viernes, 20 de marzo de 2020

Días de coronavirus. 10

Tiene algo de insultante, este sol espléndido. Brilla como si fuera día de fiesta, cuando para nosotros, los humanos, sólo hay un sólo día, que no es ni de fiesta ni laborable. Es un interminable día de paciencia, en el que nos vemos comprometidos con el empeño de sacarle punta a la cotidianidad del recluso, mientras descubrimos lo frágiles que son los pronombres posesivos.

¿Continúa mi casa siendo MI casa? Si lo fuera, podría utilizarla a mi antojo y, por ejemplo, salir y entrar de ella cuando quisiera. 

¿Continúa mi cuerpo siendo MI cuerpo? Si lo fuera, no me sorprenderá a mí mismo sondeándome en busca de algún síntoma del bicho, ese intruso soberano.

Los discursos sobre la soberanía, la autonomía y lo mío han envejecido de repente.

Decía Donoso Cortes que en el infierno sólo se oye una palabras, "mío". Si es así, nosotros estamos en el purgatorio. 

Parece que están aumentando las peleas entre vecinos. ¿Era Kant el que hablaba de la insociable sociabilidad de los hombres?

Lo que veo veo cierto es que en las colas de entrada a las tiendas de alimentación, cada vez es mayor la distancia que las personas guardan entre ellas; que ya no nos cruzamos con nadie en las aceras, pues uno u otro baja al asfalto para preservar su espacio de pretendida inmunidad; que aumenta el número ds personas con mascarillas y que, por algunas reacciones, uno no puede evitar tener complejo de contaminado.

Y, sin embargo, ahí está el sol, impertinente y provocador, afirmando lo poco que le importamos.

Ayer un amigo me llamó por teléfono para preguntarme cómo veía todo esto. Le comenté que me estaba sorprendiendo la capacidad de iniciativa de China y el retraimiento de Europa y los Estados Unidos. China parece dispuesta a jugar -no sé aún si a pequeña o gran escala- el papel que los Estados Unidos jugaron en Europa tras la Segunda guerra mundial.

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