I
Mañana gris. Lloviznea. Nubes densas, compactas y bajas que desfilan lentamente, con pesadez, sobre los tejados empequeñecidos por la proximidad del cielo. La gente aún duerme. ¿Cómo estará la playa? ¿Hasta dónde llegarán hoy las olas? ¿Cómo fue la puesta de sol de ayer? ¿Cómo se sentirá esta mañana en la cara la brisa húmeda y salobre del mar?
II
Beatriz Mazoy, farmacéutica con 26 años de experiencia en un barrio de Gijón, escribía ayer por la tarde una inquietante entrada en Facebook en la que aseguraba que el 1 de febrero, previendo lo que se venía encima “contacté con mis habituales proveedores, multinacionales conocidas, para hacer pedidos directos de aquello que consideré necesario: Sterilium, el gel hidroalcoholico que conocéis de los hospitales, y guantes.” La respuesta que recibió fue: “Sterilium, ni lo sueñes, lo compran los hospitales en media Europa.” Tras admirarse de que lo que ella era capaz de prever no lo previera el gobierno, continúa: “Mañana volvemos al mostrador, lleno de infectados sin confirmar, de infectados posibles, de gente atemorizada y triste, con nuestra mampara de metacrilato que nos ha hecho un colega abriendo el taller de noche, con una mascarilla cada uno que nos ha regalado un colega técnico de ambulancia (y que nos dure toda la crisis) y con los guantes que nos han regalado las peluqueras del barrio y mi amiga la dentista. Yo, además, tengo un escapulario de la Virgen del Carmen. El agua bendita la hemos sustituido por una solución casera de hipoclorito (lejía) que mi adjunta expande con un pulverizador que nos regaló el chino de al lado justo antes de cerrar la tienda y despedirse negando con la cabeza.”
III
Si en Europa están emergiendo del anonimato las fronteras interiores (el 83% de los franceses desea el cierre inmediato de sus fronteras), en España están tomando cada vez más protagonismo las fronteras autonómicas, cosa que pone de manifiesto una desconfianza hacia el poder efectivo del gobierno central -no me atrevo a escribir "del Estado"- y su credibilidad como gestor eficaz de la crisis.
IV
El coronavirus ha resuelto con su mera presencia una gran cantidad de falsos debates que, vistos desde aquí, parecen ahora entretenimientos de ociosos. En educación, por ejemplo, estamos redescubriendo la importancia insustituible de algo que nos falta: la relación cara a cara entre un maestro que sabe y un alumno que quiere saber. La educación no va de lectura de libros, sino del valor de mi interpretación del significado de este libro y el tasador del valor valioso es el maestro. No va de resolver problemas, sino de resolverlos ante alguien que puede comprender la lógica que me guía hacia el éxito o el error. No va de aprender autónomamente a ser autónomo, porque en el aprendizaje de la autonomía es imprescindible que alguien nos vaya orientado y corrigiendo en cada paso equivocado que damos. Hay mucha información que puede ser transmitida sin la presencia directa de un maestro, pero para evaluar la relevancia de esa información, necesitamos una relación cara a cara con alguien que sepa medir nuestra ignorancia.
V
Hace unos siglos los cronistas de una pandemia como la nuestra hubieran hablado de las flechas de la muerte, convencidos de que hay Alguien tensando su arco y apuntando hacia algunos de nosotros y, por lo tanto, que a pesar de todo, la muerte, aun en estas circunstancias, sigue teniendo algún sentido. Hoy esas flechas no las dispara nadie. Simplemente nos contagiamos con un virus ciego y algunos, no sabemos muy bien por qué, mueren.
VI
El Marqués de Tamarón pidió ayer en su blog “a cuantos me honran con sus comentarios (…), que eviten descuidos en la ortografía”. Me parece un comentario propio de aristócrata: justo cuando el azar nos domina es cuando más debemos esmerarnos en los detalles que sostienen la cultura en su pugna permanente con la naturaleza.
VII
Al atardecer, la ciudadanía recluida en sus casas se ha puesto de acuerdo para asomarse a los balcones a aplaudir. Me emociona profundamente el caso de un anciano con Alzheimer al que su mujer lo saca al balcón a esa hora a tocar la armónica y le hace creer que los aplausos van dirigidos a su música.
VIII
Cinco minutos antes de que el mundo se hunda también será un placer supremo meterse en una cama con las sábanas limpias y dejarse arrastrar por su invitación a esa experiencia tan singular que es la entrega plácida y absoluta al sueño.
IX
A las dificultades para concentrarme en la lectura hay que añadir las dificultades para controlar mi cuerpo mientras leo.