viernes, 27 de julio de 2012

El valor del valor

Tras escribir el post titulado "Ciencia y consciencia", he andado dándole vueltas al asunto. Os adelanto mis conclusiones preliminares y, además, os ruego que las tratéis sin piedad, siempre que lo consideréis pertinente, claro está. 

No habría que descartar que bajo la presente jeremiada de la reivindicación de valores, tan pomposa, se encuentre un motivo noble. Quizás pueda entenderse como una respuesta anímica al miedo al nihilismo (Nietzsche sigue siendo nuestro contemporáneo) y a la neutralidad axiológica de la ciencia. Parece como si en el discurso de los valores halláramos un camino para preservar la libertad, la responsabilidad y el mismo valor de lo humano.  Pudiera ser, entonces, que la reivindicación moderna del valor tuviera un sentido terapéutico que a la misma reivindicación se le escapa. Pero eso pondría de manifiesto también la desarticulación interna de nuestra defensa de los valores.

Los valores han de ser valiosos. Esto parece evidente, pero no son tan evidentes las consecuencias que se derivan de esta perogrullada. Si son valiosos, lo son para nosotros y, en consecuencia, su valor se mide por nuestra disposición a defenderlos. Y aquí se encuentra el talón de Aquiles de nuestra moralidad. Quiero decir que precisamente por ser valiosos además de ser apreciados han de ser defendidos, porque si no estamos dispuestos a defenderlos es que no los apreciamos tanto como creemos. 

Para poner de manifiesto el valor del valor no hay suficiente con nuestra disposición a dejarnos iluminar por su bondad, como si su irradiación nos hiciera por ella misma más valiosos a nosotros mismos. El valor del valor se pone de manifiesto en nuestra acción, que es la que lo hace valer; es decir, en nuestra disposición hacia su realización práctica. Los valores viven en el gesto que pone de manifiesto su valor en una situación práctica en que su presencia no estaba dada. Si ya estuviera dada, no necesitaríamos defender su valor. Esto no significa otra cosa que lo siguiente: la puesta de manifiesto del valor del valor es siempre polémica. No se puede defender el valor sin mancharse las manos, porque su defensa es, como mínimo un acto militante de negación de un disvalor o de una ausencia de valor. Esto es exactamente lo que no queremos ver: que los valores ponen límites y que al otro lado de esos límites hay algo contra lo que comprometemos nuestra conducta. 

Los valores valen contra algo. O mejor dicho: como eso contra lo que vale el valor se manifiesta en la conducta de alguien, hemos de concluir que los valores valen contra alguien. Es difícil, pues, defender coherentemente el valor cruzándonos de brazos ante su ausencia o limitándonos a llevarnos las manos a la cabeza.
 
Podemos dar un paso más. El valor del valor se mide de dos maneras complementarias: por lo que prohíbe y por lo que estamos dispuestos a entregar en defensa del valor supremo.

Un valor que no prohíbe nada, que no impone nada, que no va contra nadie, que no es polémico o, para decirlo de forma aún más clara, que no es partisano, tiene un valor muy escaso. Incluso los supuestos valores universales han de ser defendidos de manera decidida. En la esencia del valor está el valorar unas conductas y en minusvalorar otras, y ambas cosas se encuentra indisolublemente unidas. Quien pretenda separar la una de la otra, estima en muy poco sus convicciones. Sólo con respecto a un valor que no valiera nada (si tal cosa fuera posible) se puede ser neutral. Evidentemente aquella conducta que minusvaloramos también nos pone en cuestión a nosotros, minusvalorándonos, porque ningunea nuestros valores más preciados. Se mire como se mire, por lo tanto, afirmar un valor significa entenderlo como el polo positivo de una conducta en cuyo extremo opuesto se halla una conducta negativa frente a cual nos sentimos llamados a a la acción. Pero la lógica de este argumento (si la tiene) nos conduce a una conclusión necesaria: Nuestros valores son tanto más valiosos cuanto más deseamos imponerlos. Por eso sólo podremos comprometernos en la defensa del pluralismo, por ejemplo, si estamos dispuestos a imponerlo. Hay, de manera inevitable, un fondo de dogmatismo en nuestras convicciones más valiosas. La única manera de prevenir su degradación en fanatismo quizás sea la de ser consciente, precisamente, de que siempre estamos expuestos a caer en el fanatismo. Añadamos, de paso, que también hay un fanatismo del descreimiento y de la pasividad moral, que convierte en valor la falta de convicciones fuertes. 

Si hay valores, es decir, si existe más de un valor, únicamente podremos evaluar su valor relativo con los parámetros del valor supremo, que representa, entonces, lo más valioso de nuestros valores. Será también, en consecuencia, el valor más polémico, puesto que será el que más prohíba y el que más nos exija, de manera que podríamos decir que vale tanto como el precio que estamos dispuestos a pagar por él. Este precio establece, exactamente, la firmeza de nuestras convicciones. Cuando Fukuyama dice que el fin de la historia comienza a ser realidad cuando no hay nadie dispuesto a dar su vida por sus convicciones, está diciendo algo muy serio. Está diciendo que en esa situación el valor supremo es la vida y que a ella le sometemos todo el resto de valores. El precio a pagar por este valor supremo sería el mantenimiento de la propia vida. O, dicho de otra manera, el mantenimiento de la propia vida a cualquier precio sería nuestro valor supremo. En castellano diferenciamos entre el “vivir” y el “sinvivir”. Este último, según el diccionario de la RAE es un “estado de angustia que hace vivir con intranquilidad a quien lo sufre”. Hemos de suponer que incluso el sinvivir tendría un precio superior a cualquier otro valor. Para que esta situación haya sido posible, la defensa de la vida buena como meta del hombre virtuoso ha tenido que dejar paso a la afirmación del derecho a la vida –a la vida tout court- como valor supremo. ¿Cómo podemos, entonces, condenar el sinvalor en nombre de nuestro valor supremo si nuestro valor supremo puede ser un sinvivir? ¿Y si el precio a pagar por el valor supremo es el mantenimiento de la vida a cualquier precio, qué precio estamos dispuestos a pagar por los valores que dependen del valor supremo?

19 comentarios:

  1. ¿Se puede tener como valor la no imposición de ningun valor? En tal caso la paradoja esta servida...

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  2. Bien traído.Si uno piensa en los pueblos antiguos, se ve claro que eso de "vivir como sea y a toda costa" era la doctrina que despreciaban universalmente, la formulación precisa de en qué consistía ser un cobarde. Cobarde ahora se dice "superviviente" y es un elogio.Pensar en la vida como en un a-se absurdo, rodeado de una nada también a-se e igualmente absurda es la formulación precisa de la clase de necedad que fundamenta la cobardía.
    Efectivamente, si a quién quiere destruir lo que amas no estás dispuesto a cortarle el gaznate - y arriesgarte a perderlo tú-, entonces lo amas poco.
    El valor en el sentido de valiente es el fundamento del valor en el sentido de lo que es digno de ser amado o valioso.
    Por eso, matar, dejarse matar y suicidarse son los actos soberanos que ponen en su sitio a ésa perra desbocada de "la vida" con sus enormes tetas que ofuscan la vista(pronúnciese en tono melifluo,con aire de cura o adepto new age, como si de verdad creyéramos que la muerte y el nacer nunca han existido).

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    1. Veo ahora, gracias a tí, Dhavar, que como ocurre con las virtudes, el coraje (o en este caso, efectivamente, mejor hablar de valentía) es el acompañante imprescindible del valor.

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    2. Una cosa más; El postmodenro tiene una vía para zafarse de la cobardía: la terapia. En lugar de verse como un cobarde, la terapia le permtie verse como un enfermo.... pero me temo que estoy tocando cosas demasiado delicadas y en las que habría que afinar mucho.

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    3. Pues en este caso tiene razón, quien no tiene coraje de enfrentarse a si mismo lo disfraza de terapia.

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  3. Gregorio te preocupas por los moribundos países europeos que, como buenos debiluchos, tratan de convencer al mundo de que lo más importante es "ser bueninos". Pero para la parte no "apijotada" de la humanidad (la mayoría) la vida no es ni mucho menos un valor supremo. Todo esto entendiendo que hablamos a un nivel político y no personal, porque nuestra naturaleza nos obliga, por lo general, a sobrevivir, e incluso en los casos en que se da la vida por otro (generalmente familiar) pesan más nuestros impulsos, o, en su caso, el deber profesional.

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    1. Sí, me preocupo por Europa porque detrás de este post hay una preocupación pedagógica.
      Es obvio que hay mucha gente dispuesta a sacrificarse por sus valores. Y es obvio también que estamos en desventaja (al menos en desventaja táctica) ante ellos.

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  4. ¿Los valores son algo 'propio', nacidos de la reflexión, o aparecen en el intercambio social, que sería su única fuente de legitimidad?

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    1. Claudio... me hace usted la pregunta del millón. Para Sheler y, especialmente, para Ortega, se podía hablar de valores con la misma seguridad con que se podía hablar de la física. Claro que Ortega acaba defendiendo una estimativa, algo así como una capacidad humana para apreciar lo valioso, con lo cual no hay manera de salir del subjetivismo.
      La oposición entre universalistas y culturalistas (o comunitaristas, o republicanos), en lo que hace a los valores, me parece que es hoy una de las diferencias esenciales entre la izquierda y la derecha.

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  5. Leo "valor supremo" y traduzco discordia, algarabía de valores que se lanzan (valientes, por supuesto) a degüello unos de otros. Supongo que la casuística es el enemigo natural de la abstracción, con esa irreprochable propensión a la concreción, a ese "arremangarse" de la razón ante el hecho singular y verse compelida a tomar partido (en efecto, partisana)contra quien sea que se oponga al convencimiento de la bondad axiomática del valor que se defienda. Hablamos, pues, de historia de los valores, de su nacimiento y de su desarrollo, pero también de su caída, de su desaparición. Esta belicosidad en pro de los valores, Gregorio, que se necesite la defensa en cuerpo y alma de los mismos, ¿no es ya el principio de su refutación? Se me escapa que la vida constituya un valor absoluto, cuando lo contrasto con lo real, con la realidad nuestra de cada día, con nuestras acciones. Acaso para el de Asís lo fuera, y para de contar. Sus secuaces caen en la mezquindad de asociar los valores con el poder: tanto vale, el valor, cuanto más y mejor se impone. El planteamiento deja de lado la división de los valores: sociales e individuales, muy distintos: de amplio radio y de frontera inmediata(de burbuja con burbuja). A menudo chocan entre sí y es fuente permanente de conflictos. Desde la perspectiva de los valores hay un campo amplísimo para la fundamentación de cualquier egoísmo, de grupo o individual. Lo que vale no siempre es un valor, como es obvio; pero tampoco, necesariamente, lo que se defiende incluso con la vida, tan cerca, como bien señalas, de los fanatismos político y religioso, sobre todo. La crítica de los valores es siempre, al fin y al cabo, autocrítica. Que se haga con terapia de por medio no es diferente de los "ejercicios espirituales" o de la "autocrítica pública" comunista. El de los valores es, necesariamente, un paisaje cambiante en el que conviene no levantar ningún acervii Mercurii, porque basta una generación para no reconocer el paisaje y andar tan extraviados como minusvalorados.

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    1. Juan planteas cuestiones de un enorme interés a las que no me es posible responder con cuatro frases. Espero, por lo tanto, que perdones el esquematismo (y en todo esquematismo hay algo de panfleto) de lo que sigue:
      1. Al despertar el valor aún seguía ahí. Siempre están ahí.
      2. Siempre hay un valor supremo actuando. Nuestros abuelos lo llamaban Dios. Nosotros hemos perdido la capacidad de nombrarlo, pero siempre hay algo ante lo cual consideramos digno inclinar la cerviz (y la cérvix).
      3. Efectivamente: Los valores viven entre sí una relación hobbesiana de bellum omnia contra omnes.
      4. Tal como se defienden en su uso corriente los valores tienen un valor exclusivamente propositivo. Funcionan como funcionaba la beatería respecto a la religión. Sin embargo todo proposición es una negación.
      5. Los valores con frecuencia nos empujan a llegar a las manos. En los valores hay una pulsión agresiva. Pero la falta de valores no deja vivir.
      6. La crítica de los valores siempre se hace desde algún valor.
      7. Al hombre no se le puede estirpar lo que Ortega llamaba su "estimativa" y, por lo tanto, el hombre es un animal que, inevitablemente, valora.

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  6. Los abuelos se acogerían, entonces, al precepto por excelencia: no juzguéis...
    Desde la ausencia de valores también se puede hacer crítica de ellos. O, si se prefiere, desde la deserción de ellos o desde la nostalgia de ellos, que nunca se sabe bien de qué está lleno ese vacío. Otra cosa es que lo que antes se llamaba la "moral natural", un repertorio de principios que impiden nuestra aniquilación como especie, sean considerados valores. Podemos denominarlos preceptos legales de inexcusable cumplimiento, aunque es obvio que la transgresión es pulsión tan humana como la sumisión al ordenamiento social y jurídico: "Es bueno crear tradiciones; y mejor aún romperlas", escribí. Freud hablaría de la muerte del padre. Y no hay generación que no quiera anular la anterior. Con el ser juzgador convive el ser contemplativo que, en un momento dado, pasa de la contemplación a la acción, sin que la cualidad de la primera garantice el acierto de la segunda. En cualquier caso, mucho me temo que en cuanto a los valores se refiere, la moral dominante se acoge de mil amores, hasta hacerla suya, a la crítica tan célebre como descarnada de Groucho Marx.

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  7. Quien más se acercó al abismo de la falta de fundamentación de los valores fue Nietzsche. Su conclusión, tristísima, es que hacemos un mal negocio si dejamos de adorar a Dios para pasar a adorar cualquier tontería. Sabe que no hay ninguna posibilidad para el arte allá donde no hay sumisión a unas normas y él quiere hacer de la vida una obra de arte.

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  8. ¿Y qué le parece (y sé que ya me estoy pasando) el recurso que hace Cynthia Farrar (1), con el objetivo de 'crear una política que sea democrática y republicana a la vez' y de salir del impasse 'entre un orden abstracto y formal y una lucha puramente egoísta', sin 'ninguna base para atribuir valor o fuerza objetiva a nuestros valores', a la reflexión de la Atenas de los siglos quinto y cuarto, por decirlo así anterior a Platón y Aristóteles: Potágoras, Tucídes y Demóctrito. Allí, según ella: 'todos los ciudadanos eran considerados capaces de apreciar y sentir la conexión entre sus intereses y los de la comunidad porque constantemente, en cuanto participantes políticos activos, eran requeridos a evaluar e interpretar esa conexión'.

    (1) The origins of democartic thinking

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    1. El problema Claudio es que ya no vivimos en una polis y por lo tanto la identidad entre el individuo y la comunidad necesita de refuerzos ideológicos (o al menos simbólicos) que los griegos no necesitaban. Es decir, para ser semejantes a los griegos necesitamos algo que ellos no necesitaban.

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  9. Magnífico artículo. Don Gregorio lástima que no le presten más dedicación en el sistema educativo éste asunto, pero me temo que no es por casualidad.

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  10. Yo creo más bien que el único antídoto para el fanatismo, sin caer en el indiferentismo, es el amor. Cuando se ama "verdaderamente" se busca poner a salvo la realidad amada.

    Respecto a la necesidad de valentía para que existan los valores, ya decía Julián Marías: "es justo, como sucede en español, que el sentido más fuerte y primario de la palabra “valor” sea el de valentía, que se refiera a lo valiente más que a lo valioso, porque si falta el valor perecen los demás valores".

    Otro apunte a la interesante entrada. En alguna ocasión Umberto Eco ha comentado que nunca firma manifiestos de los que se suscriben contra el sida, el hambre o a favor de la paz entre los pueblos porque, siendo imposible defender lo contrario, carecen de sentido. Cuando se piden adhesiones es porque se abordan temas mínimamente discutibles. Sólo los sistemas encorsetados, el temor o la obviedad más elemental consiguen unanimidades. Precisamente por eso, el filósofo Daniel Innerarity afirma que “cuando todo el mundo está de acuerdo, podemos suponer que no ha sido adecuado el procedimiento para forjar una opinión común.”

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    1. Muchas gracias, Rafael, especialment epor la cita de Marías, que me la reservo.

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