domingo, 22 de julio de 2007

Postales filosóficas: Seth Benardete

Seth Benardete no es, desde luego, un filósofo especialmente conocido entre nosotros, aunque sea un gran helenista y un pensador riguroso y sagaz. Eso sólo demuestra que cuanto más desconocemos a los filósofos norteamericanos más convencidos estamos de que en los Estados Unidos apenas hay pensamiento filosófico relevante. Pero no pretendo ponerme serio, sino transmitir una curiosa anécdota de Stanley Rosen que rememora los tiempos en que compartía con Benardete la condición de discípulo de Leo Strauss en Chicago.

Cuenta Rosen:

"En 1949 Seth Benardete era para mí un ser completamente exótico. Recuerdo vividamente una larga conversación que mantuvimos una noche en su dormitorio durante la cual me confesó que consideraba inmoral amar a seres humanos. Como yo era un joven con cierta proclividad a esta forma de inmoralidad, no acabé de creérmelo y le pregunté qué deberíamos amar. Me replicó con un tono magisterial: “¡La cerámica griega!”


Y como todos los caminos nos acaban llevando a cada uno a nuestra particular Roma, os presento la portada de uno de los libros de Benardete, ilustrada con un hermoso yelmo de plata tracio que se encuentra en el "Detroit Institute of Arts" (400 a.C.).


5 comentarios:

  1. Sé que has puesto lo de los Tracios por mi, pero no te daré ese gusto.




    ¡pervertido!

    ResponderEliminar
  2. Lamento tener que darle doblemente la razón. Lo que más me duele, sin embargo, es su puntería al tratarme de pervertido. ¡No quiero ni pensar lo que diría mi santa madre si supiera que tiene un hijo tracólogo!

    ResponderEliminar
  3. Un poema de Jaime Gil de Biedma termina:

    Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,
    y la más innoble
    que es amarse a sí mismo!

    ResponderEliminar
  4. Hernán: ¡Cómo te agradezco esos versos! Definitivamente uno está condenado a reencontrarse con sus afinidades allá por donde vaya. Pero tienen más de fatales que de electivas. Gil de Biedma es el poeta que me hizo amar la poesía. ¡Y de repente, esos versos...!

    ResponderEliminar

La Isla de Siltolá

 I Finalmente, después de varios intentos fallidos, el mensajero nos ha encontrado en casa y me ha entregado los ejemplares de Una triste bú...