sábado, 30 de junio de 2007

De Arthepius a Cardano

I. Arthepius

Os voy a contar cuatro cosas de aquel eximio exponente de la filosofía hermética que fue el alquimista Arthepius. Las malas lenguas dicen que nació en la primera parte del siglo XII. No las califico de esta manera gratuitamente, puesto que según el testimonio unánime de todos sus muchos discípulos, nació pocos años antes de Cristo. Me parece intuir mientras escribo esto la reacción incrédula de alguno de vosotros. Pero me explico. En realidad –decían sus seguidores- Arthepius no era Arthepius, sino Apolonio de Tiana, cuya vida (es decir, la primera parte de su vida, fue escrita por Filóstrato y está a disposición de quien la quiera leer). Apolonio no murió, sino que desapareció. Me imagino que se dedicaría cautelosamente a sus estudios hasta que en el siglo XII decidió darse a conocer con el nombre de Artephius. Lo cierto es que sus seguidores, que con frecuencia lo interrogaban sobre los detalles de su vida, siempre dieron fe de su excelente memoria. Nuca lo pillaron en un renuncio.

En resumidas cuentas: Arthepius nació a la vez que Cristo y murió hacia mediados del siglo XII.

Escribió varios tratados de alquimia de los cuales los dos más famosos trataban de la piedra filosofal y del arte de prolongar la vida humana.

En la primera obra “El arte oculto & de la piedra filosofal” habla de cosas muy raras, de este cariz tan umbrío:

“…el agua Antimonial Saturnina debe ser Mercurial y blanca, a fin de que ella blanquee el oro sin quemarlo, pero solamente disolviéndolo y después congelándose (coagulándose) como crema de leche”.

La segunda es “De vita propaganda”, es decir, “Del Arte de la propagación de la vida”. En el prólogo de esta obra confiesa que la escribió a sus 1025 años de edad. Es decir, que no era precisamente un novicio en estas lides. Cuando decía que se podía prolongar la vida por medio de procedimientos alquímicos secretos, sabía de qué estaba hablando.

Fue autor también sobre otros muchos libros, por ejemplo de uno dedicado al significado de los cantos de los pájaros.

Como siempre ocurre con los grandes hombres, también respecto a Arthepius hay voces discordantes. Recogeré solamente dos:

La de Restoro d’Arezzo, que en su “Composizione del Mondo” (1282) niega que se tratara de Apolonio. En realidad, dice este autor, era la reencarnación del mismísimo Orfeo.

La de mi admirado y excéntrico Cardano, que sostenía que los libros de Arthepius estaban escritos por un burlón sin escrúpulos que quería divertirse a costa de la ingenuidad de sus lectores.


II. Girolamo Cardano

De Cardano ya había hablado en un blog antiguo que tenía por nombre "El caminante y su sombra" y que se ha perdido entre los meandros de la red. Por ello he decidido recuperar aquella entrada, que tenía la forma de una carta dirigida por Cardano a mi hermana adoptiva Lucila. Decía así:

Querida y no completamente desconocida, Lucila.

Soy Girolamo Cardano Tu hermano me ha hablado tanto de ti que ya es como si te conociera de toda la vida. La última vez que fui a verlo, en uno de sus desvelos (diferentes motivos nos mantienen a ambos en el estado ambiguo de los muertos vivientes una y otra noche), me comentó que habías acudido a una representación de “Hamlet” y, yendo de una cosa a otra, me aseguró que te hará mucha ilusión recibir una carta de un renacentista muerto. Así que tanto por hacerle caso a él como por proporcionarte un ingenuo pasatiempo a ti, vuelvo por un momento a mi condición humana, me recubro de materia y me dispongo a escribirte algunas noticias de mi vida.

Si estuvieras frente a mi te extendería la mano y podrías ver en ella las afiladas líneas que la surcan. Su tamaño y profundidad indican claramente mi temperamento saturnal… Y en esto, creo –o al menos eso me sugiere tu hermano- nos parecemos.

En primer lugar tengo que decirte que el libro que Hamlet está leyendo en la escena séptima del acto II de la obra que contemplaste el otro día, es mi "De consolatione", editado en Inglaterra con el título de "Cardanus comforte". Parece que Shakespeare estaba profundamente inmerso en la lectura de mi libro mientras escribía su obra inmortal.

POLONIO.- ¿Qué estáis leyendo?

HAMLET.- Palabras, palabras, todo palabras.

Quiero comenzar con una confesión de humildad. Hoy yo ya no soy nadie. Únicamente se acuerda de mí algún excéntrico noctífilo, tal que tu laberíntico hermano. ¡Con lo que yo llegué a ser en vida! Para el gremio engreído de los filósofos apenas soy algo más que un repertorio de anécdotas. “¿Girolamo Cardano –comentan entre ellos- no fue el que se pasó la vida mortificándose, mordiéndose los labios, retorciéndose los dedos, atravesándose la piel hasta que le empezaban a asomar las lágrimas?”

¿Cómo puedo explicarles de manera verosímil que si hacía todo eso –que lo hacía- era para poder disfrutar del regocijo que invade nuestro espíritu cuando dejamos de sufrir? Y yo he necesitado en esta vida de todo cuanto pudiera proporcionar un poco de alivio a mi atormentada existencia.

Algunos no venimos al mundo, sino que somos arrojados a él como la basura a un estercolero. Ese fue mi caso. Fui concebido de manera ilegítima. Mi padre, Facio Cardano, además de un famoso jurisconsulto de la universidad de Pavía, era un reconocido matemático, y puedo añadirte en confianza que no era ignorante en las cosas de la magia. Mi nacimiento no podía ser para él más que motivo de vergüenza. Mi madre ensayó toda clase de abortivos para ahorrarle a mi padre el escarnio de mi presencia. Cuando finalmente logró expulsarme de sus entrañas, aparecí en este mundo con un hilillo de vida. Era el 24 de septiembre de 1501. En Pavía. Nunca he conseguido entender por qué aquella mujer que había intentando incansablemente a lo largo de su embarazo deshacerse de mi, una vez que se libró de mi carga sintió piedad por aquel despojo humano. Sea por lo que fuere en lugar de mandarme inmediatamente de vuelta al otro mundo, se dispuso a atarme a este y para reanimarme me dio un baño de vino caliente. ¡Ya me dirás tú qué se puede esperar de una vida que comienza con este prólogo!

No ha pasado ni un día sin sufrir las más violentas palpitaciones y mi cuerpo ha sido completamente incapaz de retener mis líquidos. Continuamente estoy o regurgitando u orinando. Expelo cuatro litros diarios de orines. Adereza todo esto con ataques de vértigo (sí, como tu hermano y mi amigo) y un insomnio que me mantienes despierto semanas enteras... No es nada raro que me haya sobrado tiempo para escribir doscientos libros.

Dormía, como te digo, poco, muy poco. Casi nada. Pero fue un sueño quien me abrió las puertas del amor. Estaba yo en aquel tiempo ejerciendo de médico en Piove di Sacco, no muy lejos de mi ciudad natal. Y caí media hora en brazos de Morfeo. Inmediatamente comencé a soñar con un jardín y con una joven vestida de blanco. Nada más verla supe que se trataba de mi futura mujer. Pocos días después la reconocí en la calle. Estaba tan entusiasmado con lo que me estaba ocurriendo que apenas di importancia a la segunda parte de mi sueño, que no terminaba bien, porque me desperté sobresaltado por mi incapacidad para encontrar la salida del jardín. Comencé a entender el significado de este enclaustramiento cuando mi mujer murió dejándome con dos niños y una niña.

Desde entonces he hecho siempre caso a mis sueños. A ellos y a un zumbido demoníaco que sin previo aviso se me asoma al oído (sí, también en esto nos parecemos tu hermano y yo). Estoy convencido de que es el susurro de mi daimon. Porque yo, como Sócrates y Plotino, también soy portador de un daimon.

Me gané la vida con las más diversas profesiones. Era lo que tenía que hacer un humanista en el Renacimiento. Había que saber de todo para poder comer un poco cada día. Como se me daba muy bien confeccionar cartas astrales, decidí interrogar a los astros por mi destino. No fue una buena idea, porque me revelaron la hora de mi muerte. Dejé escrito que moriría¡) “all’età di anni settantadue, mesi due e giorni dodici”. A mi la muerte no me visitaría como un ladrón, sino que me había enviado una carta de presentación.

Tu hermano me ha insistido que te hable de mis hijos. Seré breve. A ese gran cornudo que fue Giambattista, mi primogénito, le pasó lo que tenía que pasarle tras envenenar con arsénico un pastel que le ofreció a su mujer. Estaba abrumado por el peso de su cornamenta y la chiquillería ajena que crecía en su casa no contribuía en nada a la tranquilidad de su alma. Fue juzgado, condenado y decapitado. Mi otro hijo fue un criminal que en cuanto salía de la cárcel hacía todo lo que estaba en sus manos por volver. ¡Un vulgar delincuente al que acabé por desheredar! Mi hija, puta, murió de sífilis siendo casi una niña”.

Mi principal profesión fue la de médico, pero no desatendí ninguna afición, y eso que mi curiosidad abarcó desde los dentífricos a la tipografía; de la magia al álgebra; de la moral a los dados. Fui encarcelado por la Inquisición tras hacer el horóscopo de Cristo. Reconozco que no me fue de mucha ayuda ante el Santo Oficio el haber escrito una apología de Nerón.

Decían de mí que tenía un carácter imposible, que era arrogante, sin escrúpulos, hipocondríaco, masoquista, misántropo, polémico, gafe… Pero la verdad es que nunca me faltaron grandes amigos, incluso entre los papas. Y nadie discutió mi genio matemático. ¿Qué soy raro? ¡Soy renacentista! ¿Cómo ser trivial en esta época? Pienso en voz alta, con una voz que no tiene mucha gracia, áspera y fuerte, ya lo sé. Prefiero la soledad a la compañía, porque si son muchos los que se dan de entendidos, bien pocos son los verdaderamente doctos. No digo esto porque el saber sea la virtud que más aprecie en los amigos, sino porque detesto a los que vienen a robarme el tiempo con tonterías. ¡Cuántas incomodidades nos ocasionan los amigos empeñados en darnos conversación! La amistad, para ser virtud, ha de ser juiciosa. Si tengo tiempo libre, prefiero dedicárselo a los dados que a la conversación con pedantes. Los dados son más fieles. Algunos dicen que en el juego he dilapidado mi reputación, mi tiempo y mi dinero. Pero ¿quién no necesita algún tipo de paliativo en el que dilapidar esta vida? Te aseguro que hay en mi pasión por los dados menos amor por el juego que miedo a la vida en común.

Sí, aprecio el silencio como un excelso tesoro y por ello soy incapaz de comprender por qué hay tanto mentecato dispuesto a despreciarlo con comentarios que no son absolutamente esenciales para los asuntos que tenemos entre manos. La sabiduría del saber callar no es menor que la del saber hablar. El silencio nos permite deliberar y escuchar y, sobre todo, nos hace independientes de la memoria ajena.

Un abrazo: Girolamo.

Tras leer esta carta firmada por Cardano, me vi obligado a realizar alguna puntualización y le escribí la siguiente nota a Lucila:

“Querida Luci. Me veo en la obligación, en aras a la exactitud, de completar algo que mi amigo Girolamo, dejándose llevar por la coquetería, ha preferido saltarse. Tiene que ver con su carta astral y la predicción de su muerte. Te ha ocultado que se equivocó en casi tres años. No murió hasta que la peste lo sacó de este mundo a codazos un 20 de septiembre de 1576."

7 comentarios:

  1. Don Gregorio: hoy si me ha convencido, o ha sido Cardano??
    Pero sus ultimas frases me parecen un canto a la libertad!!
    "Sí, aprecio el silencio como un excelso tesoro y por ello soy incapaz de comprender por qué hay tanto mentecato dispuesto a despreciarlo con comentarios que no son absolutamente esenciales para los asuntos que tenemos entre manos. La sabiduría del saber callar no es menor que la del saber hablar. El silencio nos permite deliberar y escuchar y, sobre todo, nos hace independientes de la memoria ajena"
    Yo creia que Apolonio de Tiana era contemporaneo a Cristo ¿no era asi?

    ResponderEliminar
  2. Doña Glauka: Tiene usted toda la razón. Probablemente nació hacia el 4 antes de Cristo. Pero como se da la casualidad que, según los datos, Cristo también nació unos años antes que lo estipulado por su calendario, igual hasta nacieron el mismo año.
    Ahora mismo corrijo.
    Mil gracias.

    ResponderEliminar
  3. Cuentan de un sabio que un día
    tan pobre y mísero estaba,
    que sólo se sustentaba
    de unas hierbas que cogía.
    ¿Habrá otro, entre sí decía,
    más pobre y triste que yo?;
    y cuando el rostro volvió
    halló la respuesta, viendo
    que otro sabio iba cogiendo
    las hierbas que él arrojó.

    ResponderEliminar
  4. Brillantísimo. Suscribo que no solo yo vivo entre aparecidos y redivivos ausentes. En cierta ocasión, Horacio les escribió una carta a mis hijos (dos) invitándoles a visitarles en Roma.

    ResponderEliminar
  5. coincido con Don Luis River_.

    ResponderEliminar
  6. ... vuelvo por un momento a mi condición humana.
    Esa parece ser la seña de los antiguos. Tiempo en el que nuestra vida SOBRE TODO, era una apariencia del mundo de los dioses.
    Y vuelve y dices: hoy yo ya no soy nadie.
    Pero HOY MISMO, este día de hoy, como que no es muy fácil saber ser nadie.

    ResponderEliminar
  7. ¿cómo puedo saber, don Gregorio, un poquito más de los daimones? Pero en facilito que es para mí y mi mente no es gran cosa :)

    - me cuesta mucho entenderlo todo -
    - a veces, cuando yo ando por el mundo suelta... sólo me parece que digo pijadas... son curiosas, sí, porque últimamente como las escribo también puede leerlas alguien que las entiende mal-
    - y se me ocurren todo tipo de travesuras que son muy divertidas, me hacen reír mucho, pero que según KSNDR sobran en un mundo como éste nuestro -

    Los sueños sí. Son un canal que me impresiona, porque pueden llegar a ser muy muy vívidos... y no puedo sustraerme a sus comunicados. Aunque visto lo visto... con el hombre del polo rosa, que sí que es médico, o lo es el príncipe negro que le guarda... quizás debería. Porque ya llevo 10 años así y los principes negros son crueles y muy dolorosos.

    Un beso. No se moleste en contestar... estaré atenta por si veo algo que me llame como una Señal y tampoco quiero darle trabajo excesivo...

    Cuando me bauticé... no sabía el significado de Nadie, Nada... creo, pero sí, ese era el Sentido...

    Y estese tranquilo con lo de las orgías... ksndr le aprecia y cuida mucho de sus estimas.

    ResponderEliminar

La Isla de Siltolá

 I Finalmente, después de varios intentos fallidos, el mensajero nos ha encontrado en casa y me ha entregado los ejemplares de Una triste bú...