Esta mañana, en los salesianos de Horta (Barcelona) he defendido la vigencia del viejo esquema escolástico de las potencias del alma:
En estos tiempos tan raros en los que se prefiere hablar del "yo", del "sujeto" o del "cerebro" antes que del alma, he comenzado reivindicando el alma para pasar posteriormente a la defensa de la memoria.
La superioridad del alma sobre el yo, el sujeto o el cerebro es su capacidad de cuidar de sí misma. En la cura o cuidado del alma se encuentra, según Jan Patocka, la esencia de Europa.
Entiendo por alma el ámbito en el que lo mejor que podemos llegar a ser se dirige a lo que somos (a la inercia de lo que somos). Por "lo mejor que podemos llegar a ser" no me refiero a nada arcano o religioso. En cierta forma todos sabemos lo que es, pero se encuentra disperso en el conjunto de experiencias personales de las que nos sentimos orgullosos porque, de alguna forma, ponían de manifiesto lo más elevado de nosotros mismos. Pero como esas experiencias son fragmentarias, la tarea del cuidado de sí comienza en el proyecto de dar una forma unitaria a esos fragmentos para que puedan ser una orientación fiable de nuestra moralidad.
En esta tarea hemos de elegir bien los compañeros. Conviene que sean grandes porque sólo los grandes se contemplan a sí mismos desde lo alto, mientras que los pequeños se contentan con contemplarse desde lo bajo, por ejemplo desde la emotividad más ramplona.
¡Qué gozo y que alegría al volver a ver este esquema! Lo aprendí en mis tiempos escolares y siempre me toca defender aquello de "las facultades del intelecto: memoria, entendimiento y voluntad", ante toda esta caterva de docentes modernos que, sinceramente, no entiendo de dónde sacan esas teorías.
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