I
Sadam.
Condenar a muerte a un dictador sanguinario, sobre todo si su condena ha sido la sentencia de un tribunal de justicia, es malo, porque la pena de muerte es mala. Ajusticiar a un dictador sanguinario, sobre todo si el ajusticiamiento ha tenido lugar al calor de una sublevación popular, es bueno, porque el pueblo siempre tiene razón. Que Franco o Pinochet muriesen en la cama, es malo; que Sadam muera ahorcado, es peor.
II
Postmodernidad
La esencia de la postmodernidad se encuentra en que cualquiera se siente autorizado a oponer a cualquier juicio de valor un “¿por qué?” ante el tribunal de su conciencia. Es la autonomía kantiana trivializada hasta convertirse en capricho indiscriminado. Las ideologías de la postmodernidad se definen, bajo este punto de vista, por los campos de creencias no sometidos a por qués. Cada ideología discrimina de manera bastante arbitraria entre lo creído y lo cuestionado. Por ejemplo, en la ideología imperante la pregunta “¿Por qué es mala la pena de muerte?” apenas se deja formular. Pero si ya hemos matado a Dios y, por lo tanto, ya –supuestamente- hemos dejado de creer en sus mandamientos, ¿por qué es mala la pena de muerte?
En El Genio de Calíope se lanza esta pregunta al aire: “¿Quién lee a Maquiavelo, Zapatero o Eta?”. Y se añade este texto de El Príncipe: “De ahí que todos los profetas armados hayan vencido y los desarmados fracasaran. Porque, además de lo dicho, la naturaleza de los pueblos es voluble; y es fácil convencerles de algo pero difícil mantenerlos convencidos. Por eso conviene estar preparado de tal manera que, cuando dejen de creer, se les pueda hacer creer por la fuerza”.
En la historia quienes siempre se han llevado el agua a su molino no han sido los que han tenido razón, sino los que han creído con firmeza y han armado su fe con coraje, voluntad y tesón. Esta es la gran ley natural y el reverso de toda ley moral. Toda fe en lo trascendente ha servido de motor de la voluntad inmanente.
Creo que hay razones, de esas que son razonadas y que van tan escasas, en favor de la pena de muerte. Implica un ejercicio de pros y contras que no es facil.
ResponderEliminarLa respuesta mas corriente, pero, es una falacia enorme por su popularidad y falta: si el estado mata se pone al nivel del asesino. Y de ahi no se pasa, y a ver quien admite que se pueda encontrar algun "pro" a la pena de muerte.
Me alegra contar con tu presencia, Roc.
ResponderEliminarYo entiendo que se enfrenten a la pena de muerte quienes creen por revelación divina que todos los hombres somos hermanos y, por lo tanto, esencialmente iguales; o quienes, por obediencia a un mandato divino aceptan el "No matarás".
Me cuesta más entender la coherencia de quienes, tras haber matado a Dios aplauden ciertas ejecuciones (la de Carrero Blanco, por ejemplo), lamentan que no hayan existido otras (el dolor de ver morir a Franco en la cama) y condenan otras (Sadam). Estos múltiples lenguajes no pueden deber a convicciones profundas, sino a discursos tácticos.
Por mi parte no lamento ni la muerte de Saddam ni la de -por poner otro ejemplo-, la de Ceaucescu. De hecho me gustaría que el ejercicio de la tiranía fuese acompañado de todo tipo de enfermedades coronarias letales. Pero, visto que no cuento con el respaldo de la biología, prefiero que los dictadores mueran a manos de la justicia, como Sadam, que a manos de un pelotón de iluminados, como en el caso de Ceaucescu.
Diría que a Eta no le interesa pactar; pactar es desaparecer.
ResponderEliminarY un argumento que se va usando por ahí, y que a mi me pasó por la cabeza ante la bestialidad de Al Qaeda (pero ya lo he descartado), es de que ahora el terrorismo de Eta tiene la situación internacional en contra. Empiezo a pensar que es al contrario.
Lola
Je,je
ResponderEliminarMe he tragado un postcito de Escolar criticando el comerse a la oveja Dolly. Qué acertado ha estado Barcepundit. No hay nada peor que conocer cómo está el patio, je.
Pues creo que empieza a resultar muy complicado mantener una coherencia ética y moral ante el cúmulo de acontecimientos que reclaman nuestra opinión, aprobación o desaprobación. Los hechos cotidianos nos enfrentan a acontecimientos para los que necesitamos disponer de un programa de tiempo, ya se sabe, agenda y minutaje, para atendiendo las charlas de los comentaristas aprender un lenguaje suficientemente docto y conocedor.
ResponderEliminarPero detrás de todo queda un ligero golpe de genio y a mi me da lo mismo, eso pienso, la ejecución de Sadam, auqnue prfeeriría que se pudriera en una celda sin salidas al exterior, ni distracciones tales como libros (ni el Corán) o tele. No por dignidad ante la pena de muerte, sino porque los dictadorcetes se merecen un castigo ejemplar, y la pena de muerte no es ejemplar, es definitiva.
De Eta no hablo más que en presencia de mi conciencia, entre otras razones porque todo se reduce a creer una opinión, en lugar de saber una situación.
Evidentemente lo de Carrero no fue una ejecución sino un asesinato. La incoherencia apuntada es manifiesta, respecto de la pena de muerte sin necesidad de retrotaernos a S. Tomás, Voltaire o Beccaria, ni tan siquiera a doctrina decimonónica o al ámbito del Derecho comparado, basta apuntar la opinión entre otros, de penalistas españoles tan brillantes como Cuello Calón, Puig Peña, Quintano Ripollés o Rodríguez Devesa.
ResponderEliminarCarl Schmitt puede resultar algo complejo en algnos aspectos, pero en mi
opinión es uno de los pensadores, no ya
juristas, esenciales del siglo XX.
Espero que haya disfrutado de su estancia en el sur de Francia.
Un cordial saludo.
C.
C.: de acuerdo. Respecto a Carrero simplemente intentaba confrontar un cierto lenguaje consigo mismo. Respecto a Smith: soy un lector apasionad de sus obras. Y me temo que estoy comenzando a estar de acuerdo con él en su concepto de "katekhon".
ResponderEliminarEl viaje por el sur de Francia fue realmente magnífico. Un frío intenso, pero tonificante, con cielos azules y amistades recobradas. Volver a viajar sin hijos es como recuperar los tiempos del noviazgo.
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