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domingo, 28 de enero de 2007

Las salidas del Papa

Leo en La Vanguardia este titular: “El Papa Wojtyla escapaba de la Guardia Suiza para ir a esquiar, según su secretario”. Resulta que el cardenal Stanislaw Dziwisz, que fue secretario personal de Juan Pablo II, ha escrito un libro titulado “Una vida con Karol”. En él cuenta, me imagino que entre otras cosas, las escapadas del Vicario de Cristo, oculto en la parte trasera de los coches, “para no llamar la atención de los guardias suizos”, hasta las pistas de esquí, donde mezclado con la multitud de esquiadores, jugaba a ser propietario de sí mismo. La historia es tan jugosa que voy a dejarla en su jugo. No le sacaré punta. No quiero hablar de ella sino de otra que he recordado al leerla. Me la contó en Valencia la persona comisionada por el gobierno de Felipe González para gestionar la primera visita de Juan Pablo II a España. Como representante del gobierno español (que, por cierto, corría con los gastos del viaje), X –vamos a llamarlo así- tenía que acompañar al Papa como su sombra. X es una persona, que además de dominar el protocolo como nadie, es extraordinariamente dicharachero. Vaya, que no se corta fácilmente. En el viaje en avión de Roma a Madrid no paró de hablar con Su Santidad. Pero tras el aterrizaje, el cardenal Dziwisz se le acercó y le dijo secamente: “Su Santidad acostumbra a rezar en los viajes”. X entendió perfectamente que la observación era en realidad una orden, y decidió respetarla. Así que la siguiente etapa en avión, que creo que era de Madrid a Sevilla, mantuvo un digno y respetuoso silencio. Tan digno y respetuoso que el Papa no dejaba de mirarlo y, finalmente, le dijo:
- ¿Cómo es, querido X, que no quieres hablar con el Papa?
- Es que me han asegurado que Su Santidad acostumbra a rezar en estos viajes.
- ¡Y qué voy a hacer! –le contestó el Papa, con un gesto de resignación- ¿Qué voy a hacer, si nadie me habla?

12 comentarios:

  1. "...el Vicario de Cristo jugaba a ser propietario de sí mismo". Brillante ¿no?.
    Me ha recordado otra anécdota 'vaticanista': la de aquel viejo cardenal de la Curia que pregunta a otro cardenal recién llegado a Roma: "¿Usted es de los creen o de los que están en el secreto?"

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  2. Juan Domingo (por cierto, magníficos los 5 puntos de tu meme), como yo tiendo a ser generoso con las creencias a ajenas, voy a pensar que en la Curia todos creen en secreto.

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  3. La anécdota aérea es muy graciosa, pero quedaría más redonda si contases quién es ese X.

    Por cierto, creo que el Papa no es el único Jefe de Estado cuya visita oficial a nuestro país es costeada por el gobierno. Forma parte de los usos internacionales.

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  4. Joaquín, lo haría si contase con el permiso explícito y directo de X. Pero no es tan difícil descubrir su rostro tras esta incógnita. No había muchos especialistas de protocolo en el entorno político de Felipe González.

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  5. Me parece un articulo explendido.

    saben, gente; tengo 22 años y creon en Jesus de Nazaret, como creo en mi madre, mi padre e Israel Galvan, o en muchas otras personas que prefiere la accion y el silencio, como directrices de su vida.
    Camaron cantaba:
    El amor es un misterio donde baila el corazon,
    la sonrisa de un niño
    siempre que le preguntaron
    donde se encuentra el amor
    ...
    El amor viene de Dios

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  6. Saludos con retraso. El ritmo de tu bitácora me sobrepasa. Feliciades por la remodelación. por cierto. Tengo entendido que el futuro Juan XXIII, siendo cardenal de Venecia comentó cuando murió su devotísma hermana Ancilla -una de sus preferidas- mientras volvía en el tren después del funeral: `Pobres de nosotros, si todo fuera una ilusión’(El Ciervo,nº 663). Entiendo que a un genuino cristiano ni siquiera esa duda debería hacerle vacilar del sentido de sus acciones.

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  7. Por otra parte, Enrique, la Biblia está llena de dudas y de gentes que dudan.

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  8. Cierto, pero si el programa moral derivado de la fe no violenta la naturaleza sino que la perfecciona, no habrá sido una mala inversión aplicarlo. De eso, no debería dudarse. ¿O sí? ¿Acaso la ilusión consiste en pensar que perfecciona la naturaleza?. ¿Juan XXIII alude al Mas Allá o a la moral cristiana?. Yo fui cristiano, perdí la fe, pero obviando algunos excesos -inevitables en cualquier credo- ni siquiera ahora dudo del extraordinario poder vertebrador de su programa moral.

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  9. Me temo, Enrique, que yo poseo una visión de la naturaleza que quizás califiques de profundamente pesimista. Para mí la cultura, en todas sus formas, no es sino un intento del hombre por olvidar la naturaleza (su propia naturaleza), es decir, para ignorar el tiempo y creerse propietario de sus esperanzas y buenos deseos. En ese sentido la religión posee un poder terapéutico considerable.
    Pienso que perder la fe (y hablo en sentido general) para enfrentarse al ser-para-la-muerte heideggeriano no sé si es un gran progreso.
    Nietzsche nos enseñó que el de verdad y el de salud no son conceptos sinónimos. Pueden, incluso, ser antónimos.

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  10. La fe, cuando se pierde de verdad, se pierde contra todo pronóstico. Ahora me toca vivir con ese desconsuelo tan poco oportuno. Antes, cuando me arrodillaba ante el sagrario sentía la cálida, familiar y evidente presencia de lo sagrado. Ahora cuando repito ese gesto -que conservo con respeto- “sólo” veo un ingeniosísimo y eficacísimo recurso terapéutico -exactamente como señalas- para superar las contingencias, la quintaesencia de los saberes esenciales para abordar y sobrellevar la vida. El Dios personal que me interpela se ha desvanecido. Arrodillarme en una iglesia -o recogerme en mi interior- ahora supone para mí confrontarme con “Lo Mejor”, autointerpelarme con los “maestros” desde la humildad y la conciencia del límite –por eso, me sigo arrodillando- sobre los sentimientos, los pensamientos y las acciones que hagan la vida razonablemente mejor. Pero, a veces, lo confieso, me rindo vencido ante el sagrario y abdico de mí, del ruido de mi, y no digo nada, absolutamente nada. Y gozo de ese silencio especial, en que el noto como todo mi ser invoca anhelante su presencia. A veces, junto las palmas de las manos sobre mi pecho e inclino la cabeza, como cuando era niño.

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  11. Te entiendo perfectamente. Más de una vez he entrado a una iglesia a orarle al Silencio. No me parece mal arrodillar la propia finitud ante la infinitud del Silencio.
    No hago de la increencia ni una virtud ni, mucho menos, una liberación. Sé que soy demasiado débil como para no necesitar paliativos para compensar mis frustraciones. Y el Silencio me parece el opio más saludable.
    Por otra parte los cristianos que lo son de verdad, me merecen un respeto enorme.

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