lunes, 5 de noviembre de 2007

Speer, nuestro vecino

La tarde anterior a su detención, Albert Speer la pasó reunido con un grupo de oficiales norteamericanos. Una joven capitán, después de haber seguido sus equilibrios dialécticos en silencio, se le encaró con estas palabras:

“No comprendo sus posiciones. Nos dice usted que ya sabía desde hacía tiempo que la guerra estaba perdida para Alemania. Asegura usted que durante años había estado observando el horrible espectáculo de la camarilla de los crápulas que rodeaban a Hitler y de la que usted formaba parte. Sus ambiciones personales eran las de las hienas, sus métodos los de los asesinos, su moral la de los caníbales. Usted sabía todo eso. Y sin embargo se quedó allí. Y no solamente se quedó, sino que colaboró, diseñó proyectos y los apoyó hasta el final. ¿Cómo se puede explicar esto? ¿Cómo se puede justificar? ¿Cómo se puede soportar a usted mismo?"

Tras guardar silencio durante unos instantes, Speer le respondió a mi modo de ver de la manera más cobarde:

"Usted no puede comprenderlo. Es simplemente incapaz de comprender qué significa vivir en una dictadura; es incapaz de comprender ese juego de todos los peligros, pero por encima de todo, usted es incapaz de comprender el miedo sobre el que se fundó todo el sistema. Me imagino que tampoco se puede hacer usted una idea del carisma de un hombre como Hitler".

Esto era en 1945. En 1969 Albert Speer hablaba sin tapujos de la personalidad patológica de Hitler. Pero no es de esto de lo que quiero hablar. Speer no fue el único en redecorar su memoria tan pronto como pudo, sino de los “Speer” nuestros de cada día. Joachim Fest (Albert Speer, Berlín, 1998, p. 323) ha dicho al respecto:

“En un cierto sentido, Speer fue para Alemania más importante que Hitler, Himmler, Goebbels o los generales. En su persona vemos concretarse la revolución del gerente… La época les pertenece a los gerentes, por eso nos libraremos sin duda de los Hitler y de los Himmler. Pero los Speer, sea cual sea su destino individual, vivirán mucho tiempo entre nosotros".

6 comentarios:

  1. esta mañana oía por la radio que fue la banca privada la que financió las investigaciones de Marx, todo para conseguir integrar la crítica dentro del propio sistema: el sistema de los gerentes, del que Speer es uno más.
    ¿de veras no hay salida?

    ResponderEliminar
  2. Exacto los Speer son supervivientes, tienen ese instinto. ¿Cobardía? Pues no lo sé. Sólo hay una vida. Y no creo que compense su pérdida la ''condecoración'' del mártir. Si tuviéramos muchas vidas podríamos elegir entre ser cobardes o valientes. Pero a mí me da que con Hitler lo mejor era no decirle que había bebido mucho... no fuera a ser que te quedaras sin hijos. Como le sucedió a aquel otro hombre del que nos habló en días precedentes... ¿Cómo era aquello de que un hombre es él y sus circunstancias y si las salva a ellas... se salva él? Lo importante es la vida. Sólo hay una. Pero millones de ojos para juzgarla.

    ResponderEliminar
  3. Bueno quizás para usted, don Gregorio, sean infravivientes...

    ResponderEliminar
  4. Son los colaboradores, y en ese caso no son cobardes ni están fascinados, sino que se aprovechan del líder y de suy camarilla para situarse en una posición, presupuntamente superior intelectualmente. Desprecian al líder o lo toleran afectuosamente, o acaban apreciándole adoptándo frente a ellos actitudes sumisas. Sper consideraba que en cierta manera él era una especie de hijo de Hitler, y no debemos olvidar que fué de los pocos ministros que acudió a despedirse al bunker de Berlín.
    Pero no hay en ellos la menor ideología sino la fascinanción por el ascenso, la vanmidad por la posición y la sensación de estar entre los importantes,
    Son los gerentes, si, claro, los más banales de todos, porque pordebajo de ellos todo es ya burocracia. Me atrevería a decir que son los "intermediarios entre el terror y la eficacia".

    ResponderEliminar

La Isla de Siltolá

 I Finalmente, después de varios intentos fallidos, el mensajero nos ha encontrado en casa y me ha entregado los ejemplares de Una triste bú...