Ya hemos hablado en El Café de Ocata de la famosa lista negra de Orwell: la relación de 35 criptocomunistas y compañeros de viaje que el 4 de mayo de 1949 entregó al Departamento de Investigación de
Se han ensayado diferentes maneras de justificar esta conducta: la enfermedad, el amor, e incluso la responsabilidad republicana. Su biógrafo autorizado, Bernard Crack argumentó con vehemencia que no hizo nada diferente a lo que cualquier ciudadano debiera hacer si tuviese información seria sobre presuntos terroristas.
Lo que parece evidente es que en los últimos años de su vida Orwell vivió de manera paranoica la extensión del comunismo, llegando a sospechar de todo el mundo. Llevaba siempre consigo un cuadernillo de cuarto de tapas azules que para 1949 incluía 125 nombres. Los criterios de selección son bastante “sui generis”. Aquí está una muestra:
E.H. Carr: Sólo aparentemente.
Charlie Chaplin: ¿?
Richard Crossman: Demasiado deshonesto para ser un verdadero compañero de viaje.
Tom Driverg: Homosexual. Se cree que es miembro clandestino. Judío inglés.
Kingsley Martin (director del New Statesman and Nation): Liberal degenerado. Muy deshonesto.
George Padmore (seudónimo de Malcolm Nurse): Negro, ¿de origen africano? Antiblanco. Probablemente amante de Nancy Cunard.
J.B. Priestley: Simpatizante convencido, posiblemente tenga algún tipo de vínculo organizativo. Muy antiamericano.
Michael Redgrave (que, irónicamente, aparecería en la película 1984): ¿?
Paul Robeson: Muy antiblanco. Partidario de Wallace.
Upton Sinclair: Muy tonto
Stephen Spender: Simpatizante sentimental. Tendencia a la homosexualidad, muy poco fiable, fácilmente influenciable.
John Steinbeck: Escritor espurio, pseudoingenuo
Es deshonroso porque la única acusación que podía suponer un riesgo de condena criminal era la de “homosexual”, ya que las leyes británicas no prohibían ni pertenecer al partido Comunista, ni ser negro, ni judío, ni sentimental, ni estúpido, ni tener pinta de agente ruso.
Como bien escribes, en la base de todo esto hay una paranoia. Procedente de un virus de la época, sin duda. Motivada por razones reales, puesto que el espionaje comunista existía y la infiltración también.
ResponderEliminarLa paranoia aparece cuando es el ciudadano el que elabora su propia lista en base a sus sospechas personales, motivadas por sus prejuicios.
Acusar sin evidencias será siempre una actitud innoble e indigna, y Orwell cae en ella de lleno. Realmente refleja un rasgo de su personalidad que es dificilmente digerible.
Porque es el Estado el que tiene que trabajar por la elaboración de la lista. No necesita cómplices, que siempre se mueven por motivos espúreos y por fobias personales a las que puede darse libertad de acción.
Imagino a un hombre como Orwell identificando sus fobias que no muestra en sus escritos: degenerado, liberal, negro, homosexual, judio, antiamericano, sentimental. Que manera de adjetivar...
La principal reflexión que me suscita la adjetivación, no es tanto que las mismas en su día pudieran haber supuesto un riesgo, sino que en la actualidad serían premiadas...
ResponderEliminarC.
Muy bueno, anónimo; incluyendo la de tonto.
ResponderEliminarA mí me trae a la memoria la dictadura dentro de la dictadura franquista. El partido dominando editoriales, facultades, una buena tajada del mundo cultural. Ningún antifranquista y anticomunista (eran pocos, pero eran), que yo sepa, denunció nunca a nadie. Evidentemente, hubiera sido mucho más grave, pero en fin, podía haber sido.
Lola
Lola: Tienes razón. Otra moral? ¿Otra ética? ¿Otra paranoía?
ResponderEliminarSí Lola, especialmente la de tonto.
ResponderEliminarSobre la adjetivación: Es como si la paranoia hubiese rebajado la categoría literaria de Orwell hasta trivializarla. Es esa escritura ramplona la que os anima a condenarlo como soplón. Digamos que, fueran cuales fueran sus intenciones, esta lista, tal como está escrita, no le ayuda nada.
ResponderEliminarEs una cuestión diferente, pero en mi opinión, tampoco el comportamiento de Heidegger, en los "procesos de desnazificación", le ayuda nada si lo comparamos con la enorme dignidad con los que lo afrontaron Schmitt, o su amigo Jünger. Eso sí, lejano en todo caso a la
ResponderEliminarde entre otros, el "falsario de hojalata" que no sólo se erigieron en jueces durante décadas, sino que ahora se demuestra que fueron parte...
C.
Tendremos que ir acostumbrándonos a aceptar una realidad: se puede ser un exclelente escritor y un canalla. En mi opinión, claro. Besos, querido gregorio.
ResponderEliminarMás allá de la canallada, un apunte: Orwell era tan lúcido que se daba perfecta cuenta de que eran tiempos de guerra, fría, pero intensa y dura (hace poco he vuelto a ver "El espía que regresó del frío", y estoy ambientada), y en otros lugares del planeta bien caliente, ardiente, la misma guerra.
ResponderEliminarAcerca de la brutalidad de los intelectuales occidentales (todo un ejército) al servicio de la Urss, recomiendo el ensayo "El fin de la inocencia", de Stephen Koch (Tusquets); también las memorias, "Un hombre sin rostro", del superespía de la RDA, Wolf, muerto recientemente. Wolf es quien coló un topo en el despacho del Canciller Brandt.
La lista me parece patética, pero nada más. Le habían hecho la vida imposible, precisamente aquellos que eran sus pares". Y no peligró la vida de nadie.
Lola