Todo va evolucionando bien. Mi pierna apenas se queja y tiene la delicadeza de dejarme dormir en paz... casi a pierna suelta. De vez en cuando mi rodilla me recuerda que está allí y me suelta un ligero pinchazo de dolor, pero es poquilla cosa. Los cinco puntos de la cabeza van haciendo su labor y tampoco me dan molestias. Me cuesta un poco más la inyección diaria de heparina. Lo que no logro es reconstruir mi caída. Mi mujer me cuida con esmero, desvelo y una meticulosidad de cirujano afectivo. Y les mentiría si les dijese que no me gusta ser el único objeto de sus atenciones, sin la competencia de nietos e hijos. La gente se preocupa por lo que me pasa cuando me ve pasar asido a mis muletas y cocino sentado en un taburete. Hay reductos de independencia y soberanía que bajo ningún concepto han de ser transferidos... ni tan siquiera a tu mujer. Avanza el libro que escribo con Fausto Di Biase y el sol luce a ratos sobre la plaza de Ocata y cuando lo hace, todo encaja y hasta ser convaleciente al sol de otoño tiene sus pequeños placeres. Ya ves, querida B., humanos somos y nada humano nos es ajeno.
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