Huyendo del remanso trivial de la sala de profesores, solía refugiarse en el Dulcinea, al amparo de una copa de coñac caliente y al acecho de alguna conversación con palabras nuevas. Un miércoles de principios de junio se encontró con una mujer a la que había admirado algunos años atrás, pero en el intervalo había envejecido mucho más de lo esperado. Ella se le acercó, dicharachera como siempre, y comenzó a contarle que era feliz porque al fin se había separado de un marido que se había pasado los últimos diez años de su vida en común incrustado en un sofá, frente a la tele y adherido a la prótesis del mando a distancia. Pero su felicidad -y esto lo resaltó con especial énfasis- no había coincidido exactamente con la separación. Ésta le había proporcionado libertad, pero no felicidad. Ni tan siquiera una mayor tranquilidad. La casa de repente era demasiado grande y en exceso silenciosa, con la tele apagada, y no podía pegar ojo, tan sola en la cama. Hasta que decidió hacerle un sitio a Tadj, su perro afgano. A su lado, estirado, ocupaba el espacio de un hombre. Ahora, cuando se despertaba intranquila a media noche, al sentir sus ronquidos, tan humanos, se tranquilizaba. Estiraba la mano, sin abrir los ojos, tocaba las costillas de Tadj, sentía el flujo y el reflujo de su respiración y podía dormir a pierna suelta hasta las nueve o las diez de la mañana. Él no sabía qué cara poner mientras la oía desgranar los detalles de su historia. Ni dónde poner los brazos. No se atrevía a mirarle a los ojos y le parecía descortés mirar para otro sitio. Cuando al fin pudo librarse de ella, recordó unas palabras de su amigo Medo: Sólo los fuertes saben contar, porque han domesticado la lógica y la hacen saltar a su antojo por el aro encendido de sus caprichos. Pagó el coñac y salió con prisas del Dulcinea. Llegaba tarde a clase.
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jueves, 2 de noviembre de 2006
Memorias de un hombre con alzheimer I
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22 de diciembre
I Se mire como se mire: el 22 de diciembre debiera ser la fiesta nacional de España. Nada nos une más que la lotería de navidad. II Esa ale...
Saludos,Gregorio.
ResponderEliminarMe gusta.
Espero los siguientes capítulos con ilusionada y moderada inquietud.
Mi piace.
ResponderEliminarLa escena me trae a la mente los temores de mi profesor Gómez Pin cuando describe la relación del hombre con el perro y con el ordenador y lo que de deshumanizado hay en ella.
Excelente, Luri. Un fragmento de mirada, el corto tiempo de una secuencia. Imagina a Godard desarrolándola. Blanco y negro, es obvio.
ResponderEliminarMe da la sensación de que ese profesor está muy cerca de sus reacciones más humanas. Y que tales intimidades preferiría no escucharlas.
ResponderEliminarY yo ya ve, tengo un buen recuerdo del Dulcinea que frecuentaba. Sobre todo de aquellos sillones que hace más de 20 años que albergaron mis posaderas en mis tiempos de mala estudiante.
No quisiera verlos ahora. Prefiero quedarme a secas con mi recuerdo.
El tiempo en asuntos de admiración (hormonal) es llover sobre mojado.
Duerme el pastor con perros de tiempo inmemorial y con lo que sea, el profesor no debería sentirse incomodo, aunque una amiga que fué de buen ver....
ResponderEliminarSomos sociables en general y creo que la mujer mucho más y sin tantos prejuicios.
Claudio.
ResponderEliminarEs decir, que si lo hace un perro está bien pero si lo hace un hombre lo echan. Porque supongo que el marido también tenía costillas, respiraba y roncaba.
Hombre, Claudio, depende de qué hombre. Esta misma noche, entre sueños, he estado palpando en mi cama en busca de mi gato recientemente fallecido. Qué coincidencia más triste.
ResponderEliminarSigo leyendo. Ciao.
Claudio.
ResponderEliminarA umla2001.
Permítame una apresurada traducción.
Gato negro. R.M.Rilke
Un fantasma es aún como un lugar
en el que tu mirada topa
[haciendo un sonido;
pero allí, en esa piel negra,
tú más negra mirada se diluye:
como cuando alguien furioso,
[en su mayor
frenesí patalea lo obscuro,
y bruscamente en el oportuno
[acolchado
de una celda termina y se extingue.
Todas las miradas, que nunca le
[alcanzaron,
parece ocultarlas en sí,
para de ese modo, amenazador y
[malhumorado,
desde ellas observar y así,dormir.
Pero por una vez vuelve, como
[despertado,
su cara completamente hacia la
[tuya:
y allí te reencuentras tú con tu
[mirada
en el ámbar de sus redondos ojos:
encerrada
como un insecto extinguido.
¡Buenísimo! Espero los próximos capítulos...
ResponderEliminarRecuerdo vagamente un cuento de Txèkhov en donde un marido experimenta un ataque terrible de celos al ver cómo su mujer regresa (sonrosada, radiante, feliz) de montar a su caballo.
ResponderEliminarY ahora mismo recuerdo también la profunda y terrible enfermedad psicológica de Marnie, la ladrona, que se manifiesta, a través de una metáfora preciosa, en el vínculo -único vínculo amoroso- de la protagonista con su caballo.
Lo ya dicho en otro post: la relación con los animales es extraña.Pero a mí me extraña mucho más que una mujer la cuente de manera tan directa y poco sutil.
Lola
Claudio... Ahora me has dejado... Es mi poema preferido, junto con el de la pantera en la jaula del "Jardin des plantes", pero en este último no hay atisbo de relación con el ser humano, es la pantera encerrada sus propios límites.
ResponderEliminarLola
Claudio.
ResponderEliminarA lola.
Tú si que me has dejado...muerto de vergüenza. Disculpa mi atrocidad. Y con más motivo si es uno de tus poemas preferidos. El tema de Gregorio y luego umla2001 me lo han recordado.
Gracias a todos por vuestros comentarios. Despúes de leer lo que habéis escrito, he estado tentado hasta de ponerme un poco cursi con vosotros para poder ser de verdad sincero.
ResponderEliminarYo, como los demás, deseo leer muy pronto el siguiente capítulo... esta genial, sobre todo cuando se llega al final y se relaciona la cita con la historia del texto... Un saludo!
ResponderEliminar(oh! A mí también me encanta el poema de la pantera de Rilke...)