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martes, 10 de marzo de 2020

En Madrid. 2

Hoy Madrid presentaba una aspecto inquietante. Cuando he bajado a desayunar, en el comedor del hotel no había nadie. Ni un alma. Las camareras me han recibido intentando, a todas luces, aparentar una normalidad que no sentían. Yo, desde luego, me he sentido intimidado por el vacío que había a mi alrededor. Cuando ya estaba acabando ha entrado una pareja y, poco después, Juan Antonio Pedreño, a quien conocí hace años en Murcia y a quien no he dejado de admirar desde entonces. Hemos hablado de la inquietante situación que estábamos viviendo, con un rosario de actos suspendidos que nos condena a una inactividad forzada. Visto que la agenda se me vaciaba, he decidido regresar a Barcelona mañana a medio día. Las pérdidas económicas serán considerables, sin duda. Los apretones de manos escasean. Practicamos una cordialidad a distancia, higiénica y timorata, una cordialidad preventiva, pero, inevitablemente, todos, tarde o temprano, acabamos llevándonos la mano a la cara, que parece ser la meta final de todos nuestros gestos.

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