viernes, 20 de julio de 2007

A contracorriente

A propósito de la crítica y la burla

Si la burla se identifica con la libertad de expresión y esta última se proclama, axiomáticamente, intocable, entonces no hay nada intocable: ni la burla, ni la libertad de expresión, ni derecho ni deber alguno. Los liberales a la violeta deberían hacer de la burla su bandera, porque señala el camino más corto hacia en anarco-capitalismo: No hay autoridad que se le resista.

A mi, que me considero de buen humor, no me suele gustar mucho el humor político, porque suele parecerme excesivamente obvio y demagógico, mera ideología ilustrada aliñada con sal gruesa y, a poco que se pueda, con una salpicadura de sexo. Pero es que, además, me da cierto miedo, porque la burla siempre triunfa. No hay argumento que se le pueda enfrentar con garantías de éxito.

La imagen de Narváez -por poner un ejemplo remoto- no pudo resistir al fantasma que corría por Madrid con su nombre y del que se decía que era el más firme sostén de la reina. Cuando comenzó a expandirse la coplilla compuesta por el sin duda insigne Ramón María del Valle-Inclán, que decía "Narváez, porque nunca se te afloja / te nombro Marqués de Loja", se convirtió en un cadáver político. Lo mismo le sucedió al cándido don Francisco de Asís cuando, de nuevo, Valle, tiró de su gracejo para proclamar donde se terciara que «en cuclillas hacía pis

Claro, evidentemente, nadie mete en la cárcel a un ocurrente y mucho menos le corta el cuello (que esta diferencia, no menor, separa mi defensa de las viñetas de Mahoma de mis suspicacias respecto a la gracieta de "El Jueves"). Pero no por ello debemos ignorar que la risa es un arma de muchos filos. Pocas conductas políticas hay menos inocuas que una lengua afilada si además es graciosa.

La burla es un arma eficaz cuando se trata de desacreditar al adversario y de satisfacer el narcisismo propio, pero es incapaz de construir nada. Evidentemente salvo de esta crítica a los grandes, Aristófanes en cabeza. Pero es que los grandes humoristas suelen ser grandísimos conservadores. De esto los ingleses saben mucho y los alemanes casi nada.

9 comentarios:

  1. Vale, muy bien. Pero el tema no es la portada del Jueves. El tema es que un estúpido juez (o quien sea) la prohiba: una gilipollez (por decir algo suave)

    ResponderEliminar
  2. Efectivamente, muchos filos. En el anticlericalismo tuvo mucho que ver el supuesto humor de revistas como 'La Tralla', por ejemplo. Y de la violencia anticlerical derivó también mucho franquismo sociológico, por desgracia. Creo que no se puede haver burla grosera 'de todo' pero no sé cómo ni quién ni de qué manera debería establecer unos límites. Un artículo de opinión se puede rebatir, pero con el impacto de un chiste mal intencionado, cruel, sarcástico, es más difícil luchar.

    ResponderEliminar
  3. El objetivo de las letrillas de Valle Inclán, como el de las de Quevedo, era siempre perverso, desde el punto de vista del ataque ridiculizador, a menudo anónimo, que buscaba que la repetición, siempre maliciosa, deteriorara la imagen del atacado al tiempo que "informaba" de de vicios y maldades. La vía elegida para el objetivo era el humor descarnado, maledicente al tiempo que la imposibilidad de defensa del aludido. Gracias a la letrilla, el vulgo tenía la impresión de "saber" algo más, oculto, del poder y compartiendo la risa con la burla, se sentía partícipe, cómplice.

    A mi siempre me ha parecido un espectáculo grosero y degradante. No se si acierto o no, pero me siento lejos de esa "gracia" que a todos hace reir y a uno o unos pone en ridículo. Yo, es que llevo muy mal el ridículo.

    ResponderEliminar
  4. Estoy de acuerso con el Sr. Rivera. Que bien parece sentar reirnos de los demás y que mal nos lo tomamos cuando se rien de nosotros. ¿No se habla tanto de empatía?

    ResponderEliminar
  5. ¿Por qué vemos a Losantos como a un crispador y a los del Jueves como humoristas, y no al revés?

    ResponderEliminar
  6. Lo que me molesta es que se confunda el chiste grosero con la libertad de expresión. Me parece evidente que, como digo en el post, si la libertad de expresión es la libertad de reírse de lo que me de la gana, entonces, bien puedo reírme de la libertad de expresión, del esclavismo, de la trata de blancas, de la contaminación, de la violencia de género... es decir: defender la equivalencia entre crítica y broma equivale a dinamitar todo derecho.
    Irich: Interesante propuesta.

    ResponderEliminar
  7. Cuando se proclama como dogma todopoderoso la libertad de expresión siempre asalta el mismo miedo: entonces, ¿no hay nada ni nadie que esté libre de sus designios?.
    Evidentemente se relativiza pero hay ciertos temas que ni se tocan. El humorista, como ha dicho Gregorio, es muy conservador, a pesar que si uno lee El Jueves, dentro de su humor zafio, suele repartir palos para todos (cargando siempre la mano con ciertos temas).
    Con esto quiero decir que "crispar" para mí es provocar una úlcera sangrante a fuerza de frotar siempre un mismo tema, sistemáticamente y con malas artes y, por otro lado, "humoristas" son los que ridiculizan, con ánimo de ofender a veces, tratando de arrancar una risa o relajando las costumbres para que el mensaje llegue más lejos.

    ResponderEliminar
  8. La libertad de expresión se concibió para defender ideas y resguardarlas del sucio "ad hominem" y de la violencia, actitudes ambas que provocan una censura de hecho. Una libertad de expresión planteada como la posibilidad de utilizar el "ad hominem" de forma sistemática es, por ello, una prerrogativa que no debería permitirse en política.

    ResponderEliminar
  9. La libertad de expresión se concibió para que de un taller pordiosero como era el de Gútemberg se pudiera pasar a Polanco.

    ResponderEliminar

Darrere el vent