sábado, 4 de abril de 2020

Hoy en el ABC Cultural


1 comentario:

  1. Leer La escuela no es un parque de atracciones ha sido un auténtico regodeo, un deleite. De vez en cuando, para sobrevivir, es imprescindible darse de un buen banquete. En las 400 páginas del libro no hay más que ideas sensatas, bien razonadas, argumentadas y una defensa de la necesidad de adquirir conocimiento que, sin objetivo práctico inmediato alguno, hará crecer y volverá más autónomos a nuestros alumnos.
    Tengo 42 años y soy profesora de ESO y Bachillerato en un centro concertado en Bilbao. Desde hace un par de años formo parte de lo que llaman el Equipo Directivo Ampliado del centro, es decir, no tengo capacidad para decidir nada importante, pero se me escucha y se presta más atención a mis ideas y opiniones, y algo que me ha resultado fundamental, soy testigo más de cerca de cómo se toman las decisiones sobre las líneas pedagógicas del centro. Hay personas bien formadas y con buenas intenciones en la Dirección de mi centro, pero creo no estar equivocada si afirmo que se toman muchas decisiones de las que no se está plenamente convencido, ni documentado, ni instruido. Pero se ven obligadas a tomarlas por el miedo a quedarse atrás, a no presentarse como una escuela innovadora y, en consecuencia, a perder matriculaciones, es decir, clientes. No olvidemos que hablamos de una escuela concertada.
    Se han eliminado libros de texto en Primaria para trabajar por proyectos las Ciencias Naturales y las Ciencias Sociales. ¿Sabemos trabajar por proyectos? ¿Realmente han mejorado los resultados? ¿Tienen más interés en esas disciplinas? Ponemos patas arriba el centro para hacer proyectos interdisciplinares en la ESO, que aparte de enfados y agotamiento entre profesores, pocos beneficios aportan. Nos apuntamos hace ya tres cursos al carro del famoso 1x1, un dispositivo un alumno, del que muchísimo nos estamos arrepintiendo y creo no tardaremos en echar marcha atrás. Y no seré yo quien ponga en duda todo lo bueno que la tecnología nos ofrece, pero es imposible que un ordenador con conexión a Internet sea el instrumento principal de trabajo de muchachos de 15 años.
    El ejemplo de la Michaela de Londres que comenta en el libro ha despertado mi envidia. En los tiempos que corren, sin duda, un ejemplo de valentía. En más de una ocasión, en alguna conversación de pasillo he comentado con algún compañero que sin duda la única innovación hoy posible sería apostar y publicitarse precisamente haciendo gala de valores anticuados, poco innovadores.
    Le hablaría con gusto de otros problemas que observo y me preocupan mucho. Uno lo hace especialmente, es el tratamiento de las lenguas. Vivo en una comunidad bilingüe. Después de terminar Filología Hispánica y, siendo mi lengua materna el castellano y el euskera una lengua aprendida no en la escuela si no ya en la juventud, me decidí a estudiar Filología Vasca. Creo que nadie puede poner en duda mi afecto por esa lengua ancestral. Pero observo espeluznada como en un entorno en el que la lengua materna del prácticamente 100% de los alumnos es el castellano, la administración educativa condena a alumnos adolescentes recién llegados de países de hispanohablantes a encerrarse en un aula en el que la Biología y la Geografía e Historia se imparten en euskera. Alumnos a los que no se les ofrece ningún tipo de recurso, más que la buena voluntad del profesor de turno. Este sinsentido, disfrazado de igualdad de oportunidades para que aprendan la lengua de la comunidad, es condenarles al fracaso escolar.
    Recomendaré la lectura entre mis compañeros, sin duda. Me tacharán de rancia y trasnochada, pero ya estoy acostumbrada.

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