Las nuevas tecnologías han sido para mí una bendición del cielo. Ayer, por ejemplo, me escribió un entrañable y sabio librero de viejo desde Montevideo. Ni más ni menos que Roberto Cataldo, el propietario del Galeón de Roberto Cataldo. ¡Qué. buenos ratos he pasado con él y entre sus libros! Me dice, entre otras muchas cosas, que Pablo da Silveira pasó por el Galeón y estuvieron hablando de mi. A Pablo lo conocí hace ya no sé cuántos años, en un viaje inolvidable a Uruguay. Gracias a él traté con Antonio Mercader, pariente de Ramón Mercader, que me ofreció información valiosísima sobre su familia. Pablo llegó a ser ministro de educación de Uruguay, lo cual me permitía presumir de que tenía un amigo que era ministro de educación y tenía las ideas claras. Obviamente nadie me creía. Una rara avis de este calibre resultaba inverosímil. Gracias a Cataldo he recuperado el contacto con Pablo, que me cuenta que está escribiendo una historia de la educación de su país. Yo ando preparando la charla que tengo que dar mañana en la UIC junto al grandísimo Higinio Marín. Ando... pero ando mal. Mis rodillas aúllan. Si siguen el proceso de degradación que estoy experimentando no sé qué será de mí de aquí a un par de años. Hace años, gracias a Philip Rieff, comencé a ver claro que estamos viviendo en una sociedad terapéutica. El homo politicus ha sido sustituido por el homo therapeuticus. Hoy leo en la prensa que la venta de libros de autoayuda ha aumentado en España un 50% en los últimos dos años y que grandes grupos de inversión internacionales ha descubierto el filón del negocio del malestar. En este sentido, hasta estoy contento de tener un mal tan fácil de objetivar como el de unas rodillas descascarilladas. Os dejo que voy a poner en el fuego unas alubias blancas.
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