En un diálogo de Platón muy poco frecuentado, a pesar de ser una auténtica joya literaria y filosófica, el conocido como Alcibíades I, tiene lugar la siguiente escena:
Sócrates, tras confesarle a Alcibíades que nunca ha dejado de fijarse en él, defiende que la verdadera sabiduría consiste en el conocimiento de uno mismo. “Si no nos conocemos no podemos saber la forma adecuada en la que debemos tratarnos a nosotros mismos”. La mejor manera de favorecer este autoconocimiento es el diálogo puesto que a través de él “el alma de uno habla al alma del otro”.
Alcibíades tras escuchar a Sócrates lo interroga sobre la manera adecuada de conocer la propia alma para poder cuidarse de ella.
En su respuesta, Sócrates comienza afirmando que es posible establecer una comparación entre el alma y la mirada. Una mirada para verse a sí misma necesita fijarse en una superficie reflectante, en un espejo o, mejor aún, en la pupila de aquel con el que estamos dialogando. Los ojos del otro son un espejo para los míos y en ellos pueden verse a sí mismos. De la misma manera, si un alma quiere conocerse a sí misma, debe mirar a otra alma y, más en concreto, debe buscar su reflejo en la sabiduría del otro.
Recordemos que en el Mito de
El neoplatónico Siriano, maestro de Proclo, comentando este pasaje realza la importancia de «la mirada amorosa» (erotikón ómma). Sócrates sostiene en el Fedro que, en tanto que poseído por el amor, el amante aprende del amado y a través de este aprendizaje se comprende a sí mismo. El alma del enamorado es la principal fuente de intelección de nosotros mismos.
Un párrafo de
Conclusión: La del amor es la mirada más clarividente. Y sólo a través de ella podemos conocer quiénes somos. Ficino recogió íntegra esta teoría, y de él Shelley y su compañera, Mary. Observemos que lo que a la criatura de Frankenstein la convierte en monstruo es que no haya a nadie que quiera verse a sí mismo en su mirada. Entre nosotros el teórico del amor clarividente es Ortega, en sus Estudios sobre el amor.
¿Y eso no es una broma cruel para los que no aman? Es como cuando, en un tour de los que organizan las agencias de viajes, te hacen pagar más por ir solo.
ResponderEliminarSaluditos.
Parece pues cierto que la mirada es el reflejo insobornable de nosotros mismos y al no poder acceder a ella (siempre nos miramos extrañados en los espejos) son la mirada de los otros lo que nos define. La mirada en el amor es un reflejo querido porqué ve lo mejor de nosotros, aunque luego se dice que el amor es ciego y no por las mismas razones que la justicia.
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo en lo que tiene de esencial el mensaje: liberación de la ignorancia y desarrollo del amor incondicional hacia uno mismo y hacia el otro sin el cual el ser humano está sumergido en la “oscuridad”
ResponderEliminarSi uno mismo no es capaz de saber quién es y lo que quiere, poco puede saber de su propia alma. Sin la expresión del alma, que es la fuerza más grande para emprender acciones justas y correctas en los momentos apropiados, mal se puede gobernar lo interno y lo externo. Un refranero antiguo dice: "mal puede gobernar una ciudad quien no sabe gobernarse a sí mismo"
Sin embargo ¿Quienes pueden realizar acciones justas y correctas en el momento apropiado y en el lugar apropiado? ¿Quién o quienes pueden mirar con claridad y clarividencia al otro sin perderse en su mirada? ¿Quién es un buen gobernante de su propia ciudad?
Habrá que ponerse a dialogar con un@ mism@ y con los demás.
Este café es un buen ejemplo.
Por cierto don Gregorio, los textos platónicos tienen una semejanza total con L@s Upanishad, El Gita y tantos otros textos de la filosofía India. Me gustaría hablar sobre ello porque me interesa bastante. Si no es en el café puedo escribirle un e- mail. No quiero robarle tiempo a los contertulios.
¿La mirada: clarividencia? ¿La luz: la razón? Se necesitan para comprender. Ver y sentir. En uno de mis últimos post decía que ello ya es acción.
ResponderEliminarLa mirada del pinto: al hablar de Ortega nosmbras a Velazquez. Con cuanta mirada se recrea lo que se intuye, se refleja lo que se ve, lo más íntimo.
Por favor, hable algún día sobre los Estudios sobre el amor de Ortega.
ResponderEliminarCon su blog sólo me falta subrayar en fosforito la pantalla :)
Justo de este tema, de conocerse uno mismo, hablaba anoche con un amigo y le he enviado esta postal filosófica.
En mi opinión, no es necesario la mirada del amor para conocerse plenamente. Sí la experiencia, pero con reflexión y observándose, se alcanza.
Objetivo en la vida: aprender. Me encanta esta ventana. Gracias.
Umla: Pues no sé que decirte. ¿Me aceptarías una oración a San Antonio?
ResponderEliminarCerillo: es que el valor auténtico no es el que uno se concede a sí mismo, sino e que pasa por el reconocimiento del otro.
ResponderEliminarNellam: puedes perfectamente esribirme un mail o plantear aquí mismo la cuestión, y abrimos un post conjuntamente, como quieras.
ResponderEliminarLuis: El hombre es un animal óptico no porque ve sino porque como decía Platón, examina lo que ha visto.
ResponderEliminarCastadiva: Hablaremos, pues, de los estudios de Ortega sobre el amor.
ResponderEliminarPermçitame una discrepancia: Yo creo que cuando pretendemos conocernos a nosotros mismos sin pasar por el reconocimiento (intermediación) del otro, acabamos ocultándonos. La introspección es muy engañosa porque tiende a valorarnos según nuestros propósitos, mientras que el otro nos objetiva al valorarnos por nuestros actos.
De acuerdo con usted, pero la objetivación ajena se ve afectada por el amor, subjetivándolo, en mi opinión.
ResponderEliminarDéjeme que me quede con eso de que el hombre es un animal óptico no por poder ver , sino por tener la facultad de examinar lo que ve.
ResponderEliminarMK: Es la etimología que conscientemente se inventa Platón en el "Crátilo".
ResponderEliminarCastadiva: Creo que tenía razón Kojève cuando sostenía que así como los animales poseen deseos, el hombre se caracteriza por un deseo específico: su deseo -no biológico, sino existencial- es el deseo de ser deseado. La conquista del deseo ajeno es lo que nos hace sentirnos portadores de valor.
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