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viernes, 24 de noviembre de 2006

Memorias de un hombre con alzheimer VIII

Arrastrada por todas las mareas, acabó varada en la calle Escudillers de Barcelona. Medo, que tanto la había malamado, la llamaba Alondra. Solía llevar calcetines de diferente color sobre las medias, un poco caídas, y exagerados zapatos de tacón de aguja con los que no sabía andar. Todo en ella estaba dado de sí: Su mirada, sus gestos, sus carnes, su voz y su palabra, su ropa, su moño desmañado y su pésima manera de canturrear What a difference a day makes, de Dinah Washington. Pero seducida por la frescura de la juventud transeúnte, sabía rehacerse un instante para convocarla a voz en grito a cruzar el río del olvido. El tiempo acabó siendo para ella un río revuelto, sin vados y sin puentes y buscaba desesperadamente compañía para alejarse de la atracción fatal de su corriente. Una madrugada de febrero del 98, en la barra de La Internacional, le susurró a Medo mientras se limpiaba la sangre de un diente recién partido:

- Dios es amor o es verdad, si es verdad, entonces todo es cuento, si es amor, ¿por qué se interpone entre tú y yo?

Con la edad se le fue enturbiando tanto la mirada que no encontraba clientes insensibles al dolor licuado de sus ojos -porque la degradación de la carne se llama tristeza-. Los brazos caídos, los pies hinchados. Había sido bellísima, esta Alondra. Cuando Medo la encontró muerta sus ojos atónitos, tristes brasas heladas, estaban abiertos, redondos y desmedidos, como piedras de amolar. En su entierro lloró desconsolado: “Aquí yace Alondra, amigos míos, pero yo os juro que no hay corazón más intacto que el de este cuerpo inerte.

5 comentarios:

  1. Bellísimo.
    Decadente.
    Atroz.
    Esperpéntico.
    Poético.
    Pleno.

    O sea, Don Gregorio, que ha sido una delicia leerle hoy entre esa historia de desamor con nombres impropios.

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  2. o llegué, de muy niño, a ver a la Moños (creo que era ella) correteando mla Rambla. Y al Hombre de las Palomas, que iba rodeado por ellas mientras caminaba. Eran naúfragos en aquel Paseo prodigioso en el que te sentabas en una silla por unos céntimos a mirar el único espectáculo de la vida que vale la pena mirar: a nosotros en alguna de nuestras reencarnaciones posibles.

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  3. Añado: en una obra de teratro de un autor USA cuyo nombre no recuerdo, pero si el nombre JB, nada que ver con la bebida, y hablo de memoria de hace unos cuarenta años, sorprendí una frase que venía a decir lo siguiente: "si Dios es bueno, no es Dios; si Dios es Dios, no es bueno" La frase en inglés y no la traslado porque recojo el recuerdo y no la literalidad, es un juego de palabras entre God y good.
    Viene tal vez un poco a cuento de esa hermosa historia que narras.

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  4. A diferencia de la belleza transeúnte, magnífica pero siempre ajena; la decrepitud transeúnte tiene algo de promesa posible porque se contempla en ella, efectivamente, Luis, una posibilidad latente en nuestras almas. Y eso es lo terrible. Por eso es tan humano y tan estúpido ridiculizar al deforme: parece como si estuviésemos espantando un fantasma que pudiera perseguirnos.

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  5. ¿Tal vez de ahí la emoción de la piedad? ¿O la hostilidad por la fealdad?
    Curiosa y casualmente hoy en mi blog trato algo que tiene que ver con eso.

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