domingo, 16 de noviembre de 2025

El Valle de Josafat

Domingo luminosos, con un matinal paseo renqueante que me ha dado para 4.000 pasos. El sábado por la tarde viaje con mis hijos y nietos a Pamplona. Mi suegra cumplía 100 años y lo celebramos con una copiosa comida familiar. Mi mujer ya estaba allí, esperándonos. Cada vez que viajo a Pamplona me sorprendo de la voracidad con que esta ciudad se nutre de sus límites.  Hoy está rodeada de barrios y barrios desconocidos para mí, en los que me perdería sin la ayuda de esa brújiula moderna que es el móvil. A mis nietos les sorprende el verde -¡tantos verdes!- de los parques y a mí, como de costumbre, las variaciones caprichosas del cielo. Cumplir cien años no es poca cosa. El anciano Platón -¿cuántas veces habré contado esto?- trata a los ancianos, en su obra postrera, las Leyes, de «imágenes vivas de los dioses derruidas por el peso de la edad» y nos pide que los tratemos bien, pues si hay otra vida, ¿quién podrá interceder por nosotros con más vehemencia que nuestros padres? Una vez una mujer muy anciana, de Pamplona, por cierto, me aseguró que al morir vienen a recogernos nuestras madres, para llevarnos de la mano al Valle de Josafat, culminando así con su misión de verdaderos ángeles de nuestra guarda. 

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