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viernes, 9 de junio de 2006

La buena conciencia y la inmigración.

Hay que reconocer que la buena conciencia narcisista-ilustrada tiene un problema considerable con la inmigración (lo único realmente progresivo en nuestros tiempos). Ha descubierto que no puede abrir de par en par las puertas de Europa, porque las cuentas no salen. Por lo tanto, hay que ser selectivos. Pero entonces se ve abocada a un dilema infranqueable, porque la ética, queridos amigos, no nos es de mucha ayuda a la hora de elegir entre quien ha quedarse en África a pasarlas canutas y quien puede transitar libremente por Europa, a pasarlas como el azar y su capacidad dispongan. Pero la buena conciencia narcisista-ilustrada lleva años –de hecho desde que dejó de creer en la moralidad intrínseca de la historia- defendiendo la identidad entre ética y política. Pero no voy a adentrarme por esos derroteros. Sólo quiero recoger un comentario que, a modo de tabla de salvación, he escuchado ya repetidas veces en círculos necesitados del amparo de la falacia ética para sentirse en el lado bueno de la política. Se puede expresar de la siguiente manera: Los emigrantes son, en su inmensa mayoría, pobres, es cierto; pero en sus lugares de origen viven con dignidad su pobreza; mientras que en Europa renuncian a su dignidad por las pompas fútiles del consumo. Ergo… no pasa nada si les cerramos las puertas de Europa… por su bien. ¿No es enternecedora tanta candidez? Además –y perdonadme el recurso ad hominem- tal argumento suele salir a relucir en las sobremesas, adornando los aromas de los alcoholes y la repostería variada. Me imagino que hay quien cree, con el alma transida de buenas intenciones, poder lograr con argumentos de este tipo la síntesis moralmente tranquilizadora entre consumo y dignidad. Una síntesis que tendría la ventaja añadida de permitir aumentar el primero sin rebajar la segunda. Yo, por mi parte, para terminar pronto, os diré que no encuentro ninguna, absolutamente ninguna, dignidad en la pobreza. Sí he encontrado muchos hombres dignos entre los pobres, a los que no entiendo por qué habría de negarles, con criterios morales, el acceso al lujo pequeñoburgués que a mi me proporciona tantas comodidades.

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