Salgo a comprar el pan. La panadería más próxima está en la Plaza de los caballitos. Sorprende el silencio de las calles. Me cruzo con pocos peatones. Alguno, al verme, se cambia de acera. Me encuentro también con un par de coches circulando, muy despacio, como si temieran llegar demasiado pronto a algún sitio. En la panadería sólo admiten a tres clientes en el interior, así que hay una cola muy larga en la calle. No es que haya muchas personas, sino que entre una y otra hay, al menos, dos metros de distancia. Hago bromas tontas y obvias con una conocida. Quizás en tiempos así es cuando más necesarias son las obviedades. El día está nublado, gris, pero no hace frío. En Ocata no estamos muy acostumbrados a vivir muchos días sin el amparo del azul del cielo. Compro el pan y vuelvo a casa dando un pequeño rodeo. Necesito estirar las piernas. Me encuentro con un negro que está barriendo una calle peatonal sin demasiado entusiasmo. Entonces comienzan a sonar las campanas de la Iglesia. Su sonido es más metálico, más amplio, más nítido, más profundo. Parece tener más determinación. Pocos coches en la NII. Me sorprenden, eso sí, algunas parejas corriendo y algunas personas jugando en la arena de la playa. Vuelvo a casa. Al comenzar a escribir esto el sol se abre paso entre las nubes e inunda mi estudio con una luz cálida, acogedora, parece que terapéutica, incluso.
Te leo y recuerdo las sensaciones que he sentido esta mañana al ir a comprar el pan. <todo sigue igual.
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