Hay en la plaza del Milagro del Mocadoret, en Valencia, una librería de viejo interesante, a la que visito cada vez que ando por la ciudad. Esta vez me ha sido imposible cruzar su umbral. El propietario la abre cuando le da la gana -y en estos días he comprobado que de gana anda muy escaso- y el encargado de abrirla y cerrarla no está dispuesto a dejar entrar a nadie mientras el propietario esté ausente. Me insiste en que no sabe cuándo vendrá, si dentro de un minuto, de cinco, de dos horas... o si vendrá o no. La escena se repite durante tres días, mañana y tarde. Finalmente, al tercer día desisto y me voy con malas caras. Entonces el empleado displicente me grita que si quiero algo concreto, que se lo diga. Pero no, no busco algo concreto. Con lo concreto e inesperado es con lo que me gusta encontrarme en las librerías de viejo.
Llego de Valencia a mi sofá, que siempre me acoge solícito y desbordante de amor. Es bueno tener en la vida algo que siempre tiene la forma de tu deseo. Llegué a casa a eso de las 15:30,, con las rodillas que parecían cáscaras de huevo vacías. Me arrojé a sus brazos y ya no me moví de ellos hasta que el sueño me condujo de la mano hasta la cama. Hay repartidas por el mundo magníficas habitaciones de hotel, con vistas espléndidas e interiores de lujo, pero ninguna es tu casa. Me despierto cuando comienza a amanecer y hago un repaso a la prensa del día. Un repaso superficial y en diagonal, que el interés por la actualidad no me da para más. Me encuentro en un diario con este titular: «La educación sigue siendo el único escudo para frenar la marea de emociones y liturgias que está marcando el curso de la política actual». Dejo de lado la consideración de que educar es armarse de un escudo y, también, la «marea de emociones y liturgias» porque eso es, básicamente, la política. No hay partido político que no juegue con emociones y liturgias, propias y ajenas. ¿Y con qué me quedo entonces? Pues con la sospecha de que los educados son los que comparten mi visión del mundo. A esta concepción sectaria de la educación se le llama también «pensamiento crítico», que ya saben ustedes que es el pensamiento que coincide con el nuestro.
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