Llega un momento en que todo el mundo comienza a tener novia y sabes que ya no hay vuelta atrás; llega un momento en que todo el mundo se casa y tú andas haciendo planes de boda. Después te ves rodeado de amigos con hijos que no hacen más que hablar de reuniones de padres y de escuelas. Llega un momento en que los hijos comienzan a volar a su aire y todos comentamos la extrañeza de los nidos vacíos. Llega el momento en el que basta con detenerse a saludar a alguien para que acabes hablando de la salud. Llega el momento en que menudean tus visitas al cementerio. Y llega el momento en que caminas con muletas y descubres, sorprendido, la de personas que van con muletas por las calles de tu pueblo y que hasta hoy mismo eran invisibles. Y llega el momento en que te pones a pensar en que eso de la autonomía, que es el nombre de la principal religión laica del presente, está bien como broma, pero que, en realidad, todos vamos, arrastrados por la corriente, despidiéndonos de lo que queda atrás y saludando a lo que llega, con la ilusoria convicción de que la corriente es nuestra voluntad.
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