Mi interés por Donoso Cortés, ese pensador áspero e intempestivo, es muy tardío. Y en realidad no es un interés auténtico. No me motiva tanto su pensamiento como la expresión del mismo (me gusta su prosa geométrica, capaz de recurrir siempre que es preciso a la fórmula exacta para la expresión meridiana de lo abstracto) y, sobre todo, me intriga la recepción de sus ideas . En su tiempo figuras tan notables como las de Metternich, Ranke y Schelling e, incluso, el rey de Prusia, Federico Guillermo IV, siguieron sus discursos con la máxima atención. En el nuestro es notabilísima su influencia en Carl Schmitt. De hecho fue este último quien me condujo hasta Donoso. Poco a poco me he ido dando cuenta de que su huella está más presente de lo que muchos afectados por ella estarían dispuestos a reconocer. Y es que el Espíritu es mucho más caprichoso de lo que nunca se imaginara Hegel.
A través de Schmitt la presencia de Donoso llega hasta, por una parte, Leo Strauss y Aron, y, por otra impregna el pensamiento de figuras tan heterogéneas como Walter Benjamín (cuya deuda con la “Teología política” de Schmitt-Donoso está fuera de toda duda), el maoísta Joachim Schickel, el joven radical Joschka Fischer (porque, efectivamente, hay una recepción de izquierdas de Donoso) o el mismísimo Derrida (basta con leeer su “Políticas de la amistad” para percatarse de ello). Y si siguiéramos su influencia en el conservadurismo hispano, tendríamos que recorrer el trayecto que conduce de Vázquez de Mella a Fraga.
Donoso Cortes fue un conservador de tomo y lomo, y por lo tanto, un profundo pesimista.
En primer lugar era pesimista con respecto al hombre. "La razón humana es la mayor de todas las miserias del hombre” y, por lo tanto, era profundamente pesimista sobre la posibilidad de eliminar los males humanos, por ejemplo, los de la guerra. “La guerra –dice- es el fenómeno más general que existe. La universalidad de la guerra es prueba de su necesidad, convirtiéndola en un suceso propio de la naturaleza humana. Ahora bien, todo lo que es necesario es eterno y no puede ser producto de la voluntad humana: luego ha de ser de origen divino”.
No cree que el hombre sea capaz de gobernarse a sí mismo por medio de leyes. “las leyes se han hecho para las sociedades, y no las sociedades para las leyes”. Si es cierto que a veces con la legalidad basta, tarde o temprano se pone de manifiesto que para salvar a la sociedad es necesaria la dictadura. La justificación de la dictadura tiene en Donoso un fundamento teológico: “Dios sólo gobierna el mundo por modo mediato, por las ‘causae secundae’. A esto responde en el orden político el régimen constitucional. Mas, en ocasiones, rompe Dios el orden natural con el milagro. A esto responde en el orden político la dictadura”. Dicho de otra manera, para Donoso, así como no hay teología sin el concepto de milagro, no hay derecho político sin el concepto de dictadura.
Es pesimista con el liberalismo, que es la expresión política de la burguesía, esa "clase discutidora", que aprovecha el parlamento para posponer la toma de decisiones.
Es realista, o sea, pesimista, con España. “Hace mucho tiempo que España carece de una verdadera política exterior. En realidad, sólo la tienen Inglaterra, Rusia y los estados Unidos. Sólo estas tres naciones están libres de la influencia extranjera directa o indirectamente. Sólo ellas no han derrochado sus energías en discordias estériles y en la lucha contra la revolución”.
Es lucidamente pesimista respecto a Francia: “La Francia era, hace poco, una gran nación; hoy día, señores, no es una nación siquiera; es el club central de la Europa”.
Y es clarividentemente pesimista con Rusia: “Yo creo más fácil una revolución en San Petersburgo que en Londres”.
Y no es nada optimista con respecto a la democracia, es decir, con el acceso de las masas al poder. “La democracia es el mal hecho legión, el mal encarnado en la muchedumbre”. “El mal –dice también- no está en los gobiernos; el mal está en que los gobernados han llegado a ser ingobernables”. “Las muchedumbres harán lo que hacen siempre, lo único que han hecho cuando han generado violentamente en los campos de la historia; crearse a sí propias tiranos efímeros, forjarse ídolos de una hora que salen de la nada para serlo todo y dejan de serlo todo para volver a la nada”.
Sólo es optimista respecto al catolicismo, pero no tanto porque la Iglesia sea capaz de parar el desastre que se avecina, que para Donoso es incuestionable e inevitable, como porque ofrece la posibilidad de la redención individual. “Yo no sé si hay algo, debajo del sol, más vil y despreciable que el género humano fuera de las vías católicas”.
Para Donoso ninguna de las ideas fundamentales y constitutivas de la civilización moderna tiene un origen filosófico. Todas proceden de la religión cristiana. Así, “la auténtica idea de la fraternidad y la auténtica idea de la libertad, vivas en esta cultura, y la distinción entre poder temporal y poder espiritual entre Dios y el César, proceden del cristianismo. División de los hombres en libres y esclavos, menosprecio de la libertad de conciencia, teocracia, divinización del Estado, todo esto caracteriza a la sociedad pagana. (…) De la unidad del género humano, enseñada por la revelación al hombre, nace como de suyo la idea de la fraternidad; de esta, la de igualdad; de ambas, la de democracia”. Ahora bien, en el pensamiento cristiano la libertad y la fraternidad no son ilimitadas, puesto que tienen su límite en las ideas de la obediencia y de la autoridad, fundamento del orden social. “Según el criterio católico, toda autoridad procede de Dios: en una sociedad cristiana el hombre nunca obedece al hombre”. Pero el hombre moderno ha decidido darle la espalda a toda idea de autoridad y, por lo tanto, a la Iglesia. Ahí se encuentra la fractura, pues “donde no está el catolicismo, allí está la barbarie”.
La República francesa quiso traer la libertad, la igualdad y la fraternidad, pero olvidó “que esos tres dogmas no vienen de la República, sino que vienen del Calvario”. Pero Donoso sabe, cincuenta años antes que Nietzsche, que el hombre ha matado a Dios y que ningún ángel del cielo descenderá para reparar este sacrilegio. Pero tampoco ninguno evitará el castigo que Dios ha reservado a la humanidad: El dulce mal de la democracia.