o “líquido”. Frotándose los ojos va a tientas, desconcertado, intentando reencontrarse con algo familiar, con alguna referencia orientadora. Pero si quiere despertar –nos dicen al unísono los profetas del presente- debe aceptar que en el nuevo mundo líquido hasta los puntos cardinales son juguetes del viento.
Lo que muchos teóricos de la postmodernidad ignoran es que la imagen de un mundo con las murallas derruidas no ha nacido en los textos de ningún postestructuralista francés, sino en los versos del “De rerum natura” de Lucrecio (3-14-17):
Nam simul ac ratio tua coepit vociferari
naturam rerum divina mente coorta,
diffugiunt animi terrores, moenia mundi
discedunt, totum video per inane geri res.
Estambul: Murallas de Teodosio
Pero si Lucrecio –señor Zygmunt- ya sabía que la modernidad –toda modernidad- es líquida, ¿qué es entonces lo que separa a la conciencia antigua de la moderna ante el espectáculo de una ciudad desprotegida? Fundamentalmente la frivolidad con que la postmodernidad organiza viajes turísticos a las ruinas de sus antiguas murallas.
La filosofía antigua no se proponía otra cosa que la teoría del límite del ser. Ya sabía que la empresa era compleja (ahí está el Parménides de Platón), pero optó, a pesar de todas las dificultades, por plantearse esta cuestión desde la afirmación del ser. Para Platón y Aristóteles, puesto que hay seres, es posible interrogarse por sus límites. Esta posición les permitía también observar la excepción desde la regla y la enfermedad desde la salud.
La filosofía postmoderna, por el contrario, intenta teorizar el ser del límite. E inevitablemente se pierde en el intento. No hay ser más escurridizo que el del límite. Puesto que no sabemos lo que es el límite –nos vienen a decir los postmodernos- nos resulta imposible atrapar al ser. Benjamín fue el primero en dejar constancia de que, a diferencia de los antiguos, nosotros preferimos contemplar la norma desde la excepción. O, dicho de otra manera, en nuestro mundo es la norma la que tiene que justificar su sospechosa normalidad ante el tribunal de la excepción.
Qué acertado post. Este sí que es un blog magnífico e interesante. Me lo apunto, caballero ;)
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