lunes, 17 de noviembre de 2025

Hooligans

Me da miedo leer la prensa. Los míos me deprimen y los otros me enfadan. Es lo que suelo hacer cada mañana, temprano: repasar las revistas de psicología y pedagogía a las que estoy suscrito y mirar en diagonal las portadas de varios diarios de ideas claramente contrapuestas.  Tal como están las cosas, debiéramos juzgar a la prensa española más por lo que cada medio calla sobre los suyos que por lo que cuenta sobre los otros y, desde luego, mejor no juzgarla por lo que opina. Obviamente, yo tengo mis afinidades, parcialidades y fracciones. Y cuando abro un diario de los "afines" lo hago temiendo qué noticia sonrojante me va a saltar a la cara. La política tiene una virtud insospechada en la juventud: la de fortalecer nuestra resistencia a la frustración y quizás debiéramos juzgarla por eso. No solo por eso, claro, pero también por eso. No creo que los políticos actuales sean peores que los de otras épocas. Ni tan siquiera gritan más que los de antes. En el parlamentarismo español siempre ha habido alguna manada de jabalíes. Pero uno esperaba -sin argumentos, ahora lo sé- que la práctica democrática fortalecería los hábitos parlamentarios y que la igualdad del "un hombre un voto" estaría acompañada por la dialéctica entre la razón parlamentaria y la razón de la calle. La verdad cruda, la verdad políticamente obvia es que todos somos hooligans más o menos fervorosos. No vamos al campo a ver un partido, sino a ver ganar a los nuestros, a ser posible, por goleada.

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