lunes, 27 de octubre de 2025

El bullying y la indignación moral

Oía hace unos días por la radio las tremendas reacciones de los comentaristas de un programa a propósito de un caso dramático de bullying y, mientras sentía que estaban cayendo sobre mí toneladas de indignación moral (que posiblemente hacían creer a muchos oyentes que este sí que era un programa con conciencia), me preguntaba si no nos falta una palabra para nombrar la competición por la capacidad de escándalo. Si el bullying es el desprecio agresivo contra el que crees que no encaja, la indignación moral es el desprecio agresivo contra los que ponen en cuestión la imagen idílica de una sociedad de encajes emotivamente perfectos. Los tertulianos veían todo diáfano, aquí estaba la víctima, aquí los agresores, aquí los consentidores y aquí los negligentes, pero era obvio que no tenían información objetiva de nada. La culpa era del director de la escuela o "del jefe de estudios", puntualizó otro y, por supuesto, de los padres de los agresores, incapaces de controlar el matonismo de sus hijos.  Y después, al finalizar el programa, se despidieron con la conciencia rebosante de emotividad dulzona -la mermelada sentimental que lo pringa todo-, hasta que la realidad les proporcione otro motivo para lucir su capacidad de escándalo. Pero la indignación moral, que convierte la sociedad en un infierno de salvadores y plañideras, no ayuda a comprender y, por lo tanto, no ayuda a solucionar... Si es que hay soluciones fáciles, en un sistema que cree en la bondad innata del niño y en la escolarización obligatoria, contra los matones de patio. No lleva bajo la luz de la objetividad los hechos a analizar, sino que pone al escandalizado en el pedestal de la bondad, reclamando para sí todos los focos. 

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