martes, 27 de noviembre de 2007

Pierre Manent sobre Leo Strauss


Libres e iguales, exentos de prejuicios, cediendo sólo a la evidencia, dedicados a la razón, así somos desde 1789. Descartes y Voltaire, como mínimo, adornan el árbol genealógico del menos ilustrado de nosotros: No somos todos hijos de la Ilustración? Esta leyenda dorada de nuestras democracias –aún dominante- está acompañada y combatida, como es natural, por una leyenda negra, casi igualmente extendida: no hay nada más contrario a la integridad humana que la razón y la democracia modernas que, de fracaso en fracaso, conducen al hombre occidental al último grado de degradación. Estas dos leyendas contrarias han sido elaboradas y acreditadas por algunos de los principales filósofos de los dos o tres últimos siglos. ¿Si la filosofía, cuya intención primera era librarnos de prejuicios, es en realidad la fuente principal de mitologías y de “religiones seculares”, dónde encontrará refugio la libertad del espíritu? Ningún otro pensador ha sido más sensible a la gravedad de esta paradoja que Leo Strauss.

Judío nacido en Alemania en el cambio de siglo, llegó en 1938 a los Estados Unidos, profesor en la Universidad de Chicago, Leo Strauss no parece un filósofo. No habla ni de la percepción, ni de la voluntad, ni del ser, ni de la nada, sino de que las experiencias fundamentales, auténticas si se quiere, ya no nos son inmediatamente accesibles. Nosotros, los modernos, somos personas con muchos siglos que mezclamos nuestras sensaciones y nuestros recuerdos; una investigación muy larga e indirecta es indispensable para redescubrir ese mundo natural que hemos perdido. ¿En qué consiste esa investigación? Se trata de aprender a leer.

Porque desde el siglo XIX se ha podido escribir en Europa casi libremente, olvidamos las terribles restricciones que han pesado a lo largo de los siglos sobre la escritura y, en particular, sobre la escritura filosófica. Para protegerse de la intolerancia de las religiones cívicas o reveladas, los filósofos tuvieron que elaborar un arte de la escritura extraordinariamente refinado. No se trataba solamente de evitar la persecución. Los propios filósofos pensaban que la filosofía era peligrosa; no deseaban abolir los prejuicios protectores de la ciudad, eran felices si conseguían moderarlos mientras dirigían hacia la filosofía a los pocos lectores capaces de leer entre líneas. Este arte olvidado de la escritura ha sido exhumado por Leo Strauss y ha puesto de manifiesto sus reglas y sentido. Por ello mismo ha revelado a la vez la extraordinaria audacia y el sorprendente provincialismo de los dos últimos siglos. Audacia de pensar, de escribir y de actuar como si la filosofía pudiera llegar a ser popular, o como si la sociedad pudiera llegar a ser racional, o como si la cuestión religiosa pudiera separarse de la cuestión política y enclaustrada en el elemento inofensivo y algodonoso de las “opiniones” y de los “valores”. Provincialismo de creer que el gran drama de tres personajes –la ciudad, la religión y la filosofía- había sido conducido a una conclusión feliz y definitiva por el Ministerio de Historia y de Cultura.

La distancia irreductible y el conflicto latente, entre la ciudad y la religión de una parte, y la filosofía de otra, se expresan de esta manera: para la filosofía, desde su invención o su reforma socrática no habría, hablando rigurosamente, ninguna ley racional. Pero si la filosofía es y no puede ser más que puramente racional, la ciudad y la religión están necesariamente fundadas sobre la Ley. Strauss estima que este conflicto es el resorte último de la vitalidad del espíritu europeo u occidental.

Este texto de Pierre Manent apareció en Commentaire, n. 45, 1989.

Nota: La “Ley”, con mayúscula, a la que Manent hace referencia en el último párrafo, no es ni la ley natural ni ninguna ley basada en el positivismo jurídico, sino “La” ley.

5 comentarios:

  1. La Ley de una selva ajardinada, entiendo (o no).
    En cualquier caso es el texto más claro de los pocos que he leído sobre Strauss.

    Lola

    ResponderEliminar
  2. Lola: Intentaré traer otros textos de este tipo.
    ¿La ley de la selva?
    Me imagino que Leo Strauss te diría que sí, pero te lo diría al oído, en un susurro, con el convencimiento de que la ley funcionará mientras no sepamos que vivimos en la selva.
    ¿Ajardinada? También te diría que sí y de la misma manera. Y posiblemente te añadiría que hay jardín mientras trabaje el jardinero para contener el avance de la selva.

    ResponderEliminar
  3. Luri: ha llegado el momento. Dame, por favor, dos o tres títulos para acercarme a Straus. Gracias por anticipado.

    ResponderEliminar
  4. Luis: Es que empieces por donde empieces tendrás, si quieres comprenderlo, que volver a empezar. No te aconsejo, en todo caso, el "De la tiranía", ni "Derecho natural e historia". Quizás la "Biografía intelectual" de Daniel Tanguay que recientemente ha sido editada en castellano sea una buena vía de entrada. Pero hay que adentrarse en ella dispuesto a fracasar. Después puede ser interesante "La ciudad y el hombre".
    Lo desesperante de Strauss es que se niega a enseñar. Se niega a dar apuntes, resúmenes o esquemas. Strauss es una selva. Pero, a mi modo de ver, en eso reside su fascinación.

    ResponderEliminar
  5. Luri: seguiré tu consejo seguro de que el fracaso será lo suficientemente satisfactorio.

    ResponderEliminar

Júbilo

I Amanecer en Atocha. Todos estamos de paso. Las estaciones son monumentos al desarraigo, especialmente a esta hora de la mañana, cuando aún...