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sábado, 20 de enero de 2007

¿Cuántas veces se puede perder la cabeza?

La respuesta a la pregunta que encabeza este post es simple: La cabeza de uno sólo está en manos del destino. Y el destino, por definición, es caprichoso. Y, si no, que se lo pregunten a Jeremy Bentham.

Cuando este filósofo utilitarista murió, en 1832, creía haber dejado todo atado y bien atado. En sus últimas voluntades había descrito minuciosamente lo que tenía que hacerse con su cuerpo, al que dio en llamar su "Auto Icon". Quería que se conservase incorrupto y puso especial hincapié en la cabeza. A su amigo, el doctor Southwood Smith, lo dejó encargado de todo. El resultado final debía mostrar el “Auto Icon” en una de sus posturas más habituales: sentado en su silla, concentrado en el desarrollo de alguna idea filosófica, vestido con sus ropas de diario. Se guardaría en el interior de una especie de armario especialmente diseñado para poder transportarse fácilmente y en el que estaría grabado, con caracteres bien visibles su nombre y la fecha de su fallecimiento.

Le hacía ilusión a Jeremy Bentham pensar que sus amigos y discípulos irían a reunirse con él (es decir, con su “Auto Icon”), o, quizás mejor, en torno a él, para comentar las ideas de –en sus propias palabras- “the founder of the greatest happiness system of morals and legislation”.

Y así se quiso hacer. Sin embargo el proceso para preservar de la corrupción los restos del filósofo fue llevado a cabo de una manera tan desastrosa que el rostro del “Auto-Icon” perdió casi por completo cualquier familiaridad con el de Bentham. Así que se decidió mantener lo que se pudiera del cuerpo, pero sustituyendo la cabeza auténtica por una reproducción de cera. La cabeza original, con sus gafas, se depositó en el suelo, entre los pies del "Auto Icon". El lugar elegido para guardar el conjunto fue el claustro sur del edificio principal del University Collage, de Londres.

Y aquí comenzó a jugar el destino sus cartas. Aquella cabeza filosófica constituyó una tentación irresistible para los estudiantes. En 1975 la robaron pidiendo por ella un rescate de 100 libras; en otra ocasión desapareció y reapareció de manera sorprendente en una consigna de la estación de Aberdeen. La gota que colmó el vaso fue cuando la triste cabeza de Jeremy Bentham amaneció en medio del campo de fútbol. No pienso hacer ni una broma sobre la utilidad de una mente utilitarista. A partir de ese día la cabeza se conserva en un lugar seguro y el “auto Icon” sólo luce su poco tentadora testuz de cera.

7 comentarios:

  1. Dicen por éstos lares que "quien no tiene cabeza está obligado a tener unas buenas piernas" (para desandar lo olvidado), dicho que ya no le es útil a Mr. Bentham.
    Saludos!

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  2. Mucho suponer, eso de que amigos y discípulos se reuniesen en torno a un cadaver, por muy admirado que hubiera sido en finado en vida. Desde luego, esa admiración no sería por razón de su buen gusto... Besos.

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  3. lo que yo me pregunto es quien tuvo los huevos de tocar semejante asquerosidad para llevársela de paseo...

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  4. Buen Salvaje: A mi no me parecería justo que la diversión gratuita que me proporciona este Café fuera contaminada con votos de desconocidos. Y me parecería bastante incomprensible y un poco insultante que los conocidos me juzgasen democráticamente. ¡Este es un blog vocacionalmente aristocrático!

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  5. Hoy estoy demasiado inquieta para disfrutarle como me gusta Don Gregorio... pero dígame... si fuera a haber una visitante de dormitorio ... en su café... que post suyo... le gustaría a usted que fuera ''violado'' :)

    Tampoco necesito que se moleste en contármelo si no quiere... elegiré el que más me guste... para empezar a apuntalar mi Reto ;)

    Besos

    (que conste que le leí... pero he agonizado en busca de algún pensamiento que no fuera lo que tengo que hacer ahora...)

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  6. Joder, mola, lo de vocacionalmente aristocrático... me Encanta :)))))
    Se despide por hoy una plebeya... o era con ll de llamativo...

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  7. Yo, Kasandra, debo ser muy trivial, pero gustos de esos, no tengo. A mi lo que me pone es el mutuo deseo consentido

    ... porque en amor también es importante el tiempo
    y dulce de algún modo
    verificar con mano melancólica
    su perceptible paso por un cuerpo

    (cito de memoria los versos de Gil de Biedma)

    Yo soy tan antiguo que hasta creo en la fidelidad.

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