Después de habérnoslo dado todo, aún saca, no sé de dónde, lo que le exigimos, martirizándolo para exprimirle hasta la última gota. Y así día tras día. Cada mañana mi mujer y yo comentamos que hay que comprar pasta de dientes, pero por lo que sea, cada día nos olvidamos. Y el caso es que el tubo enrollado en sí mismo sigue dándonos pasta para limpiarnos los dientes. ¡Y después dicen que ya no hay milagros! Yo le haría un monumento al humilde tubo de pasta de dientes por su magnífico ejemplo de desprendimiento, entrega y dadivosidad.
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