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lunes, 4 de diciembre de 2006

Un experimento

Resulta, amigos, que un periódico me ha pedido un artículo sobre el juego para dentro de un par de semanas. Se trata de un texto corto de 2.600 caracteres que se titulará "El placer de jugar". Normalmente suelo escribir un borrador, lo dejo descansar un par de días y lo corrijo después. Pero esta vez he pensado que podríamos ensayar una escritura conjunta. Así que pongo el borrador en vuestras manos y le hacéis las correcciones, críticas o sugerencias que consideréis oportuno. No os cortéis. Tampoco quiero engañaros: Me reservo la última palabra. Pero a ver qué ocurre. Prometo, en todo caso, que os tendré al corriente.


El placer de jugar

Los niños de tercer curso de la Escuela El Cim de Teià hacían una excursión por la montaña a principios de este mismo mes. El camino que seguían era bastante fácil pero en un momento dado descendía bruscamente entre matorrales y ramajes hacia una hondonada. Algunos niños bajaban con miedo, necesitando de la mano de la maestra, otros, seguros de sí mismos, competían envalentonados por ser los primeros. Diferenciándose de unos y otros, un grupo de cinco niños zigzagueaba entusiasmado por entre los troncos de los árboles. La maestra, al ver su cara de felicidad, les preguntó si les ocurría algo. “Es como estar dentro de un juego de la ‘play’”, le contestaron.

Comentando la anécdota, pensé que en mis tiempos yo bien pudiera haber dicho “es como estar en una película de indios”. En cualquier caso, no me costó reconocer en los tres grupos que me describió la maestra a los niños de mi infancia.

¿Es el juego un placer? No estoy nada seguro. O al menos me parece que tiene muy poco que ver con lo que normalmente se entiende por placer. Con frecuencia el juego es agotador y no es raro que sea peligroso. De ahí que con no es nada raro que los niños jueguen a espaldas de sus padres. Construir una cabaña entre las ramas de un árbol con maderas halladas en una casa abandonada y colchones cogidos de un vertedero, es un juego tan apasionante para los niños como inquietante para los padres. Y así tiene que ser.

El juego es para los niños lo que la aventura para los adultos. Se trata de una experiencia en la que desarrollamos una actividad que desearíamos que no se acabase nunca, a diferencia del trabajo, que es la actividad que se lleva a cabo contando lo que falta para la salida. Tanto es así que los esfuerzos invertidos en el trabajo los consumimos en el tiempo libre intentando proporcionarnos algo parecido al juego o la aventura.

“Cuando termines los deberes, podrás jugar un rato”, les decimos a nuestros hijos. “Al salir del trabajo, quedamos en tal sitio”, decimos los adultos.

Lo que caracteriza al juego y a la aventura es no se les exige nada más allá de la actividad en la que nos sumergimos. No hay un “para qué” del juego. Se juega porque jugando las preguntas utilitaristas que le dirigimos a la vida desaparecen. En el juego no hay rutina. Y cuando aparece, dejamos de jugar. Se acaba el juego.

En el juego nos reencontramos con una parte más leve de nosotros mismos y que a lo largo de la rutina cotidiana debe ser aparcada para mantenerse en alerta ante el cumplimiento inexorable del deber. Y así debe ser.

La vida cotidiana es una vida reglada por el reloj, sometida al imperio del tiempo y a las componendas con los otros. Por el contrario en el juego el tiempo, literalmente, pasa volando, se diluye. La acción adquiere tal protagonismo que todo lo que no entra en su campo visual se esfuma. La atención se concentra en una actividad absorvente.

Con frecuencia oigo a psicólogos o pedagogos justificar la importancia del juego. Es un mal síntoma. El juego no debería justificarse, es decir, no debería ser visto como instrumento de algo, como actividad al servicio de algo extrínseco al propio juego (el desarrollo psicológico, la sociabilidad, etc.). El juego es un milagro del que todos tenemos experiencia precisamente porque en él nos encontramos en el ámbito de lo absolutamente gratuito, de lo no utilitario, de lo que no sirve para nada, de lo completamente inútil.

12 comentarios:

  1. Claudio.

    Para mí, cuando todavía era capaz de hacerlo, el juego era algo muy serio. ¿Inútil? Si me lo hubieran preguntado, no lo habría entendido. De tan evidente, de tan necesario, su razón caía de su propio peso.
    Ayer decía Luri: "abrazar con entusiasmo el sinsentido"

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  2. Efectivamente, tienes razón: "tan evidente, tan necesario" que es lo que no hay que justificar. A diferencia del resto de cosas que hace un niño, que han de ser dotadas de sentido. Me lo apunto.

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  3. La vida es la repetición cíclica de una realidad que adquiere rasgos monótonos. El futuro, a corto plazo, está escrito. Salir de esa monotonía es la aventura y la aventura es el juego. ¿Porqué? Porque es una actividad abierta en la que cada cual ocupa el espacio al que el atrevimiento, la intuición, la prudencia o la cobardía le permiten. El juego no es sino la actividad de hacer la vida y la vida es el remedo del juego, repetida hasta la saciedad. Por eso solamente jugamos de niños o a de adultos y a escondidas.

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  4. El tema del espacio me ha llamado la atención; no para incluirlo en el espacio del artículo, que me parece muy bien trabado, si no como derivada (que es lo bueno de los buenos artículos, que dan qué pensar).
    "En una Play... En una película..." Así como, jugando, pulverizamos el tiempo, como mínimo también transmutamos el espacio; el juego tiene siempre algo de virtual. Al niño le da lo mismo, por tanto, jugar en pleno campo o delante del ordenador; las ventajas del espacio físico las ven los mayores (aire libre, ejercicio físico, etc).

    Luego, hay un elemento siempre constante y casi necesario en el juego: compartir. Un niño solo dudo que de verdad juegue. Quizá se produce algo parecido a lo que los psiquiatras (perdón por psiquiatrizar) denominan "folie à deux", y que se comprueba con cierta frecuencia entre enfermos, esa complicidad.

    Esto... ¿No os parece que nosotros, mismamente, andamos jugando?

    Lola

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  5. Lo que me llama la atención del relato es que los niños no tengan experiencia directa de la naturaleza, y deban interpretarla en términos de juego de playstation.

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  6. Es curioso como la lengua da vueltas, a veces parece que en círculo. El niño dice "la play", y play quiere decir precisamente jugar, aunque su significado para él sea otro.

    Muy acertado lo que dice lola, en cuanto a la virtualidad y en cuanto a compartir. Y sin duda, ahora lo veo claro, nosotros andamos jugando.

    Y relacionado con lo anterior: no debe ser casual que play, en inglés, o jouer, en francés, tengan el significado de actuar, representar, y en el contexto musical, signifiquen tocar un instrumento.

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  7. Claro que tiene razón Lola. Por eso os propongo un juego (el de la crítica del texto)sobre el placer de jugar, en el juego (bloggístico).

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  8. Don Gregorio, muy acertado al poner el énfasis en la falta de objetivo como rasgo distintivo del juego.
    No sé, quizás hacerse adulto sea hacer todo con un objetivo: trabajar para vivir - o satisfacer la vanidad -, hacer deporte para cuidarse, leer para cultivarse, incluso ahora los médicos nos enseñan a reir y a hacer el amor para mejorar la salud. Es el futuro entrometido siempre en el presente.
    Y la guinda, como usted señala, sea darle utilidad a lo "absolutamente gratuito".
    Muy bueno.

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  9. Joseph: Sí, parece que algo de eso hay. ¿Cuando se despierta esa conciencia traidora de "estoy perdiendo el tiempo"?

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  10. Claudio
    Cuentan que el niño vive, des de el juego, y en forma placentera aquello mismo que teme en la realidad. Así pues tu analogia con la play station es verdadera aunque poco falsable. Y quizás es esta vulnerabilidad de la crítica de su superyo la que funda el própio juego anárquico o aventurado.

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  11. Si bien los juegos han ido evolucionando -o sencillamente cambiando- a lo largo de los años, por fortuna jamás he tenido la sensación de pérdida de tiempo con ellos.

    Tengo muy claro que pierdo mi tiempo ocho horas al día, cinco días a la semana. El trayecto de ida y vuelta no lo cuento, pues leo u observo. El resto del tiempo, mi tiempo de ocio, no lo pierdo en absoluto por la sencilla razón que no lo contemplo en términos de productividad o eficacia, sino de distracción y asueto.

    Si acaso puedo percibir como tiempo perdido las horas que me haya pasado navegando a la deriva por internet sin ningún provecho, o quemando mis retinas ante el televisor. Será por eso que en mi casa no hay espacio para este electrodoméstico.

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  12. Gracias por tus observaciones, Arrebatos. Las tendré muy en cuenta.

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