Un día largo, el de ayer, pero repleto de buenos recuerdos. A las 5 de la tarde volvía a casa en el tren pensando en todo lo que aún tenía que hacer cuando una voz difícil de describir me sacó de mi ensimismamiento. Era la de una anciana metida en años y tan enjuta que se le marcaban todos los huesos del cuerpo. Arrastraba un aire de derrotada, de desahuciada, de arrojada a los márgenes de la vida. Con un bote metálico en la mano iba recorriendo el tren de punta a punta pidiendo limosna mientras contaba las muchas desgracias que se cernían sobre su miserable humanidad. Los pasajeros, la verdad, no le han hecho mucho caso. Cuando uno le ha dado unas monedas, ella levantando la cabeza, altiva, ha dicho bien alto: “Tienes que ser humano y mentir para que te ayuden”.
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