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domingo, 22 de marzo de 2020

Días de coronavirus. 13. Derechos inalienables.

Mi nieto Bruno (10 años) nos envía por WhatsApp a toda la familia un vídeo que ha grabado de una épica batalla que libran sus soldados de juguete. Imita vibrantemente las voces de dolor de los caídos, los gritos heroicos de los vencedores, etc. Pero la única pregunta realmente pertinente es la que le ha dirigido su primo Gabriel: "Pero Bruno... ¿cuáles son los buenos y cuáles los malos?"

¡Bendito mundo en el que los buenos son buenos; los malos, malos, y no hay entre ellos espacio para matices".

No es, desde luego, nuestro mundo a día de hoy. Por eso envidio a mis nietos. En nuestro mundo asistimos pasivamente al hundimiento -esperemos que coyuntural- de todos aquellos discursos que consideraban intocables los derechos inviolables (o inalineables o invulnerables, como quieran ustedes) de las personas, aquellos derechos que, supuestamente, deben ser respetados siempre de manera absoluta. 

En tiempo de guerra, como el presente, cuando las necesidades son mucho mayores que los recursos, la moral kantiana (utilizar al hombre siempre como fin, nunca como medio) se retira para dejar paso a la moral utilitarista de Bentham (podemos dejar morir a un anciano si así podemos intentar salvarle la vida a un joven). 

O sea que, efectivamente, tenemos una doble moral: una para tiempos de paz (kantiana) y otra para tiempos de guerra (utilitaria). Pero esto es como decir que toda consideración sobre el valor intrínseco de una persona sólo es creíble en el paréntesis que media entre dos conflictos o, lo que es lo mismo, sólo es creíble mientras la naturaleza no molesta.


Una anciana de 95 años gana la batalla contra el virus en Módena.


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