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martes, 31 de julio de 2007

A vueltas con la educación

A Claudio

Claudio me ha propuesto que comente el artículo de Rafael Sánchez Ferlosio, titulado “Educar e instruir”, que aparece en El País como respuesta a otro previo de Fernando Savater (“¿Ciudadanos o feligreses?”).

Diré para comenzar que tengo una extraña relación con este libre pensador que es Sánchez Ferlosio. Me gusta su prosa, me gusta su valentía para decir lo que piensa, pero me irrita que esa prosa y esa valentía no vaya siempre acompañada de la reflexión necesaria.

El texto de “Educar e instruir” es extenso y lleno de matices, por lo cual animo a quien esté interesado a leerlo despacio. Yo me voy a limitar a comentar alguna de sus ideas.

Hay una cuestión previa que no carece de relevancia: Sánchez Ferlosio, aunque no lo explicite, está defendiendo, en este y otros escritos de este tipo, la gran tradición de la Escuela Republicana Francesa, diseñada por dos figuras tan notables como Victor Cousin y Alain y que tiene como trasfondo, la defensa hegeliana de la enseñanza media y primaria como lugar intermedio entre la familia y la sociedad. Si en la familia se le trata al niño por ser quien es; la sociedad lo valorará por sus capacidades (por lo que sabe hacer). La escuela es la institución social que facilita el tránsito del niño de la familia a la sociedad, bajo la tutela del Estado, que garantiza los principios de igualdad e impersonalidad para la realización del gran principio revolucionario francés: el de abrir las carreras al talento. Y nada más alejado de este proyecto que la “enseñanza personalizada” o –en palabras de Sánchez Ferlosio- “la perturbadora intromisión de los papás y las mamás en las tareas de la enseñanza”.

La escuela postfranquista ha desarrollado un extraño modelo, al que podemos denominar “escuela pública” que nunca estuvo bien teorizado y que, en la actualidad, nadie parece saber muy bien en qué consiste ni para qué sirve. Prueba de ello es la sucesión de leyes de todo tipo, que sólo ponen de manifiesto la grave desorientación de los gobiernos estatales y autonómicos. Sin embargo cuanto más perdida parece, más se aferra a las grandes palabras. Contra ellas arremete con agudeza Sánchez Ferlosio. En primer lugar contra el principio del "espíritu crítico", respecto al cual dice una verdad de Perogrullo: “no puede ser materia de enseñanza, ni menos todavía de educación, sino que, por añadidura (…), es algo que sólo puede surgir precisamente de los contenidos.” Efectivamente. Circula por ahí la piadosa idea de que es posible enseñar “espíritu crítico”, “autonomía personal”, “creatividad” y virtudes semejantes como si constituyeran un casillero independiente de nuestra personalidad que bastara con llenar con la instrucción adecuada para conseguir su dominio por parte del alumno. Cualquiera que tenga experiencia educativa sabe que esto es una quimera. Pero limitándonos al “espíritu crítico”, quien quiera saber en qué consiste, le bastará pensar en su propia experiencia. Uno desarrolla el espíritu crítico cuando no se contenta con asimilar pasivamente contenidos que no concuerdan entre sí. Y para ello, obviamente, lo primero es disponer de contenidos.

En segundo lugar entra Sánchez Ferlosio a considerar una cuestión que está levantando todo tipo de polémicas cuando, a mi modo de ver, no las merece. Se trata de la famosa “Educación para la ciudadanía”. Miren ustedes, con esta materia el gobierno pretende decirnos que cumple sus deberes. Como bajo la perspectiva socialdemócrata los males sociales se combaten en primer lugar con la educación (recuerden aquello de Victor Hugo: "Una escuela que se abre es una cárcel que se cierra"), si se introduce una asignatura de educación para la ciudadanía, todos seremos mejores ciudadanos, viviremos felices y comeremos perdices. Si digo que no merece la pena entrar a discutir esta cuestión es por un motivo muy claro: los profes socialdemócratas, que son los que, por coherencia ideológica, deberían dar un paso adelante para impartir esta materia, se escabullirán todo lo que puedan, exactamente como el resto de sus compañeros, así que impartirá esta asignatura un profesorado desconfiado a un alumnado escéptico. Tendremos así una nueva “maría” que dará motivo para organizar debates, ver películas y elaborar murales y cualesquiera otras actividades capaces de rellenar el interminable espacio de una hora mariana. ¿Qué recuerdan ustedes de sus clases de ética? ¡Pues eso!

La escuela no es una isla, sino que tiene puertas y ventanas que dan a la calle, en primer lugar, pero también a los medios de comunicación, a la publicidad y las modas varias. Digamos que está rodeada por un ambiente en el que las formas (los antiguos buenos modales) se cotizan poco, muy poco; el “usted” casi ha pasado a ser una palabra arcaica (por eso yo la he apadrinado en este Café de Ocata), la prohibición (sea la que sea) es una conducta fascista y el mercado impone sus criterios amorales, mostrándonos al ser humano como una unidad de producción y consumo. Y ante esta realidad el profesor está… pues como está. Hablen ustedes con ellos. “¿Qué va a hacer el profesor contra la fuerza educativa de las actuales formas de ocio y diversión, contra la constricción del grupo, dotado de un poder de convicción y de una autoridad incomparable?

Respecto a la prohibición, dice Sánchez Ferlosio otra perogrullada, pero casi clandestina: “Las democracias de hoy muestran enormes resistencias frente a la sola idea de "prohibir". Con todo, prohibir me parece un punto más democrático que "impedir": el que impide pone un obstáculo en las cosas, el que prohíbe apela a la persona, aunque sea bajo amenaza de castigo". Un poco más adelante completa esta idea con la misma rotundidad, pero refiriéndose a la censura: “El mercado es ya naturaleza del mismo orden de necesidad que el hambre misma. La publicidad, que hoy ya le es absolutamente imprescindible, se defiende con el que es uno de los máximos tabús de prohibición de la llamada democracia: el tabú de la censura. La censura es totalitaria. La democracia vive de la ilusión de libertad que le produce la execración del totalitarismo”.

Alguna vez he defendido públicamente que si hay algo que salvar en el alumno, entonces hay algo que prohibir. Lo dejo así. Quien me quiere entender, me entiende. Y con eso me basta.

14 comentarios:

  1. yo recuerdo mis clases de ética, aunque no se llamaban así. en el instituto se llamaba Sociedad, Cultura y Religiones.

    Pero sobretodo recuerdo la famosa hora de ética que conseguió mi clase en el colegio católico al que fui antes del instituito.
    Fuimos el primer curso en coseguir misas voluntarias y arañamos una hora cada dos semanas para hablar de lo que queríamos, ya que nuestro tutor era precisamente el cura del lugar, pero el hombre estaba tan mayor que ya no se escandalizaba ante cristos decapitados o "customizados". accedió a dar una hora de algo que llamabamos "ética" pero que se trataba de no hacer religión (de forma más o menos extraoficial). y nos lo tomamos muy en serio. habíamos luchado por esa hora, habíamos hecho unas propuestas de temas y fue una experiencia que seguramente no se haya vuelto a dar en un lugar como ese colegio.
    Tuvimos una memorable clase sobre drogas, en la que descubrimos todo un mundo de sustancias de las que hasta entonces ni habíamos oido hablar (y de las que yo no he vuelto casi a saber más). y otra memorable clase de sexología que dio para preguntas que aun recuerdo y en la que se aclararon cuestiones que, con el tiempo, he descubierto que la mayoría de la gente no las tiene claras, pero se sienten demasiado mayores y con demasiado miedo o verguenza para preguntar.

    y por cierto, recuerdo un ciclo de cine, organizado por el ayuntamiento o no sé qué organismo, con sus correspondientes cuadernos didácticos, que estaban extraordinariamente bien planteados.

    vale, tuvimos suerte, pero fue una suerte que nos ganamos y cuando alguien nos escuchó supimos aprovechar la oportunidad. yo nunca esperé que la clase, la típica panda de adolescentes más o menos descerebrados que éramos, respondiera con aquella seriedad y sinceridad. y fue bonito verlo y vivirlo.

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  2. Muy interesantes las reflexiones, y también el artículo, aunque el autor no es santo de mi devoción, me modero en mis ansias comentaristas ya que a veces, escribir sobre la educación -y en concreto sobre la escuela- es 'llorar', tal y como van las cosas.

    He estado equivocada hasta hoy con esa frase de Hugo que yo atribuía a Concepción Arenal, probablemente ella debía citar al escritor. La escuche a través de un antiguo y ya viejo director de escuela -de aquellos del cuerpo de directores con el que se acabó de forma expeditiva e irracional- que había perdido la fe en la educación y decía que de eso nada, que la escuela no garantizaba nada.

    Hemos perdido los papeles con todo eso de la creatividad, la participación, el espíritu crítico, la señu y el profe y los traumas que, se suponía, podía producir un exceso de autoridad.

    Se han producido reflexiones interesantes, como las de Cardús y otros, pero sin efectos prácticos, hasta la fecha. Se cambian los planes, se editan libros nuevos y ya está.

    Hay demasiada gente viviendo de la educación desde los despachos, departamentos, centros de recursos, asesorías y otras invenciones diversas. Han de justificar sueldos y van elaborando teorías, proyectos, planes y planificaciones desde las alturas. Me recuerdan aquella canción de los vieneses sobre los que vivían del cordero.

    No sé con ens en sortirem...

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  3. El tema da para mucho. Como mexicana, siempre me ha dado mucha grima la poca educación que hay en la sociedad española (hablo en general). Me refiero a las costumbres generales que se refieren a la cortesía. Aquí poca gente te saluda (cada vez menos en las tiendas, por ejemplo, cuando vas a pagar), No pocas veces, cuando he pedido algo 'por favor', me han contestado: "No, por favor, no (o nada): esto cuesta tanto". Respuesta tan grosera que me ha llevado a soltar un pequeño discurso tal como: " Además de pagar el precio, le pido esto por favor porque soy educada, pero ya veo que usted no", etc. SI te atropellan al pasar, casi nunca piden perdón o se disculpan. La gente aquí, parece poco dada a la cortesía social, al contrario que en Francia, o que en México, donde quizá la gente es excesivamente cortés, hasta llegar a ser un poco cursi.
    Esto se refleja en la escuela. Una de las ramas de la educación es la cortesía social, que permite una convivencia más suave, más fácil, más acogedora.
    Esto no tiene que ver directamente con la imposición o la introducción del usted. Uno puede ser cortés (o respetar) al otro hablándole de tú. Tiene que ver con el tono de voz, con el saludo, con las fórmulas que se empleen para comunicar.
    En cuanto a la educación para la ciudadanía, en México desde siempre (bueno, yo tengo 57, de ahí el adverbio), se ha impartido una clase que se llama "Civismo". Me parece normal que uno aprenda en la escuela su Constitución, sus deberes y derechos como ciudadano; que 'aprenda' a respetar a los otros (sin distinción de razas, géneros, clases sociales, etc.) o que uno aprenda a respetar los símbolos de su país. Ya sé que en España esto no existe, no están acostumbrados a vincularse afectivamente a su bandera o a su himno, porque todo eso fue, de alguna manera que no alcanzo a explicarme del todo, 'secuestrado' por el franquismo. De modo que si un español se siente emocionado al oír su himno o al ver ondear su bandera, no lo dirá ni muerto o se expone a ser catalogado de 'facha', ese epíteto que tan fácilmente acude a los labios de muchos españoles. Para mí eso es incomprensible. Incluso esos símbolos, en ciertos lugares (tales como el País Vasco o Cataluña), son vistos como ingerencias 'imperialistas' y por lo tanto, rechazados frontalmente. Por lo que supongo que la asignatura de Educación para la ciudadania se adaptará a las autonomías y no al país. Esa discordia entre España y algunas autonomías es uno de los problemas que tiene este país y que no creo que se resuelva hasta que no se haga un cambio en el sistema del estado.
    En cuanto al conocimiento, qué difícil. Hace mucho que padecemos esos cambios cuatrienales de planes de estudio, esos conceptos 'pedagógicos' de que habláis. SIn embargo, yo veo muy claro que la labor del profesor es transmitir conocimientos, dentro de un marco de cortesía y de educación, claro está. Y creo que eso es precisamente lo que nuestros alumnos esperan de nosotros. Creo que quien comprende esto no tiene problemas en su profesión. No tiene provblemas de disciplina. La indisciplina en las aulas, no me cansaré de repetirlo, sólo se da cuando el profesor no sabe transmitir conocimientos, no sabe marcar las pautas de convivencia en el aula. Cuando sabe hacer su trabajo, sus alumnos funcionan. Ellos agradecen tanto la disciplina como el conocimiento. Y responden a la cortesía con cortesía, porque no es verdad que los jóvenes se resistan al control o al orden. Al contrario. Se sienten mucho más cómodos con ellos, siempre y cuando este control o este orden esté basado en la justicia, en la cortesía y en el respeto.
    Mucha gente habla de la educación y muy poca sería capaz de estar en un aula con treinta adolescentes. Mucha gente que habla no es capaz ni de educar a sus hijos, ni siquiera de estar con ellos en armonía dentro de su casa. Los que trabajamos en la educación generalmente hablamos de cómo nos va en esta feria, personificamos, no hablamos en general de los problemas de la Educación, sino de nuestra propia experiencia. La mía es una experiencia feliz, basada en esos pocos parámetros que ya he mencionado, pero también es cierto que mis hijos desde chiquitos saludaban a los vecinos en el ascensor y decían "con permiso" cuando tenían que pasar. Simplemente, mis alumnos siguen conmigo esos mismos pasos y lo pasamos bien, y aprendemos. Sólo se puede transmitir el conocimiento a través del buen orden en el aula. El conocimeinto pide silencio, no puede transmitirse en medio del bullicio. El silencio conforta, la palabra puede ser dicha y escuchada. Eso no implica la inexistencia del diálogo, sino que lo estimula y lo vehicula.
    Un abrazo, Gregorio y perdona si, como siempre, me voy por las ramas de tu post.

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  4. No sé de qué cambios constantes habláis. Hace ya muchos (demasiados) años que se implantó la LOGSE (desastre nacional donde los haya), vendiéndola i/o imponiéndola con un dogmatismo ideológico de corte progre-totalitario que todavía está presente. Me acordaré siempre de quienes la promovieron y la votaron y de los pequeños comisarios educativos que velaron diligentemente por su cumplimiento en los centros (de sus padres ya me he olvidado).

    Por lo menos dos de los dogmas están en el centro de la crítica acerada y acertada de Ferlosio en el artículo, y resaltada por Gregorio en el post. Para no alargarme: "Aprender a aprender" y
    "Prohibido prohibir".

    Me interesa sobre todo -coincido plenamente- la demarcación ferlosiana. La delimitación de espacios: el privado familiar y la escuela secundaria (también primaria, claro) como necesaria introducción al espacio político (si es que eso existe todavía, que lo dudo) en lenguaje de Arendt.

    Cuando la Logse empezó a mostrar su cara poco amable, es decir tan pronto se aplicó, se impuso la curiosa y tramposa justificación: "La escuela es un reflejo de la sociedad. La sociedad va mal. Ergo..."; pero, antecedía y seguía siempre, en contradicción con tan impecable silogismo,, la consigna-dogma: "la escuela debe abririse a la sociedad". Visto lo visto, yo diría que lo que debería es cerrarse, cerrar puertas y ventanas para lograr un espacio en condiciones en donde transmitir conocimientos ("Instruir"), en un ambiente de orden (quién haya visto a distintos grupos de alumnos moverse, arriba y abajo, en busca de un crédito variable absurdo, cual personajes en busca de autor, me entenderá), principio de autoridad y silencio (importantísimo, el silencio). Porque, aunque la sociedad de masas (amorfa, amasada, sin distinción de espacios, sin fronteras, y, lo peor, ruidosa)) o democracia totalitaria, que preveía también Arendt esté a la vuelta de la esquina, yo sigo optimista y, por experiencia propia, creo que Hugo tiene razón, siempre que la escuela no sea reflejo, sino antídoto, de una sociedad extrañamente carcelaria, concentracionaria vaya.

    Lola

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  5. Tzesire: lo único que puedo decirle es que me alegro de que las cosas le fueran bien. Pero me temo que esa actitud no es excesivamente frecuente en nuestros centros de enseñanza.

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  6. Júlia: sigo muy de cerca las reflexiones de Salvador Cardús. Juntos, probablemente en septiembre, pondremos en marcha un proyecto que me apetece mucho. Si sale adelante, ya te contaré de qué va.

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  7. Gabriela: No tengo nada que perdonarte, sino exactamente lo contrario. Me ha encantado leer tu texto. Alguna vez tendremos que plantearnos seriamente liberarnos de los complejos antifranquistas.

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  8. Lola: Júlia tiene razón, tratar de educación en España es llorar.

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  9. Claudio.

    ¡Cáspita! Ayer colgué, sobrepasando lo educadamente razonable, mi sugerencia y me encuentro con esta respuestaza. No sé decirle cuanto se lo agradezco. No nos (al menos yo) lo merecemos, Sr. Luri.
    La leeré con todo el detenimiento que se merece. En una primera vuelta, me gusta su observación acerca del estilo del autor. Escribir siempre desde el cabreo tiene su precio.
    Muchas gracias de nuevo y no nos acostumbre tan mal, que nos vamos a viciar.

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  10. Buen artículo y debate. Me ha gustado tu visión alternativa sobre el artículo de SF. Y tus ideas sobre la educación para la ciudadanía están cargadas de realismo.

    Yo tiendo a coincidir bastante con los argumentos de SF al respecto; pero en un contexto más amplio, creo que la educación es uno de los más patológicos exponentes de un "democratismo fundamentalista" del que se puede hablar mucho y contra el que se puede hacer poco. Claro está que una de esas escasas cosas que podemos hacer es hablar y publicar sobre el tema.

    No conocía tu blog, pero lo voy a seguir a partir de ahora. Hasta pronto.

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  11. "Los sueños de a razón", que produce monstruos: me cuesta agradecer tu presencia, trayendo este nombre tan amenazador a este Café que aunque sólo sea una miaja kantiano, está dispuesto a defender esa miaja a botellazos si hace falta. Pero, bien está el incordio creativo, así que pasa, pasa, y pide lo que quieras.

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  12. Sea, pues, la especialidad de la casa: un café de Okata bien cargadito.

    Pero ¡ay! me temo que los monstruos de los sueños la razón ya rondan por el local en casi cada uno de los rincones de tus anotaciones.

    Tranquilo, se les acaba cogiendo cariño.

    Un gusto.

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  13. Saludos. Me alegra saber que estás preparando un proyecto con Salvador Cardús. También le sigo y me gusta cómo trabaja "el área de desarrollo próxima". Creo que quienes defendemos una escuela que eduque a través de los contenidos y que no impida la execelencia, deberíamos aprender a hacernos querer. Damos bastante miedo y el lenguaje a veces descarnado con que expresamos nuestra rebeldía y extenuación no ayuda a disiparlo. Quizás, si habláramos de nuestras propuestas para atender a los alumnos con dificultades suscitaríamos menos suspicacias. Los problemas educativos siempre tienen relación con el amor y la compasión bien entendidas y a eso nadie es ajeno. ¡SUERTE EN EL EMPEÑO!.

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  14. Enrique creo que tienes razón en algo sumamente importante: el tono con el que defendemos nuestras convicciones forma parte esencial de nuestro mensaje.

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