La ética de Aristóteles se basa en el principio (¿autoevidente?) de que todos los hombres, en última instancia, no queremos otra cosa más que ser felices. La palabra es grande. Aristóteles no habla de bienestar, ni de comodidad, ni de satisfacción, sino de felicidad. Para él la felicidad es aquello que se busca por sí mismo. Mientras todo lo demás lo haríamos con la pretensión de ser felices, la felicidad no se perseguiría con ninguna intención ajena a sí misma. Así pues, según Aristóteles, se quiere ser feliz para disfrutar de la felicidad.
La palabra felicidad es tan grande que Alexandre Kojève prefería hablar de dicha, reformulando el principio aristotélico de esta manera: Todos los hombres quieren ser dichosos y temen ser desdichados. No voy a entrar en matices. Aceptemos, por más manejable, esta propuesta de Kojève. Resulta que mirándola de cerca descubrimos que deseamos exactamente lo que no nos podemos proporcionar a nosotros mismos de manera autónoma, mientras que tememos lo que está fácilmente a nuestro alcance: el ocasionarnos dolor y desdicha. ¿No es curioso? Ser desdichado está al alcance de cualquiera, mientras que ser dichoso es un anhelo que se va alejando de nosotros como el horizonte de nuestros pasos.
Parece ser que mientras para la desdicha nos sobramos nosotros mismos, para la dicha necesitamos la mediación de los otros (siempre que no seamos autistas, claro está). Queremos ser dichosos, pero parece que para que nuestra dicha nos resulte a nosotros mismos verosímil necesitamos verla reflejada en los ojos de quien nos juzga. Pero no de cualquiera que nos juzga, sino de aquellos a quienes consideramos dignos de juzgarnos. El valor que pueda concedernos aquel a quien despreciamos es inmediatamente devaluado por la condición en que lo tenemos. Pero aquellos por quienes quisiéramos ser valorados con frecuencia no nos miran.
“Claro está –dice Alexandre Kojève- que aquí acecha el peligro de considerar dignos únicamente a aquellos que te admiran por el simple hecho de que lo hacen”.
Caí el otro día en la cuenta de que en La Naturaleza no aparecen las palabras (manejo traducciones) felicidad o dicha y si placer, como lo contrario de sufrimiento o gozo (voluptas) por ejemplo en la cópula.
ResponderEliminarMe llamó la atención y pensé que eso tal vez podía explicar la tremenda tristeza que yo desprendo al leer el texto.
En cuanto a los dos ultiomos párrafos de tu comentario, he de reconocer que no acabo de comprender lo que tratas de decir y que tal ves sea muy evidente. Yo creo que la dicha (o la felicidad) es alcanzable y perceptible por uno mismo y no necesitamos que alguien nos diga que lo somos.
Escribes: " Queremos ser dichosos, pero parece que para que nuestra dicha nos resulte a nosotros mismos verosímil necesitamos verla reflejada en los ojos de quien nos juzga. Pero no de cualquiera que nos juzga,..."
Si lo leo entendiéndolo, no acabo de entenderlo.
La tesis es de "La dialéctica del amo y del esclavo" de Kojève. Pero estoy básicamente, de acuerdo. El argumento de Kojève podría resumirse de esta manera:
ResponderEliminar1.Además de hacer cosas vitalmente (biológicamente) necesarias, existencialmente necesitamos sentirnos portadores de valor.
2. El sentimiento de valor nos lo concede el reconocimiento de aquellos a quienes admiramos. Nadie quiere ser ignorado por aquellos a quienes admira, mientras que no concede relevancia al reconocimiento que le depara alguien a quien no admira.
3. Podríamos objetar que nadie más valioso que yo mismo para concederme valor. Quizás resulte así en algún caso. En la vida cotidiana me parece que las cosas sin embargo funcionan de otra manera: todos somos, continuamente, depredadores de valor. Yo, en cualquier caso, lo soy.
4. Si necesitamos que nuestro valor sea reconocido por aquellos a quienes reconocemos para juzgarnos, eso significa que mantenemos con ellos una relación de esclavo-amo (conviene entender estos conceptos de manera laxa).
5 A medida que este reconocimiento va teniendo lugar, nuestra consideración de ser portadores de valor aumenta y con ello la búsqueda de nuevos referentes.
Planteate todo esto de una manera muy sencilla. O mejor, para no ser indiscreto, me lo planteo yo ante ti: Yo sé por quién quiero ser querido y sé que me siento muy bien cuando ese deseo se realiza. Sé muy bien qué opiniones me afectan y que opiniones me resbalan; y aquellas que me afectan son, claramente, un referente de mi conducta. Sé, igualmente, que mi biografía es, en el fondo, la sucesión de estos referentes, que pueden verse como atractores de mi deseo.
Desde esta perspectiva el deseo antropológico fundamental sería el deseo de deseo: el desear ser deseado. O el querer ser querido. O el apreciar ser apreciado...
Lo entiendo y estoy básicamente de acuerdo. Pero visto desde "la dialéctica del amo y del esclavo". Siempre he pensado que las relaciones de afecto son relaciones vampíricas, pero no había reparado nunca en la felicidad que la constatación provoca. Me había detenido en la relación y no había reparado en el factor "beneficio" para el individuo.
ResponderEliminarPero, ¿no es perceptible la dicha por uno mismo cuando la alcanza uno sin necesidad de los demás? Es a esto a lo que me refería en la primera parte de mi comentario. Quiero decir que determinadas porciones y calidades de dicha emanan de la satisfacción de uno mismo, de la autosatiusfacción. Siempre podría pensar, de acuerdo a la tesis de Kojeve, que yo mismo soy necesario para reconocer mi valor...
Ya tengo que reflexionar.
¿Que opinas de mi comentario sobre la obra de Lucrecio? He revisado la obra de arriba abajo y solo aparece placer, que para un epìcureo está bien, claro, pero no repara en dicha o felicidad en ningún momento.
Este es un tema que me importa porque trabajo en un tema en el que La Naturaleza es fundamental.
Veo claro lo de Kojève. Sólo hace falta mirar los ojos de un niño cuando un maestro, un padre, le alaba; e imaginar (o mejor lo dejamos)los ojos apagados de un niño que no ha sido admirado.
ResponderEliminarComo esta noche estoy algo tétrica, entre otras cosas porque -raro en mí- no puedo dormir, se me ocurre un corolario que, alguna vez ya había entrevisto sin atreverme a mirar: el dolor nos pertenece mucho más intímamente, y nos asalta con un plus (un chute) de realidad, como aquel hueso que todos llevamos dentro del que habla Rilke, la "muerte propia".
Lola
Me ha pillado leyendo a Erich Fromm, y voy a ser la voz quizás , un poco disidente , se me ocurre , que este amoldarnos a las expectativas de los demás , ese deseo de ser como "tu me quieras" , nos permite tener un cierto grado de seguridad en nuestra definición del yo ,pero , nos hace perder identidad , libertad , espontaneidad y la propia afirmación de individualidad se diluye .El depender de criterios anónimos externos produce caquexia psíquica
ResponderEliminarLuis:
ResponderEliminar1) ¿Qué significaría estar satisfecho de uno mismo? Se supone que algo así como reconocer con sentimiento de plenitud existencial lo que uno es, ¿pero cómo se descubre uno a sí mismo como siendo alguien para sí? No nos basta con ser ni con ser algo; queremos ser alguien, un sujeto capaz (capaz de hacer esto o lo otro, según los casos). ¿Cómo reconozco mi capacidad? Para Kojève, y para mi, la autoconciencia no es otra cosa que la mirada del otro interiorizada. Yo mismo soy -efectivamente- necesario para reconocer un valor del que me he descubierto como portador en la intereacción con los demás.
2) Ya sabes que mi punto de vista respecto a esta obra tan llena de pliegues, y tan mal leída, es que la clave de su comprensión se encuentra en los versos finales, en la trágica descripción de la peste de Atenas, es decir en Tucídides y, por lo tanto, con la derrota. Eso es la naturaleza, la permanente repetición de una derrota. La visión de la Naturaleza que tiene Lucrecio es, a mi entender, menos epicúrea de lo que normalmente se dice. El hedonismo de Lucrecio no se confunde con la vida feliz de Epicuro. De ahí su insistencia en las "moenia mundi". La cultura no es sino un intento, permanente condenado al fracaso, de construir murallas para frenar la intromisión fatal de la naturaleza. En último extremo yo creo que Lucrecio está diciendo que no puede haber felicidad para el sabio. Pero esta es una interpretación que bien pocos compartirán, Hace falta, para descubrirla leer, como haces tú, el texto con atención. Y sin prejuicios.
La palabra "beatus" aparece una sola vez en el texto y para hacer referencia a los dioses (V.165), no a los hombres. Y los dioses de Lucrecio son "sui generis".
Lola: Lo de andar desvelado es ya un hábito en mi, por culpa de un oído interno que tengo más que alborotado. Esto del Café de Ocata me ha ayudado a hacer de la necesidad virtud (o eso espero).
ResponderEliminarIdeas a vuela pluma sobre el dolor:
1. Esquilo y el "pathei mathos": El dolor enseña. ¿Podemos decir lo mismo de la felicidad?
2. El dolor es más fiel que la felicidad. Estamos seguros que más tarde o más temprano vendrá a llamar a la puerta y siempre, siempre nos coge en casa. La felicidad sin embargo más de una vez viene a llamar cuando estamos fuera.
3. Rilke. Y ya está casi todo dicho.
4. Un singular filósofo catalán, Santiago López Petit, lleva lidiando con este tema desde hace algún tiempo. Su "El odio del querer vivir" es una obra que merece ser leída.
Peggy:
ResponderEliminar1) No soy especialmente entusiasta de Fromm, pero bien venidas sean las disidencias.
2) No se trata de "amoldarnos a las expectativas de los demás" sino que, inevitablemente las expectativas no de cualquiera, sino de aquellos a los que apreciamos y tenemos como referentes inevitablemente nos amoldan.
3) "El depender de criterios anónimos externos produce caquexia psíquica". Claro. Pero yo no estoy hablando de "anónimos". ¿No dependes de nadie para nada? No me refiero a necesidades biológicas, sino a tus actividades profesionales y a tus afectos y manías. Quien no depende de nadie n es un hombre, sino un Dios. Y no tengo porqué dudar de que efectivamente, Peggy, seas una diosa. ¿Pero leen las diosas a Fromm? Es esto último lo que me confunde.
No conozco a nadie (de las personas que conozco bien) que no cumpla la tesis de Kojève. De las que felices, algunas, acostumbran a ser felizmente engreidas hasta que no lo reconocen; disfrutan después de la felicidad generosa. Los mejores incluso sufren cuando no son reconocidas por los incapacitados para juzgarles; sin duda, ésta es una elección (¿es realmente una elección?) muy arriesgada.
ResponderEliminarNo conozco, pero, ningún místico, que podría escapar a este esquema; quizá su felicidad depende tan solo de su dios, que se supone está en su interior.
RMF: El religiosos es afortunado, porque dispone de EL OTRO absoluto (el ser infinito, el más digno de ser admirado) como referente. Conseguir el amor de Dios es el objeto de su vida. Y, evidentemente ese amor eleva la dignidad del hombre religioso hasta el infinito. Imbuido de amor de Dios el hombre es capaz de todo. De ahí que, desde mi punto de vista el fenómeno religioso sea tan digno de respeto. Hegel, creo, fue el primero en verlo. Y en "La fenomenología del Espíritu" se encuentra la primera formulación de la dialéctica del amo y del esclavo.
ResponderEliminarQuizás -no estoy completamente seguro- la excepción sea el budismo, que podría ser visto, entonces, como el movimiento más radicalmente antireligioso.
Vuelvo, RMF: Quizás el sabio es el que reconoce el valor de la gente sencilla.
ResponderEliminarEstamos pues ante el actor que se esfduerza en conseguir el aplauso de "su" público. Veinte personas distribuidas en el patio de butacas entre una multitud anónima a la que, posiblemente, tampoco desprecie.
ResponderEliminarReconozco que ayer eran las 2 de la madrugada cuando dejé mi segundo comentario y me acosté a las 4,30. Este Café no sigue las leyes sobre cierre de establecimientos, está clalro. Ahora faltan minutos para las 13,00 y veo con mayor claridad.
Creo que una buena parte de la felicidad consiste en darla y recibirla.
ResponderEliminarLuis: hablas de la dicha por uno mismo alcanzada sin necesidad de los demás. Pues bien, esta dicha la consigues, de todos modos, a través de otras cosas, por ejemplo, a través de algo que has hecho (y que es lo que te produce dicha). En este caso, la acción acometida o bien era hacia otra persona (lo cual por un lado te merecerá una dependencia de ésta para conseguir tu autosatisfacció y, por otro, te hará ganar su admiración, por lo que volvemos a Kojève) o bien era a través de alguna "cosa", entendiéndola fundamentalmente como algo inanimado. En este segundo caso, tienes que tener en cuenta que conseguir esta satisfacción no ha dependido exlusivamente de ti, pues te has servido de algo que es ajeno a ti, y también que, quizás de un modo más indirecto (y por ello menos apreciable en priera instancia), también implica a otras personas (por ejemplo, las que te han precedido y te han impuesto unos valores de criterio o unas enseñanzas que te han permitido realizar esto que te ha producido satisfacción). De todo esto extraemos, por tanto, que la felicidad (la propia satisfacción, la propia dicha) sólo puede conseguirse a través de otros y, por supueto, de ti mismo. Es un híbrido. Y aquí retomo mi primera frase en el comentario: buena parte de la felicidad proviene de darla (a otros y también a uno mismo) y recibirla. De hecho, el simple hecho de participar en esta mútua satisfacción, en esta felicidad recíproca, ya nos produce felicidad. Seguramente esto es lo que sucede en las relaciones humanas, ya sean de amistad, de pareja o familiares, que nosotros más valoramos.
Nausica: aprecio mucho tu comentario. No te negaré que tengo dudas y debo meditar más. Dar vueltas y vueltas, el método Jericó, que comentó Luri que es el de Ortega. No dudo de lo que expone Kojeve, ni de las explicaciones de Luri, sino de algo que me cueta encasillar: yo alcanzo la dicha dando vueltas a las cosas en el bosque. Claro que podríamos decir que se las cuento a Goyerri o a Ana cuando vuelvo a casa y que ellos me admiran, pero la familiaridad mezcla muchas cosas. Pienso entonces en mi autosatisfacción: yo espectador de mi dicha. ¿Me admiro? NO, sinceramente. ¿Puedo desligarlo de personas más lejanas? ¿Busco la admiraciuón de los que leen mi blog, por ejemplo? Probablemente si, tal vez no la admiración, pero si una caricia intelectual. Pero es cuando escribo, no cuando me siento feliz con, por ejemplo ayer, que enorme felicidad al leer una edición de La Eneída que ha caido en mis manos, nueva, y compararla con otra antigua. NO me acosté hasta las 4,30 am: "armas canto, y al hombre que el primero, desde playas troyanas..."
ResponderEliminarYa se que no toda la realidad puede ser embutida en un principio por acertado que sea, pero este es uno de los retos que quien intelectualiza las cosas y le da por filosofar, tiene. Dudar siempre, aunque sea Luri o Kojeve y cambio el orden por el respeto que tengo al filósofo amigo que se ha metido a mesonero y a los visitantes del lugar.
Lo que era una simple cita de Kojève se ha convertido, en mi caso, en una relectura de algunos pasajes de su "Introduction à la lecture de Hegel". No intento, evidentemente, convencer a nadie, pero me vais a permitir que vuelva a insistir en él. Ya que lo he traído hasta aquí, tengo que conseguir que no se malinterprete su pensamiento. Es peligroso eso de andar con citas, porque se corre el riesgo de reducir un pensamiento complejo a una o dos fórmulas. Voy a ver si consigo, por lo menos, hacerle hablar a Kojève de manera pausada para que se explique un poco mejor.
ResponderEliminarHoy Don Gregorio me ha dado en estas reflexiones encadenadas mucho que pensar... lo recordaré en su momento... y trataré de leerle desde la dicha (que tampoco lo contrario tiene por qué ser la desdicha)... existe el cortado, además del vomitimo café con leche ;)
ResponderEliminarDoña Kasandra :)
un abrazo