Los dominios del gran rey Asoka eran inmensos. Casi se confundían con los límites de
Un día, de regreso de una cacería, mientras se acercaba a las orillas del Ganges con la intención de abrevar a su caballo, contempló atónito cómo el gran río sagrado cambiaba la dirección de su corriente siguiendo las órdenes de una raquítica anciana que estaba de pie junto a unos juncos. El rey Asoka, tomándola por una diosa, se postró ante ella, pero la mujer le dijo que sólo era una pobre prostituta de la ciudad de Pataliputra. Interrogada por Asoka la mujer reconoció que la naturaleza la obedecía como un perrillo faldero.
El rey se sintió, por primera vez en su vida frágil y vulnerable. ¿Cómo podía ser que aquella mísera anciana fuera infinitamente más poderosa que él?
- ¿Por qué? –le preguntó- ¿Cómo consigues que todo te obedezca?
La anciana respondió relatando su larga vida de prostituta por las calles de Pataliputra.
- Siempre –le dijo- he tratado a todos por igual, fueran pordioseros o príncipes, santos o asesinos, hermosos o feos, jóvenes o ancianos. Nunca he concedido privilegios ni he tratado a nadie con menosprecio. A todos me he entregado sin orgullo fatuo y sin servilismo. Este, y no otro es el secreto de mi poder.
Tras decir estas palabras la mujer dio media vuelta y, cojeando, se retiró. Los sabios de la corte bajaron sus cabezas a su paso y miraron al rey Asoka, profundamente decepcionados.
Quien se deja esclavizar tiene alma de tirano y viceversa. La fortaleza se manifiesta en la dignidad. Algunos sólo juegan a ser dignos.
ResponderEliminar