Hoy me tocaba hablar de Prometeo, de los prometeos de Wieland, Leopardi, Garnett y Gide. Como llegaba con tiempo a clase me he parado de camino a tomarme un cortado en una cafetería de la Calle Dr. Triadó.
Con frecuencia pienso que soy afortunado por poder aislarme del mundanal ruido y dedicarme a estas cosas, tan perfectamente prescindibles y, sobre todo, por encontrar a cómplices para mis devaneos porque, si no fuera así, estas manías podrían acabar pareciéndose al vicio solitario.
Nada más entrar he chocado con los gritos. En un extremo de la barra tres hombres discutían a pleno pulmón. Dos andarían por la cuarentena y el tercero por los veintipocos. Una pareja de ancianos sentada en una mesa apartada mojaban sus melindros en sus tazas de chocolate y miraban a la calle, sin que pareciera molestarles el griterío. No había más clientela. He pedido un cortado y un agua a una camarera sudamericana empeñada en hablar un catalán incomprensible. Pequeñita, regordeta, morena, sonriente. Le he tenido que aclarar que lo quería caliente, pero no muy muy caliente; no, no me importaba que tuviera espuma; sí, un sobre de azúcar; más café que leche; y el agua fría; sí esa me va bien, etc. Los tres hombres no paraban de gritarse, gesticulando. Por un momento he pensado en las ferias de ganado de mi infancia. Los gitanos -porque estos tres hombres eran gitanos - discutían así. Me costaba entender lo que decían. El joven llevaba un papel en la mano y señalaba con el dedo a algo que había escrito, con pasión, insistentemente. Mi intención primera ha sido beberme el café de un trago y salir, pero estaba tan caliente que no he tenido más remedio que esperar. Y entonces me he dado cuenta. ¡Estaban discutiendo del profeta Isaías! ¡El papel era una fotocopia de un texto bíblico!:
- Dame, que ya lo leo yo-, ha dicho uno arrancándole el papel de la mano al más joven. Y ha leído, despacio, ceremonialmente, como si comulgase con cada palabra.
“Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y Yahveh descargó sobre él la culpa de todos nosotros.”
“Bueno –he pensado- esto sí que es un auténtico círculo hermenéutico”.
No había palabra que no quisieran comentar, matizar, expandir. Así, con esta pasión, con todos los sentidos, nunca he sabido discutir yo. Me he quedado junto a ellos, intentando prolongar el café, sorbito a sorbito, hasta que se me ha echado el tiempo encima.
¡Bendito sea Dios!
Amén.
ResponderEliminarDicen que el color de la piel define la pasión al discutir.
Y será verdad, porque conozco a un holandés, blanco rojizo en verano, rubio pajizo todo el año, que ante una acalorada discusión no puede más que abandonar la mesa abrumado.
Por contra, cierta ocasión que me perdí por los callejones encalados de Córdoba, entré en una pequeña bodega a tomar una manzanilla acompañada de una tapita de cazón en adobo. Junto a la barra, donde yo estaba de pie, había una gran mesa alargada rodeada por una docena de hombres de todas las edades, algunos sin duda gitanos, otro no. El griterío que armaban era difícilmente inteligible, pero tras un buen rato de poner la oreja e intentar descifrar el acento cordobés cerrado y exaltado, llegué a la feliz conclusión de que había una facción pro Enrique Ponce y otra pro El Cordobés.
Unos vecinos míos de la calle Diputación esquina Calabría, cuando yo era niño, eran traperos en Sants. Tenían una instalación para lavar trapos y hacer hilos con ellos, cabos, aquellos cabos de colores múltiples que usaban los mecánicos para limpiarse las manos de grasa. Eran los Simó. El padre, un hombre aceitunado, alto, con mucho porte, echado para atrás, diente de oro y solitario del mismo metal, tenía un dicho que siempre recordaré: "siguin teus o dels demés, no et quedes mai sense diners".
ResponderEliminarNo gritaba nunca, era un hombre calmado. Un día mi padre me dijo que "el señor Simó es así de calmado porque es un patriarca". Yo creí que era algo bíblico, pero no, era jerarquia social: me enteré después.
Rosita, la hija, se casó con un millonario suizo que venía a verlña en Mercedes Benz. Era alto y runbio como la cerveza. Elñla no parecía gitana. Juanito, el hijo, fué padrino en el bautizo de mi hermana.
Luri, observa a donde nos lleva tu hermeneútica.
Evangelistas, eran evangelistas. Se ciñen a la letra bíblica. Cantan y bailan. Una religiosidad muy dionisíaca, hecha a imagen i semjanza de su raza indomable e indomesticable. Dios és el Gran Patriarca y Lola Flores La Santa Más Santa, con permiso de San Camarón.
ResponderEliminarDon Gregorio: me ha encantado su relato, la forma de exponerlo bellisima y ademas tiene usted razón, esto es la verdadera escuela hermeneutica!!! ¿ porque no ha hablado usted con ellos a su nivel, en tono cordial? Sin gritos por supuesto!!, pero seria un ejercicio bonito, sacar a la calle, a nuestro nivel de gente no cultivada, sus conocimientos. Ustedes tienen mucho que aportar, y jamas esta gente que discutia, tendra la oportunidad de haber hablado y aprendido algo de usted. Creo que con estas cosas, se consigue que los conocimientos llegen a la gente, ya se lo dije en otra ocasion "el candil es para ponerlo en la parte mas alta de la casa, para que alumbre a todos a los que en ella habitan" y usted es una persona sencilla que sabe ponerse a nuestra altura!! Otro dia Don Gregorio, no desaproveche la ocasión para aportar algo de lo mucho que usted sabe:
ResponderEliminarEs una hermosa historia. Y, como yo tan bien soy devoto del cortado solitario, puedo intuir que sintión y por tanto, sentir una ligera envidia.
ResponderEliminarSimpre hemos de recordar que el libro viene tras la realidad.
"La poesía no es algo extraño: está acechando[...] a la vuelta de la esquina. Puede surgir ante nosotros en cualquier momento". Borges en una de las seis conferencias que dió en Harvard sobre poesía.
( Y que por cierto ha editado Crítica en bolsillo y que a quien le guste esto de las letras haría bien en leer)
Queridos todos: Acabo de llegar del del I Congrés Català de Filosofia. Muy cansado. Daos por saludados.
ResponderEliminarAfectuosamente:
El camarero.
Arrebatos: Me parece poder observar una relación inversamente proporcional entre la gesticulación y la riqueza sintáctica. No sé si porque la pobreza lingüística ha de componsarse con gestos para poder ser portadora de significado o porque la sobreabundancia de gestos hace innecesaria la matización lingüística.
ResponderEliminarLuis: Hermes es también patrono de los cruces de caminos. ¡Qué dios singular! Patrón de ladrones, comerciantes, tramposos, del lenguaje y del camino. Así que si uno se encomienda a él está, literalmente, perdido.
ResponderEliminarTonibañez: Sí, me imagino que sí. Algún conocimiento (escaso) tengo de ellos. No deja de ser curioso, ¿no te parece?, que vayan a ser los gitanos los únicos hermeneutas bíblicos del pueblo llano.
ResponderEliminarGlauka: Pues muy sencillo, porque allí el que tenía que aprender era yo. Además estaba demasiado ocupado copiando la cita de Isaías sin que se notara mi actitud.
ResponderEliminarUna pasión como esa sólo la he visto entre los cabalistas judíos.
¡Qué no podrían hacer con los manuscritos de Nag Hamadi!
Joseph T.: Me confieso como fisgón transeúnte. Poco después de salir de esta cafetería me enontré con una mujer anciana que arrastraba un carrito con cientos -no creo exagerar- de bolsas. Era el síndrome de Diógenes móvil. Llevaba la cámara de fotos, pero no me atreví a pedirle permiso para hacerle una foto, y sin él no se la hice. Iba por medio de la calle con el convencimiento absoluto de que la calle era, toda, suya.
ResponderEliminarEfectivamente, la poesía, en todas sus formas, está a la vuelta de la esquina.